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domingo, 9 de marzo de 2025

''Mientras era tentado por el diablo''. Por Joaquín M. Serrano Vila


Hemos comenzado este tiempo de gracia, adentrándonos en el desierto cuaresmal con la imposición de la ceniza el pasado miércoles. Nos encaminamos a la Pascua; nos preparamos para ella, y así nos lo quiere recordar la palabra de Dios en de primer domingo para que no pensemos que la preparación se limita a ver los días pasar, sino a la conversión a la que estamos llamados de forma personal. Como en la Iglesia hay pecados y pecadores, a queremos ser Iglesia "a mi manera" sin renunciar a mi pecado, pues como Dios sabe ya como soy y me quiere, pues entonces nada tengo que cambiar... Es verdad que la Iglesia la formamos pecadores, personas de carne y hueso con múltiples fallos y errores, pero lo que nos debe diferenciar es precisamente ésto; que se note que somos de Cristo, que su reino ya ha comenzado en nosotros y que siendo ejemplares otros, no crean que no puedan descubrir también al Señor en nosotros. Cuando hacemos de la mediocridad rutina, y pretendemos que el Señor aplauda y apruebe nuestro comportamiento de pecado, en realidad estamos dejando que triunfe el demonio y se salga con la suya. Así en este domingo nos encontramos con un Jesús que no toma el camino fácil, que es evitar aquello que le puede sacar del camino, sino que se adentra en el desierto precisamente para enfrentarse cara a cara con las tentaciones que, a fin de cuentas, es batallar contra uno mismo. Así nos lo dice el evangelista: ''el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo''. Esta realidad la conocen muy bien las personas que ayudan a las víctimas de las adicciones: el juego, la bebida, las drogas... Uno de los pasos más duros es volver a recuperar la vida perdida, recobrar la normalidad, pues cuando pasan junto al bar, la sala de juegos o el parque donde consumían se produce la guerra interior entre lo que el cuerpo les pide y lo que la razón advierte.

La primera lectura del libro del Deuteronomio nos regala unas palabras que interpelan: ''Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión''. A nosotros nos ocurre como el pueblo de Israel, sabemos que estamos esclavizados, en nuestro caso por el móvil, la comida, las palabrotas, el internet, el tabaco, la pereza, los cotilleos, los problemas familiares, la lujuria, el odio... Pero nos pasa como a los israelitas que dudaban de Moisés: ¿para qué aventurarnos a marchar a una tierra prometida por buena que sea, si aquí en Egipto aunque nos maltraten tenemos comida y trabajo aunque sea en situación miserable?... Esto es lo que nos ocurre también a nosotros: nos hemos acostumbrado a las cebollas egipcias, y como llegar a la tierra que mana leche y miel nos cuesta y supone ponerse en camino a través del desierto, preferimos quedarnos como esclavos de todo. Por eso el salmista canta orando: ''Quédate conmigo, Señor, en la tribulación''; que no significa que el Señor se quede a vivir conmigo mientras me regodeo en mi pecado, sino que lo haga para ayudarme a salir del pecado y  de la mala inercia que tengo que me lleva a pasar malos, duros y oscuros momentos, hasta que pueda ver la luz. Hubo una época en que se habló mucho de Cristo como libertador, y de su liberación, pero precisamente esa fue la época en la que la teología fue más esclava de las ideologías, pues cuando se pretende asfixiar y manipular el evangelio bajo determinadas teorías filosóficas, sociológicas o ideológicas, o en un refrito de todas, se pierde la autenticidad de la Buena Noticia, se tergiversa la verdad de Dios y desaparece el cariz de lo sobrenatural como origen y fin de nuestro destino. Una de las grandes "víctimas" de esas corrientes falsarias ha sido el sacramento de la penitencia, donde verdaderamente experimentamos la libertad cada vez que proponemos levantarnos de nuestras caídas. 

El evangelio de este domingo nos presenta el conocido pasaje de "las tentaciones"; el icono donde poder evaluar el encuentro entre el mal y la miseria que acompaña nuestra vida de pecado, y la virtud que propone la Cuaresma con la perspectiva trascendente de la Pascua, pues el demonio se va hacer presente en nuestro día a día; unas veces nos ganará él y otras nosotros, pero no se va a rendir nunca y va a seguir intentándolo siempre. San Lucas concluye el relato diciéndonos no que Jesús derrotó a Satanás y no le volvió a molestar, sino que nos ''Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión''... Siempre está buscando la oportunidad de alejarnos de Dios y de lograr nuestra ruina espiritual y nuestra condenación. He aquí la lucha inacabada de nuestra condición humana y cristiana: seguir el camino del Señor en su plan de salvación para mí, o seguir uno propio a sus espaldas inducido por el demonio... Jesús se retira al desierto no por ingenuidad u orgullo, sino para darnos ejemplo en nuestro camino y lucha. El Catecismo de la Iglesia Católica en su nº 539 nos presenta esta escena como un anticipo de la Pascua: ''Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre''. 

Si nos fijamos en el orden de las tentaciones y su significado, vemos que primero está la tentación del beneficio propio, de darle al cuerpo lo que pide; en el caso de Jesús vemos que como estaba ayunando y sentía hambre, el diablo le propone convertir las piedras en pan. Esta tentación también la vivió el pueblo en el desierto cuando se volvieron contra Moisés y empezaron a peguntarle: ¿para qué nos hiciste salir de Egipto, para morir en el desierto?... Y el Señor les envió el maná desde el cielo, mientras que a nosotros nos da algo aún mayor como es él mismo en su presencia eucarística. La segunda tentación es la del poder: el demonio le promete darle poder y gloria si se postra ante él y le adora. También esto lo vivió el pueblo elegido cuando en el desierto adoraron a un becerro de oro; cuántas veces nos postramos ante los diosecillos de quita y pon de nuestro mundo con tal de subirnos al carro del poder... Y, finalmente, la tercera (aquí hay un cambio de orden; otros evangelistas ponen esta "tentación del alero del templo" como la segunda, pero San Lucas la pone intencionadamente como la tercera). El diablo lleva a Jesús a lo alto del templo de Jerusalén diciéndole lo que estaba escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”: ¿busco en mi vida obedecer a Dios o que Dios obedezca mis planes? He aquí otro anhelo del pueblo errante en el desierto, no poder tener un lugar físico donde alabar al Señor, la ausencia de ese espacio del templo como signo mesiánico. ¿Y por qué San Lucas pone esta tentación como la tercera y no como la segunda? Pues en opinión del Evangelista, en Jesús todo empieza y termina en Jerusalén.

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