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domingo, 27 de abril de 2025

El que vino con agua y con sangre. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Concluimos con en este día solemne la Octava de la Pascua. Segundo domingo que San Juan Pablo II denominó en el Jubileo del año 2000 de "la Divina Misericordia", en referencia a esa devoción tan arraigada en su Polonia natal y vinculada a la religiosa Santa Faustina Kowalska, quien recibió del Señor unas revelaciones especiales en relación a su inagotable misericordia para con nosotros los pecadores. En muchas parroquias ya está entronizado su cuadro en el vemos a Jesús resucitado con las marcas de los clavos en manos y pies, y brotando de su corazón, lo mismo que el viernes santo -el día que empieza la novena de la Divina Misericordia- sangre y agua. ¿Y que tiene que ver esto con la Pascua? Pues todo; es lo que los católicos hemos celebrado siempre después de confesar los pecados mortales al menos una vez cada año, en peligro de muerte o si se ha de comulgar y, especialmente, por Pascua de Resurrección. Por eso siempre se ha hablado del "cumplimiento pascual". La Pascua no es sólo para llevar el agua bendita a casa, sino muy particularmente para mejorar y volver al Señor por medio de la confesión y la comunión más frecuente. El Señor por su pasión, muerte y resurrección nos ha salvado por pura iniciativa de su misericordia.

Quizás un saludo con el que podríamos felicitarnos la Pascua podría ser repetir las palabras del Resucitado: ''Paz a vosotros''. Esta Octava Pascual la hemos vivido algo agitados: los medios de comunicación nos vuelven locos con hipótesis, mentiras y elucubraciones sobre si el Papa que ha muerto esto, o el Papa que va venir lo otro. No nos dejemos arrastrar por los cálculos del mundo, vivamos la Pascua con santa paz pidiendo al Señor que le conceda el descanso eterno al Papa Francisco que ha sufrido mucho los últimos meses, e implorando al Paráclito para que nos regale pronto un nuevo Papa que no importa de donde venga ni qué currículum tenga o de qué color sea su piel. Lo importante es haya un nuevo sucesor de San Pedro para que haga lo que han hecho todos los papas en estos 2025 años: ''conformar en la fe a sus hermanos''... Hasta qué extremos llegan las ideologías que ayer por la noche un compañero me pasaba un fragmento de la homilía de un sacerdote de Gijón donde públicamente afirmaba que el Papa Francisco había acertado a descubrirnos que Dios era misericordia, cosa que no habían logrado los anteriores... Tal vez este sacerdote no se leyó las encíclicas de los Papas anteriores, pues ahí tenemos el bellísimo escrito de San Juan Pablo de 1980 ''Dives in Misericordia'' (Dios es rico en misericordia) o la primera encíclica de Benedicto XVI del año 2003 ''Deus Cáritas est''' (Dios es amor). La misericordia del Señor no es invento de ayer; ya en el ángel Gabriel había dicho a San José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

La Pascua es un tiempo especialmente sacramental, muchos han recibido el bautismo o lo recibirán en estos días; la confirmación, la primera comunión, la unción de enfermos... Y es que por medio de los sacramentos, especialísimamente los de iniciación cristiana, nos incorporan al misterio pascual de Cristo Resucitado uniéndonos más profundamente a Él. Este domingo y toda esta semana era llamada antiguamente la semana ''in albis'', pues los catecúmenos que eran bautizados la noche de Pascua vestían un alba blanca hasta este día en que les era retirada: ¿Cómo está la túnica espiritual de nuestro bautismo, cómo está nuestra alma? Si tiene manchas de pecado aprovechemos este tiempo de gracia ''para alcanzar misericordia y hallar la gracia que nos auxilie oportunamente'', como nos dice san Pablo.

Con toda la Iglesia y unidos al Salmista damos gracias al Señor "porque es bueno, porque es eterna su misericordia". Y en concreto esa misericordia la visualizamos hoy en el evangelio en la escena del incrédulo Tomás, que es un reflejo de tantos de nosotros que seguimos sin creer a tantos testigos que hoy nos gritan «Hemos visto al Señor»... Así es el amor de Dios, comprensivo incluso con los suyos que ni le reconocen ni le creen vivo tras haber compartido años a su lado. Jesús no reprocha su falta de fe, como tampoco lo hace con la nuestra; viene a nosotros, se acerca hasta el punto de dejarse tocar para que comprendamos que su amor no es genérico, sino personal e intransferible. Tomás quería tocar a Jesucristo resucitado palpando sus heridas, también nosotros lo tocaremos dentro de un instante y lo comulgaremos. Si nuestra fe vive tribulación vayamos en su búsqueda, propiciemos ese encuentro íntimo y personal con Él. Para pasar de la incredulidad a la fe debemos atravesar el camino de la duda, sólo así llegamos a la evidencia de que Cristo no sólo vivió, sino que vive y nos envía a dar vida al mundo dándole a conocer. 

Tomás sólo abre los ojos a la fe con las cicatrices de la Pasión, con las heridas del amor, especialmente de ese costado abierto del Salvador del que sigue brotando agua y sangre, símbolos de la vida bautismal y eucarística de los miembros del cuerpo eclesial. Que no nos pase la Pascua sin pena ni gloria: aprovechemos este tiempo bellísimo para ir al encuentro del Resucitado, para caer en la cuenta de que no hablamos de un fantasma, para sorprendernos volviendo a redescubrir lo que se nos había olvidado, que Él ''va por delante de nosotros a Galilea''... Quizá necesitamos como Tomás caer de nuestra soberbia que nos aleja de Él y de los hermanos, o reconocer nuestra fe vacilante que necesita la humillación de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”... Dejémonos inundar por la alegría pascual, por la experiencia de tantos testigos que nos invitan a actualizar esta experiencia de la sorpresa ante el sepulcro vacío. El Señor no nos deja, también hoy se hará presente aquí en medio de nuestra comunidad sobre el altar ante nuestras pobrezas, incredulidades o torpezas. Él sigue queriendo abrir nuestra mente y nuestro corazón a la Buena Nueva del Evangelio. Como dice un bello responsorio breve de la liturgia de las horas, Jesucristo es ''el que vino con agua y con sangre''. Es el que está vivo y nos regala la vida que no acaba y que supera todo cálculo racional, dado que su misericordia no tiene medida y es eterna.

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