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sábado, 18 de octubre de 2025

Andanzas misioneras. Por Monseñor Jesús Sanz Montes O.F.M.

Llegaban despacio con sus flores recién cortadas en los matorrales del camino angosto. Algunos traían un pequeño cirio con sus manos temblorosas y decididas. Había sonado la campana y su tañido llenó todo aquel inmenso valle salpicado por diminutos caseríos que daban nombre a los pueblitos, mientras te encontrabas a la llegada por simpáticos canes de todas las razas, y gallinas revolucionadas de aquí para allá, junto a los puercos y cabras que hacían de fauna amalgamada que te daba también la bienvenida. Era domingo y poco a poco, la iglesita pobre y sencilla se fue llenando de aquellas gentes de rostro oscurecido y tostado por el sol implacable a casi dos mil metros de altitud. Unos saludaban en español, otros en mixteco, pero el acento mexicano era reconocible en sus palabras y sus gestos. Los niños merecían una atención muy especial. Sus ojitos abiertos de par en par, sus vestidos coloridos que representaban una fiesta a la mirada que en ellos se clavaba con agradecimiento. Saludaban cortésmente moviendo sus manitas como queriendo hacerse cómplices de una visita inaudita, y su inocente alegría te encendía el gozo llenándote verdaderamente el alma.

Ha sido un viaje misionero más acompañando a los dos sacerdotes y un diácono de nuestro presbiterio asturiano donde están incardinados, aunque pertenecientes a la comunidad de Lumen Dei, y que inician su labor evangelizadora allí en aquel rincón de México lleno de contrastes y desafíos. Se trata de un ámbito de gentes muy sencillas con un nivel de pobreza que resulta patente, y con una dignidad cristiana que te conmueve cuando entre ellos te adentras. Sedientos de la Palabra de Dios, hambrientos del Pan de Jesús, como oyentes del Evangelio y mendigos de la Eucaristía. En su trayectoria creyente han heredado la devoción tierna a la Virgen, cuya advocación guadalupana sostiene la fe de grandes y pequeños.

En esa celebración entonaron sus cantos con todo ardor y empeño y, estoy seguro que habrán hecho sonreír al célebre coro de los ángeles, haciendo las delicias del buen Dios con aquellas voces sinceras de alabanza. Una joven mamá me comunicó que quería casarse por la Iglesia con quien desde hace pocos años era el padre de sus hijos. Era una hermosa y madurada decisión de ambos, mientras venían acompañados de su prole entre dos meses y cinco años: tres preciosas niñas junto al pequeñín recién nacido que te robaba la atención viéndole dormir en el regazo de su madre. ¡Con qué sencillez tan plena de encanto y dignidad venían para que la Iglesia les acogiese como familia cristiana!

También me buscó un señor metido en años, que venía con su pesar profundo. Su vaca acababa de morir en circunstancias extrañas. Más allá de lo que pudiera explicar el triste desenlace, sin esa vaca tenían difícil sobrevivir él y su familia. De ahí que no era simplemente la muerte del animal, sino que con ella se moría en buena medida su esperanza. Lógicamente no hicimos funeral vacuno, pero sí que rezamos para que su esperanza no se apagase y aquella familia saliese a flote con la ayuda de Dios y la caridad solidaria de los hermanos.

Aquellos caminos casi intransitables en la época de lluvia como acontece en cada otoño se ven alguna vez alterados por la presencia de militares o paramilitares que tratan de remediar, o a veces de provocar, una violencia propia de los ajustes de cuentas cuando la venganza conquista el corazón, o también de las malas andanzas en los corredores del narcotráfico que por esos lares se dan. No obstante, por más que te impresione verte apuntado con una metralleta por un encapuchado que te hace un control en esos caminos de montaña, no deja de ser la excepción en la vida cotidiana de nuestros misioneros que recorren esas veredas yendo al encuentro de un pueblo buscador del bien y la paz que sólo Dios sabe dar. Bendita labor misionera que nos permite recordar lo importante de nuestra vida cristiana al anunciar el Evangelio. Una diócesis no puede perder este espíritu misionero jamás. Hoy es el Domund.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, OFM
Arzobispo de Oviedo

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