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miércoles, 8 de octubre de 2025

Sor María Dolores, la médico monja de Oviedo convertida en autoridad de la «curación» de documentos

(Rel.) María Dolores Díaz de Miranda Macías empezó Medicina con dieciséis años y se hizo doctora, aunque no ejerce como tal. Aunque, es cierto, trabaja en un hospital, en el antiguo Hospital Tavera de Toledo, que fue centro sanitario en el siglo XVI y hoy es la sede del taller-laboratorio de Restauración de Documento Gráfico de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, que ella puso en marcha y que dirige desde hace seis años.

Sor María Dolores repara y devuelve a la vida libros y documentos que tienen historia y memoria. No son personas, de acuerdo, "pero tampoco están muertos". Son "materia orgánica dinámica que está en permanente interacción con el medio ambiente…". Enfermos que necesitan tratamiento. 

Arqueóloga de libros

La monja benedictina, nacida en Oviedo y criada en Grado, habla con la convicción de quien se ha convertido en toda una autoridad en la investigación, restauración y conservación de documentos, en una referencia de un oficio que en cierto sentido la escogió a ella un día de septiembre de 1981, cuando ingresó en el Monasterio de San Pelayo y entró, como hacían entonces todas las novicias, por el taller de encuadernación.

Empezó quitando grapas a los fascículos y, poco a poco, desmontando libros empezó a entender. Comprendió, salvando todas las distancias, que en su nueva vida trabajaba también "con una materia que no está muerta, que es dinámica y está enferma, que necesita un diagnóstico y un tratamiento que además no es fijo, que tienes que ir viendo cómo evoluciona y cambiarlo cuando no funciona…"

"Pacientes que había visto el día anterior habían muerto y me empecé a plantear que lo que quería era llegar a la persona entera. Vi que desde la Medicina yo podía solucionar un problema digestivo, por ejemplo, pero ¿cómo llegar a todo eso que somos como persona…?". Con la respuesta en el aire, tradujo como una llamada a la vida orante una "impresión de presencia de lo sagrado en la naturaleza que había percibido desde muy niña” y llamó a la puerta de San Pelayo.

En el monasterio, con dedicación y paciencia, se fue haciendo a sí misma algo así como arqueóloga de los libros. Aprendió a describir cosidos y tipos de papel, a aplicar a los documentos un minucioso trabajo científico que la llevó al escalón de la investigación. Después de dirigir el taller de San Pelayo entre 1989 y 1998, Díaz de Miranda estuvo de 2003 a 2018 al frente del mismo servicio en el monasterio de Sant Pere de les Puel·les (Barcelona).

Durante su trabajo allí se doctoró en Conservación y Restauración, hizo contactos en congresos internacionales, empezó a colaborar como docente en varias universidades y se incorporó al grupo fundador y directivo de la Asociación Hispánica de Historiadores del Papel.

Se convirtió en una referencia absoluta en su área de conocimiento. Se mudó a Toledo, donde trabaja con delicadeza contra enemigos como las termitas o las infecciones de hongos, sanando libros entre cuadros de El Greco y a unos metros del imponente sepulcro de mármol del cardenal Tavera, el religioso que fue "mano derecha" de los Reyes Católicos y mandó construir este hospital.

Entre otras ocupaciones, Dolores Díaz de Miranda se afana últimamente en abrir el camino "prácticamente virgen en nuestro país" de la restauración de papiros. Está trabajando con una de las tres únicas colecciones de papiros que hay en España, documentos con jeroglíficos egipcios de la época faraónica, y colabora en un proyecto internacional para la identificación de pergaminos, "de la especie animal a la que pertenece cada uno a través de una toma de muestras y análisis de la secuencia de proteínas y ADN".

Del profundo archivo de la fundación que gestiona el legado de la Casa de Medinaceli le acaban de subir un legajo con documentos y cartas de Felipe II y Carlos I. Sintió el peso de la responsabilidad cuando tuvo que restaurar los fueros de Oviedo y Avilés y con el original llegó a levantarse de madrugada a vigilar el baño en el que lo dejaba sumergido para hidratarse.

"Aquí pasa algo y me muero, pensaba". Han pasado por sus manos decenas y decenas de piezas de enorme relevancia y valor histórico, pero si se le pregunta por lo más importante duda. Junto a lo documentalmente muy valioso escogerá todo aquello que a lo mejor no lo parece, pero que llega con una fuerte "carga afectiva".

"Estando en Barcelona, por ejemplo, me trajeron del Museo de Historia de Cataluña un listado con todos los presos que se llevaron al campo de concentración de Mauthausen. Ahí yo tengo que confesar que siento una vibración especial. Aparecía un nombre y al lado algo muy simple, una persona de referencia que podía ser su madre, su hermano o su tía, y quedaba el gran silencio de lo que habría sido la vida de esa persona… Hay quien te trae una Biblia que tal vez no tiene un gran valor, pero que era de su bisabuelo y te dice que con ella han rezado sus abuelos y sus padres y a mí esa dimensión humana me da un plus que a lo mejor otros restauradores no tienen".

Ella reza mientras restaura y además de restaurar estudia. Coautora de El papel en los archivos (2009) y firmante de un centenar de artículos sobre la restauración del documento gráfico y el estudio del papel, ha intervenido en investigaciones que aportan una visión novedosa del oficio en la que la filigrana –la marca que se deja en los documentos al fabricarlos– ya no es el único elemento identificador del papel, que pasa a ser analizado a través de todas sus características físicas para esbozar una tipología según las épocas.

Con esa información se ha generado una base de datos que en la actualidad tiene unos 2.500 registros y recopila cerca de 200.000 datos sobre los papeles analizados.

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