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miércoles, 4 de septiembre de 2024

El Obispo protomártir de la persecución religiosa española. Por Jorge López Teulón

(Victor in víncolis) A la muerte de monseñor Juan Bautista Luis y Pérez, las notas necrológicas afirman que “los sucesos de la revolución han producido una víctima más. Nuestro Ilustre Prelado se encontraba en Madrid porque así convenía a su quebrantada salud, cuando se desarrollaron en esta ciudad los estragos cometidos por los sediciosos que al ser conocidos por el Dr. Luis Pérez, produjo en su ánimo tal impresión, que no pudo soportar. El delicado estado en que se encontraba fue agravándose y el lunes por la noche entregó su espíritu al Señor”.

La noticia, aparecida el 9 de noviembre de 1934, la tomamos del diario Región, periódico que siempre siguió una línea tradicionalmente católica, y que fue editado en Asturias desde 1923 a 1983.

El periodo de esa persecución religiosa comienza, como tantas veces hemos explicado, el 11 de mayo de 1931 (con la quema de conventos en varios puntos de la geografía española; no hubo víctimas); luego durante la revolución de octubre de 1934 (hechos a los que se alude al principio de esta reseña; aquí podéis leer lo que ya explicamos en 2011:


Finalmente, los martirios sufridos durante el trienio de la Guerra Civil española (hasta la muerte del beato Anselmo Polanco Fontecha, obispo de Teruel, el 7 de febrero de 1939 -aunque posteriormente también hay más mártires; incluso alguno que murió, por heridas del martirio, después del 1 de abril de 1939).

Monseñor Juan Bautista Luis y Pérez

Don Juan Bautista, el obispo de Oviedo, ocupaba la sede desde 1921, y durante la revolución de octubre de 1934, se encontraba enfermo en Pola de Gordón. Al informarle, el 6 de octubre, del asesinato de 34 eclesiásticos de la diócesis, perdió el habla y murió en Madrid al mes justo, el 6 de noviembre de 1934.

Así se narra en este artículo Necrológica de un muerto ilustre, publicado en el “Boletín Oficial del Obispado de Tortosa”:

Cuando más se podía esperar de su gran preparación y madurez, colocado en el lugar más destacado de la Acción Católica, una cruel dolencia, que desde el principio acusó importancia, frenó su actividad, a pesar de lo cual sus iniciativas y trabajos en este campo dejaron profunda huella.

Cuando, agobiado por su enfermedad, se hallaba pasando una temporada en Pola de Gordón, rincón de su diócesis escondido entre los montes de León, sobrevino la catástrofe de Asturias, que le dejó sin Vicario General ni Secretario de Cámara, asesinados ambos al principio de la revuelta, y redujo a pavesas su Palacio, destruyendo sus muebles, ropas, papeles, quedando solo con la ropa que vestía.

Trasladado a Madrid para continuar su cura, se hospedó en el modesto convento que en la calle de Méjico, nº 1, tienen las Religiosas Jerónimas, especialmente dedicadas a la propaganda de la Adoración Perpetua Universal (y que fueron cofundadas por Monseñor).

Agravado su mal, indudablemente por las impresiones recibidas, después de dos días de lecho y de recibir con toda devoción los Santos Sacramentos sin perder el conocimiento y casi sin agonía, entregó su alma al Señor a las diez de la noche del día 6 del actual mes de noviembre.

