Noviembre es mes de hojas caídas y de olor a crisantemos. Días de visita a los camposantos y de recuerdo de tantos seres queridos que ya nos dejaron. Pero luego la realidad de la muerte es de todos los días y no se aviene a fechas fijas. Su rostro es trágico y doloroso. Los cristianos no somos más listos que nadie en este tema. La centralidad de Cristo resucitado en nuestra fe debería ser potente foco en este asunto, pero no siempre lo es.
Pensadores como J. Guitton y Julián Marías nos reprochan el haber orillado ostensiblemente el tema de la muerte y resurrección en nuestra catequesis y en nuestra predicación. Quizá si. Y si así fuera, ¿que otra noticia mejor tendríamos para anunciar?. ''Si ya no se predica esta espera de eternidad, una religión acaba por parecerse a un club humanitario, e incluso a un sindicato o partido político'' (L. Sciascia). ''Católicos'', escribe Félix de Azúa, ''no os dejéis arrebatar la gloria de la carne. Que, sobre todo, el cuerpo sea eterno es la mayor esperanza que se puede concebir y sólo cabe una religión cuyo Dios se deja matar para que también la muerte se salvara''.
Quisiera dar diez pasos con mis lectores por si les llevan, o me llevan, a alguna parte.
1. La muerte es un hecho terco. Si se la ignora, ataca desprevenidamente. Si se la silencia, se cuela por las rendijas. La persona lúcida la mira de frente; y el cristiano la ve con los ojos de Cristo.
2. La muerte es rasero que iguala. Venimos desnudos y desnudos abandonamos el mundo. Todos somos iguales al morir, aunque se sea príncipe o simplemente ciudadano, famoso o anónimo. La muerte es observatorio de humildad y sencillez. ¿Nos suena que somos barro?.
3. La muerte, y su antecedente, la enfermedad, nos ayuda a relativizar. Son demasiadas las cosas por las que luchamos: puestos, dineros... Esas maletas no pasan la frontera, se quedan aquí. Existe una riqueza eterna: el amor. El que ama triunfa sobre la muerte.
4. La muerte avisa de que hay que querer a la gente en vida. Querer mientras es tiempo. Recuerdo una deliciosa historia que cuenta E. Galeano de aquellos indios ''shuar'' en la selva ecuatoriana llorando a una abuela moribunda. Alguien, venido de otras culturas, preguntó: ''¿Por qué lloran si todavía está viva?. Y contestaron: ''Para que sepa que la queremos mucho. Que no se nos vaya sin saber nuestro cariño. Que lo sepa a tiempo''. Cuando sobreviene la muerte nos damos cuenta de lo inútiles que resultan lamentos, flores y homenajes póstumos cuando no ha habido intimidad a tiempo. En vida, en vida... porque si no, a buenas horas.
5. La muerte evalúa el proyecto. El proyecto ambicioso de ser persona. La vida nadie se la ha dado a sí mismo: es el mayor de los regalos. Corremos el riesgo de dilapidarlo. Toda vida es breve a la hora de sacarle el mejor partido. El proyecto del cristiano es un proyecto con Dios y el prójimo al fondo.
6. La muerte es un revelador de coherencia. Se muere como se vive, la vida y la muerte más apacible s la que ha alejado el temor y descansa en la confianza porque ha sembrado el bien y la justicia.
7. La muerte no es la máxima evasión. Cielo y tierra comienzan aquí. Cuando se ama se vive ya en el cielo, si bien todavía no a tope. Cuando se respeta, ama y sirve al otro, se construye el cielo. Pero con odio y egoísmo se propicia el infierno. Creer en la vida eterna no significa olvidarse de trabajar aquí por un mundo nuevo y mejor, porque el Reino ya está sembrado.
8. La muerte barrunta plenitud y realización. Existe una virtud preciosa, más olvidada y no menos urgente que la fe y el amor, y se llama esperanza. Acercándonos a Cristo muerto y resucitado oteamos la falta de ser humano. Vivimos y morimos con el anhelo de dar esa talla.
9. La muerte es puerta que se abre. Creo en la vida eterna. No tenemos mejor mensaje que anunciar. Vivamos mucho o vivamos poco ''hay un lugar donde podemos ir y nos recibirán'', se cantaba en aquella vieja canción. ''Voy a prepararos sitio'', dijo Jesús. Y vida eterna es también cita de reencuentro con los seres queridos. Será la más plena comunión. La vida eterna no comienza el día d, hora h, sino que llena de sentido cada minuto de los que vivimos.
10. La muerte es ''hermana muerte''. Así la llamó Francisco de Asís. Reconciliarse con la muerte de cada uno es difícil y a la vez gratificante. Dios está ahí como el portor del trapecista. Nosotros, trapecistas, tenemos que volar y el portor estará allí, indefectiblemente, para agarrarnos cuando demos el salto. Lo dijo Jesús: ''Padre, en tus manos pongo mí espíritu''. Cristo venció a la muerte. Confianza
*Artículo publicado en La Nueva España en Noviembre de 2003 por el Párroco de La Resurrección de Gijón. El autor falleció el 22 de marzo de 2021.
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