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domingo, 13 de abril de 2025

Estar en la procesión de la vida. Por Monseñor Jesús Sanz Montes O.F.M.

Ha llegado la fecha que aguardábamos un año más. Y ya tenemos a la mano en el horizonte la Semana Santa. Nos lo van recordando los hermanos cofrades que ensayan con sus pasos las procesiones que desfilarán por nuestras calles y plazas sacando a las afueras lo que en el interior de nuestras iglesias celebramos con honda fe en esos días especialmente religiosos. Son dos citas y dos modos de expresar la misma realidad cristiana: la liturgia y la religiosidad popular. Con la entrada de Jesús en Jerusalén entramos de nuevo en la semana grande del año cristiano. Los preparativos de estas cinco semanas precedentes nos han ayudado a esperar y vivir estas fechas que se acercan con una renovada conciencia de que, si bien Cristo ha resucitado, nosotros no, o al menos, no en todo. Tenemos necesidad, pues, de poner en nuestra vida el bálsamo de la misericordia y del perdón que Jesucristo nos ha traído.

En los aledaños del Coliseo de Roma, suele verse un grupo jóvenes vestidos de romanos (de los de antes): casco, espada en ristre, lanza y escudo, capa roja y faldilla a la usanza imperial. Sorprende ver al típico grupo de japoneses (de los de ahora) que se abalanzan eufóricos hasta los romanos para hacerse todo un reportaje fotográfico, que deberán pagar religiosamente. ¿Cómo no presumir después ante quien sea de unas fotos con los héroes supervivientes de la campaña de las Galias? De seguro que se permitirán esta broma. Me viene este pensamiento al recordar que dentro de unos días veremos por nuestras calles también a romanos y nazarenos, a niños hebreos y sibilas cantarinas. ¿Se trata sólo de eso: de una puesta en escena de cosas que sucedieron hace muchos siglos para que los paparazzi nipones nos inmortalicen? ¿Se trata, tal vez, de un piadoso recuerdo que exhibimos en nuestras calles y plazas a golpe de tambor?

Sin duda que nos podrán hacer fotografías, y estaremos encantados. También es cierto que recordamos piadosamente así el mejor sentimiento religioso de nuestra devoción popular. Pero las procesiones de Semana Santa tienen un hondo calado y un mayor significado. Es aquí en donde propiamente podemos cifrar la verdadera hondura de este gesto de procesionar: si lo hacemos simplemente por inercia costumbrista, por folclore de estos días, o como un recuerdo vivo lo que supuso aquella procesión histórica en la que Jesús el Señor recorrió nuestra vía dolorosa para abrirnos a la vía dichosa de la salvación. No se contradicen estos tres motivos: debemos mantener nuestras costumbres y tradiciones, vivir con empeño nuestro folclore religioso, y saber el por qué y el por quién lo hacemos. El problema vendría cuando todo se reduce a costumbre y folclore sin que haya nada ni a Nadie que recordar.

Cuando logramos integrar estas razones, entonces resulta que somos ayudados para continuar de un modo nuevo en la procesión de la vida, esa que a diario recorremos vestidos con nuestros habituales atavíos, acompañados por las personas que nos rodean por motivos familiares, laborales o amistosos, en el vaivén de nuestras cosas. También ahí, en la procesión de la vida, nos encontramos con vías dolorosas y con vías dichosas, sin romanos, aunque algún que otro japonés pueda aparecer. Será la mejor señal de que los cristianos hemos entendido el significado de nuestras procesiones de Semana Santa, si logramos caminar el resto del año al paso de Jesús, convirtiéndonos en cireneos disponibles que ayudan a llevar el peso en tantos de nuestros prójimos hermanos, como hace el Señor con cada uno de nosotros. Esta es la andadura distinta y no distante en la que nos aventuramos al llegar estas calendas entrañables de una Semana Santa realmente inédita. Ojalá nos dejemos sorprender por ese Dios que jamás nos aburre.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm,
Arzobispo de Oviedo

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