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domingo, 6 de octubre de 2024

''Una sola carne''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


En este Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios que la Iglesia pone ante nosotros para ser proclamada, interiorizada y llevada a nuestra vida, seguramente nos parecerá políticamente incorrecta, pues aborda una realidad que nuestra sociedad rechaza abiertamente hasta el punto de considerar ofensa que estos textos sigan interpelando hoy. Hablamos del plan de Dios para el matrimonio católico, un asunto delicado de exponer, pues el hombre moderno ya tiene su sentencia dictada sobre este asunto: la Iglesia está anticuada; la Iglesia margina; la Iglesia vive al margen de la realidad presente... Sin embargo, las personas que afirman con rotundidad estas opiniones se olvidan de algo fundamental, como es que nadie se ha sacado de la chistera que el matrimonio ha de ser para toda la vida, que sólo hay sacramento válido entre un hombre y una mujer, que los cónyuges han de vivir en fidelidad etc... No son moralinas que se le ocurrieran a tal Papa o tal cardenal pudiendo ser cambiadas hoy, sino que la Iglesia nos enseña qué es lo que Dios quiere.

¿Y como sabemos qué quiere o espera el Señor sobre esto? pues nos basta adentrarnos en el evangelio de este domingo tomado del capítulo 10 de San Marcos. Jesús habla con libertad; mejor dicho con total, absoluta y rotunda libertad ante la pregunta tendenciosa de aquellos fariseos: ''¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?''. Evidentemente, Jesús les deriva a ley mosaica, que para los judíos es incluso asequible, pues contemplan el divorcio y el repudio; sin embargo, Cristo cierra esa posibilidad afirmando: ''Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre''. No es Moisés quien deja clara la indisolubilidad del matrimonio, sino Jesucristo. Normalmente hablamos de que en tiempos de Jesús había normas muy rígidas, y tenemos la imagen algo idealizada de que el Mesías viene a volverlo todo más light. Nada de eso; en este caso concreto vemos cómo se cumple la advertencia: ''no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud''. Aquí tenemos un caso clarísimo, pues en tiempos de Jesús el divorcio estaba asumido social y religiosamente, y es Él quien predica por vez primera contra esta práctica.

En la primera lectura que escuchamos este domingo se proclaman los versículos tan hermosos del segundo capítulo del Génesis, donde se nos presenta al Creador que ya ha creado al hombre y, sin embargo, considera que no es bueno que esté sólo, con esa sentencia final que Jesús les recuerda a los fariseos en el evangelio: ''Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne''. ¿Qué ocurre entonces entre el concepto de aquel pueblo que en sus orígenes redacta el Génesis teniendo claro que el hombre y la mujer se unen para toda la vida hasta el tiempo de Jesús, que tiene que recordarles esta verdad olvidada? Pues que se habían relajado hasta el punto de pedir a Moisés que normalizara esta práctica de poner fin a las uniones conyugales. No voy a entrar en debates de tipo moral o político; me quedo con un hecho claro: en España y en Europa el matrimonio católico está pasando por una fuerte crisis, la familia está en crisis, la natalidad está en crisis; todo repercute de un modo u otro: ¿Cuál es quizá entonces uno de los elementos que fallan?: La fe en Dios y en uno mismo, pues nuestros jóvenes se equivocan pensando que no necesitan a Dios, cuando queda de manifiesto que ni ellos mismos se ven con fuerzas ni valor para vivir la aventura del matrimonio. Si el Señor te llama a la vida matrimonial no tengas miedo, aunque haya dudas: confía, que Él te dará la fuerza necesaria para vivir el camino de esta vida con esa persona que, sin duda, Dios puso en tu camino...

Jesucristo en su vida terrena se posicionó y caminó a contracorriente; a esto es llamada la Iglesia en este milenio, a ello también somos invitados nosotros. No diseñemos un Cristo a nuestro gusto y medida, no nos quedemos con los que nos suena bien y desoigamos aquello que nos chirría en los oídos. Como nos enseñó San Juan Pablo II: ''Solamente la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien''. Que no nos asusten los datos y las cifras; tiempos peores hemos vivido y ojalá volvamos a ver los buenos antes de que este mundo llegue a su fin; mientras tanto, que nos consuelen las palabras de San Pablo en su epístola a los Hebreos: ''El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos''. Somos una familia difícil de contar en los cinco continentes, y todos en este día, en los rincones más dispersos e inimaginables del planeta nos reunimos en torno al altar para llamar a Dios ''Padre nuestro''. En este mes de Octubre, mes del rosario y las misiones, pidamos a María de forma especial por los matrimonios y las familias, el futuro de la Iglesia por recuperar. 

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