Ordenados el 18 de diciembre de 1915:

Siervo de Dios Francisco Lumbreras Fernández, que sufrió el martirio siendo coadjutor de la parroquia de Consuegra:

Siervo de Dios Daniel Gutiérrez Fernández, coadjutor de Mora de Toledo:

Siervo de Dios Rufino Ortiz-Villajos Plaza, capellán del Asilo de Toledo.
Siervo de Dios Avelino García Sánchez, coadjutor de la parroquia de San Justo de Toledo.
Siervo de Dios José Fernández Avilés Huerta, coadjutor de la parroquia de Alcaudete de la Jara:

Ordenados el 24 de marzo de 1917:
Siervo de Dios Benito Abel de la Cruz y Díaz-Delgado, varaplata de la Catedral Primada de Toledo:

Siervo de Dios Juan Fernández Palomino, párroco de Chozas de Canales:

Ordenado el 16 de marzo de 1918:
Siervo de Dios Casimiro Rivera Eusebio, párroco de Sonseca:

Ordenado el 23 de febrero de 1919:
Siervo de Dios Bonifacio Perezagua y García-Aranda, párroco de Yunclillos.
Ordenado el 14 de junio de 1919:
Siervo de Dios Félix Calleja Blas, coadjutor de Los Yébenes:

Ordenados el 20 de marzo de 1920:
Siervo de Dios Ursinio Pérez Chozas, párroco de Huecas.
Siervo de Dios Julián Díaz-Mayordomo Reguillo, coadjutor de la parroquia de Consuegra.

Las Jerónimas de la Adoración

Se trata de una comunidad de Jerónimas que se vio obligada a trasladarse de Méjico a España, en 1926, a causa de la persecución religiosa, viéndose acogida fraternalmente por los monasterios de la Orden hasta que consiguieron establecerse en Gijón. Don Juan Bautista deseaba tener en su diócesis un Instituto femenino dedicado a la Adoración y culto del Santísimo Sacramento. Él fue elegido por la Providencia de Dios para que cristalizase en esa comunidad contemplativa, como un carisma especial, la adoración a Jesús Sacramentado. De la página web de las Jerónimas de la Adoración tomamos estos datos biográficos.

Juan Bautista Luis y Pérez

Nació en Burriana (Castellón) el día 1 de abril de 1874, en una humilde casita. Procedía, por sangre, de un modesto hogar marinero. Siendo muy niño, por su inteligencia precoz, su hablar fácil y su comportamiento simpático y atractivo, se revelaba ya como un predestinado. A los tres años, en brazos de un familiar, era conducido los viernes cuaresmales al calvario, donde leía el vía crucis, con la admiración de la devota muchedumbre ante un niño que apenas podía sostener el librito en sus frágiles manos.

Llamado por la vocación al sacerdocio, fue ordenado en Roma el 25 de julio de 1896, por el papa León XIII. Ejerció el profesorado en el colegio de Viciana y en el seminario de Tarragona. Fue obispo auxiliar de Toledo y más tarde obispo de Oviedo el 1 de febrero de 1920. Al darse una nueva organización a la Acción Católica, la Santa Sede le nombró consiliario general de la misma.

El obispo Luis Pérez fue un escritor de altos vuelos. Es larguísima la lista de publicaciones que figura en la hemeroteca del arzobispado de Oviedo, entre pastorales, libros y comunicaciones.

Al término de sus días cuando vio agravarse su enfermedad, expresó el deseo de ser atendido por sus hijas espirituales, las Jerónimas de la Adoración y es trasladado a Madrid, a la calle de Méjico, donde las madres tenían su convento. Después de dos días de lecho y tras recibir con toda devoción los santos sacramentos, sin perder el conocimiento y casi sin agonía, entregó su alma al Señor, apoyado en los brazos de la madre María del Sagrado Corazón, el día 6 de noviembre de 1934, a las diez de la noche.

Sus restos fueron trasladados a la catedral de Oviedo para ser inhumados en la capilla de santa Eulalia, patrona del obispado, donde descansan actualmente.

Terminamos esta semblanza de un gran prelado a quien tocó vivir tiempos heroicos para la Iglesia de Asturias y supo mantener, con dignidad y prudencia, la antorcha de la fe entre persecuciones de toda índole contra la Iglesia. Sólo su oración y prudencia pudo librar a la diócesis de Oviedo de peores males. Su calma y paciencia pusieron muy alto el prestigio de la Iglesia.

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