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sábado, 22 de febrero de 2025

Desde nuestro brocal: Desde Rusia con amor… y esperanza

En estos días se nos hace presente la grave preocupación por nuestra vieja y desnortada Europa cuando seguimos oyendo tambores de guerra que pueden acabar en una expropiación de la tierra y de la historia del pueblo de Ucrania, por los intereses prepotentes de los nuevos amos del mundo, entre el histriónico tío Sam y el ambicioso Zar. El gran talento de Fiodor Dostoievski hablando de la música rusa decía que había tristeza en sus notas, una noble nostalgia: el anhelo de un bien ausente perdido o que no acabamos de encontrar.

Hay momentos que vivimos con nuestros avatares más íntimos y personales, o con las cosas que suceden en el derredor más cotidiano, que pueden impedirnos tener una perspectiva amplia. Corremos el riesgo de dejarnos llevar por la euforia de una conquista o por la depresión tras una derrota y pensar que todo está para siempre conquistado o que lo hemos perdido para siempre. Ni una ni otra cosa son verdad. Cada momento tiene su fecha, su escenario, pero la vida viene de antes y seguirá después, aunque ahora pase por este momento. Alguna vez he contado que conocí la historia de Palinha: una mujer de más de noventa años que siempre vivió en su tierra natal del Kazakistán. Ella fue educada en la religión católica, aprendió a amar a Dios, a amar a sus prójimos y a llenar de ese doble amor al Señor y a los hombres –tan distinto e inseparable–, cada rincón de las diversas circunstancias.

Toda su existencia estaba abrazada por ese Misterio que tiene nombre, rostro y corazón: Dios. Toda la vida era acompañada por esa Presencia que en cualquier situación encendía su luz, te ungía con su bálsamo de ternura, o abría una vez más los caminos de la verdad, de la paz y la justicia. Dios formaba parte de la vida… como uno más sin ser uno cualquiera. No era ese intruso e inevitable personaje con el que había que convivir forzosa y enojosamente, pagándole de tantos modos el peaje en el tránsito de la vida. Ese Dios mal vecino, visita pegajosa, fiscalizador de gozos, pesadilla de los sueños, temor todopoderoso… no tiene que ver con la fe cristiana ni con lo que Jesucristo nos ha revelado. Puede darse que responda a una patología religiosa de la que no somos ajenos y en la que no hemos sido inocentes, pero lo que Jesús nos ha dicho y lo que los santos han vivido, nada tiene que ver con esa cruel caricatura que tanto daño nos ha hecho y que tantos ateos, agnósticos e indiferentes ha generado. Evidentemente, no era el caso de Palinha. La he visto en un documental que me pasaron unos amigos italianos que han ido hasta allí como sacerdotes misioneros. Se encontraron con Palinha y ella rompió a llorar de la alegría. Yo reconocía en esa anciana mujer, una imagen de los viejitos bíblicos Ana y Simeón al ver a Jesús que era presentado por sus padres en el Templo: aquellos ojos gastados seguían brillando con una luz que nada ni nadie fue capaz de apagar hasta que se toparon con aquel para el que su mirada nació.

También Palinha, cuando llegó la revolución rusa que en nombre de la libertad tantos cepos y cadenas impondría, vio cómo le arrancaban las expresiones religiosas: prohibieron sus signos externos, condenaron a la clandestinidad el culto, destruyeron el arte y transformaron los templos, ningunearon hasta el asesinato a los sacerdotes. Pero esta mujer les decía a sus hijos que vendrían tiempos en donde nuevamente podrían vivir con libertad a Dios. Es lo que ella reconoció en el rostro de mis amigos sacerdotes: que el Señor no engaña, y que tras tantas penúltimas palabras duras y desconcertantes que a veces la vida nos impone, Dios sabe cuándo y cómo nos dirá una Palabra que sostendrá la esperanza y espantará nuestros temores, cuando los dictadores mendaces terminen su triste conquista que se devora así misma en los imperios que caducan. Él se reserva una última Palabra que será la más hermosa, la más justa y la mejor, esa que tiene que ver con la bondad, la verdad y la belleza que nos salvan. ¡Quién tuviera para esta palabra el corazón abierto y limpia la mirada!

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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