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miércoles, 18 de septiembre de 2024

La Exposición del Santísimo Sacramento: Ni talismán ni remedio supersticioso. Por Guillermo Juan Morado

(La puerta de Damasco) La Conferencia Episcopal Española, en su colección de “Libros Litúrgicos”, ha publicado de nuevo el “Ritual de la sagrada comunión y del culto a la eucaristía fuera de la misa” (Madrid 2024), así como un subsidio titulado “La exposición de la sagrada eucaristía. Fundamentos, sugerencias y materiales” (Madrid 2024). Es evidente que no es lo mismo un ritual que un subsidio y que, en consecuencia, no tienen la misma autoridad vinculante.

No obstante, no cabe despreciar el subsidio que, tanto en su introducción como en su primera parte – “El dogma de la presencia real de Jesucristo en la eucaristía y sugerencias pastorales” –, aporta elementos de discernimiento teológico importantes para una pastoral sacramental adecuada, recta, en conformidad con la fe y con lo que la Iglesia pide al respecto.

Donde la referencia eclesial normativa se desdibuja, se abre el campo a la subjetividad y a sus posibles delirios. Si el “yo creo” no se inserta “en” y se deja modelar “por” el “nosotros creemos” de la Iglesia, todo tiende – la historia así lo pone de manifiesto – a ir a peor. No es un fenómeno nuevo. Ya el concilio de Trento advertía frente a ciertos excesos: “Quiten también de sus iglesias aquellas músicas en que, ya con el órgano, ya con el canto, se mezclan cosas impuras y lascivas; así como todo comportamiento mundano, las conversaciones inútiles y profanas, los paseos, los estrépitos y los voceríos, para que la casa del Señor parezca y pueda llamarse con verdad casa de oración”.

En el posconcilio Vaticano II, muchos abogaron por suprimir el culto a la eucaristía fuera de la misa. Si se reservaba el Santísimo Sacramento era para que comulgasen los ausentes en la celebración de la misa, no para adorarlo. Esta alternativa excluyente – comunión o adoración – es contraria a la tradición de la Iglesia. Ya san Agustín enseñaba que nadie puede comulgar debidamente a Cristo en la eucaristía sin adorarlo.

En el momento presente, parece que se puede oscilar hacia un extremo contrario, y también viciado, por falta de equilibrio. Parece olvidarse que la presencia de Cristo en la eucaristía es sacramental – se da en un signo sensible – y sustancial – la realidad última que cambia, en la transustanciación, es la realidad de Cristo, pero los accidentes siguen siendo los de las sagradas especies del pan y del vino -. Por tanto, la presencia real de Cristo en la eucaristía no se puede entender en términos puramente “simbólicos”, como si la sustancia no cambiase, ni puramente “fisicistas”, como si, además de la sustancia, cambiasen también los accidentes. Como leemos en el mencionado subsidio: “Cristo no bendice más y mejor, o más cerca o más lejos por desplazar la custodia, bendecir individualmente, o exponer al Señor en cualquier lugar como para simular que está físicamente presente como en las escenas del Evangelio”.

Reserva eucarística y celebración eucarística no se pueden desligar. Ni se puede, en consecuencia, celebrar la adoración al Santísimo fuera del altar consagrado de una iglesia. La exposición del Santísimo no es un “medio” para otra cosa; es un “fin” en sí misma; es adoración, reconocimiento gratuito de la grandeza de Dios, y jamás puede ser instrumentalización supersticiosa del sacramento de la presencia de Cristo para otros fines, incluso para otros fines buenos.

Me permito una última cita del subsidio: “ni se puede ni está previsto instrumentalizar el Santísimo Sacramento expuesto para otras finalidades que la de manifestar la fe de la Iglesia en la presencia real. El Santísimo en la custodia, por tanto, no puede ser utilizado para hacer cordones sanitarios antivirus pandémicos, para hacer pensar a los fieles desde los campanarios que Dios no se olvida de ellos, para bendecir los campos o pedir la lluvia, para realizar oraciones teatralizadas como si Dios te hablara desde la custodia, para realizar curaciones físicas o para expulsar demonios y desinfestar un domicilio de la presencia maligna. Cualquier abuso en este sentido, además de no confesar rectamente la fe de la doctrina eucarística, supone una instrumentalización del Santísimo Sacramento como talismán y como remedio supersticioso, y una falta de fe y confianza en los sacramentales que la Iglesia ha instituido para estos fines concretos”.

Bienvenida la edición del “Ritual” y del “Subsidio”. No se trata, solo, de hacer cosas, ni siquiera con buena intención. Se trata de hacerlas bien, tal como la Iglesia pide que las hagamos. Sin caer en el subjetivismo absoluto y/o en la superstición.

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