El Gobierno del Principado de Asturias ha otorgado la distinción «Hijo predilecto» al cardenal Ángel Fernández Artime, quien ha sido, hasta hace unos días, en la Sociedad de San Francisco de Sales, vulgo «salesianos», y en su calidad de décimo sucesor de san Juan Bosco, Rector Mayor, que es así como ellos llaman al superior general.
Tiene que llegar uno a cardenal para que se le concedan públicamente los honores, que, aun sin ser príncipe de la Iglesia, merece sobradamente, cual es el caso de nuestro paisano luanquín, porque, durante veinte años, ha estado, elegido en votación por sus hermanos, en un capítulo de la orden, al frente de una congregación religiosa de riquísima historia, de importantes realizaciones sociales y de enorme proyección internacional: los salesianos.
Presentes en ciento treinta y cuatro países, los salesianos son en la actualidad casi catorce mil quinientos, pero es que la familia salesiana está compuesta por más de cuatrocientos mil miembros, pertenecientes a los que entre ellos se denominan «grupos», a saber, institutos religiosos y laicales, congregaciones, asociaciones, comunidades y movimientos espirituales. La obra y el espíritu de san Juan Bosco, y de san Francisco de Sales, su inspirador, han sido de una fecundidad extraordinaria.
Los salesianos han creado una universidad, colegios, centros culturales, misiones, casas de acogida, museos e infinidad de oratorios para la formación y la sana diversión de los jóvenes, porque para el servicio de éstos nacieron, trabajan y consagran el día a día de sus vidas. «Apasionados por Jesucristo y dedicados a los jóvenes». Así define el cardenal Fernández Artime a los salesianos. Éstos regentan, desde 1952, el Colegio Fundación Masaveu de Oviedo. Hay una comunidad de hijos de don Bosco también en Avilés.
En mi opinión, si bien en su día le fue otorgada la Medalla de Plata de Asturias a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, una congregación religiosa de gran prestigio y muy apreciada en todo el mundo, no creo que se haya dado anteriormente una de esas distinciones del Gobierno del Principado de Asturias, a título individual, a ninguna otra personalidad de tanta presencia e influencia internacional como lo es Ángel Fernández Artime.
Por otra parte, el papa Francisco lo ha hecho cardenal, incorporándolo así al Sacro Colegio de purpurados, que eligen en cónclave al Sumo Pontífice de la Iglesia, la institución más importante, extendida y activa de la tierra. La designación para ser el sucesor de san Pedro puede recaer en cualquiera de ellos. Y los de Luanco desean que, llegado el momento, sea en su querido Ángel.
Ángel Fernández Artime se siente hijo de un sueño. El de don Bosco: «el sueño de los nueve años». Tuvo más, pero es ese el que ha permanecido como el sueño inicial de la salesianidad bosconiana. Y es que sólo siendo un soñador inteligente, dinámico, humilde y esperanzado se puede realizar la magna obra que aquel gran sacerdote italiano logró llevar a cabo en el siglo XIX, teniendo que soportar cruces, sufrimientos, incomprensiones, zancadillas, penurias, calumnias, fallos, pero, eso sí, siempre asentado en la arraigada confianza de que la acción providente de Dios habría de mostrar su infinito poder en el momento oportuno y del modo silencioso y patente en que suele hacerlo.
Sobre aquel sueño de don Bosco a los nueve años escribió el cardenal asturiano el último «aguinaldo» dirigido a la familia salesiana. Ésta llama «aguinaldo» al programa que el Rector Mayor le regala por Navidad en forma de meditación para el año entrante. El que redactó para 2024 se titula «El sueño que hace soñar. Un corazón que transforma los lobos en corderos». Es, en cierta manera, el testamento que Fernández Artime deja, en su último año como Rector Mayor, a los salesianos.
¿En qué consistió el sueño? Il piccolo Giovanni Bosco vio mientras dormía una extensión de terreno en la que unos chiquillos jugaban y blasfemaban. Entonces, Jesús y María se acercaron al pequeño Juan para decirle lo que había de hacer y con qué espíritu. ¿Y qué era? Intentar transformar el campo de insano e irreverente desenfado, brutalidad e irreligiosidad en el que discurría la vida de aquellos chicos en un lugar de concordia, creatividad y festiva amistad.
¿En qué consiste el sueño de Ángel Fernández Artime? El de que su sueño se corresponda con el de Dios para la humanidad, manteniéndose en la escucha de su propio corazón y en la plena conciencia de que lo que él no haga quedará sin hacer, porque en la singularidad y originalidad de cada cual hay algo que es tan personal e irrepetible que debe ser puesto en acto en la relación con los demás.
Su sueño es, en palabras que él toma prestadas de san Juan Bosco, hacerse «humilde, fuerte y robusto», para no sucumbir desalentadamente ante los fracasos, las dudas, los errores y las dificultades que se alzan siempre en cualquier camino que haya de conducir hacia algo grande, hermoso, excelente y divino.
Su sueño es servir a la Iglesia, a los jóvenes y al mundo siguiendo a Cristo, que socorre a las gentes de Luanco y a la humanidad entera; ser servidor bajo la divina inspiración del Evangelio, con la sabiduría de san Juan Bosco, con la universalidad del catolicismo, con el espíritu apostólico de los pescadores llamados por Jesús, con la alegría de los oratorios festivos, con la cordialidad expansiva de los asturianos, con la dulzura de san Francisco de Sales, con el auxilio de la Virgen María, con el vigor juvenil de santo Domingo Savio.
Su sueño es servir a Cristo, a la Iglesia, a los jóvenes y al mundo, dándose totalmente, «usque ad effusionem sanguinis», como se espera de un cardenal, pues el rojo de sus vestiduras no es el del poder de los príncipes de la tierra, sino el de la sangre de Jesucristo, derramada por la salvación de todos, y la de los mártires, gloria de la «Sancta Romana Ecclesia», que dieron, con su muerte, el supremo testimonio de su fe en Aquel que es único Señor de la vida y de la historia.
*El autor es el Vicario Episcopal de Cultura y de Relaciones Institucionales de la Diócesis de Oviedo
(La Nueva España, domingo 8 de septiembre de 2024, en el suplemento Siglo XXI, p. 22)
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