Finalizada la peregrinación de NSC-E a Covadonga en la que participaron unos 2000 jóvenes y rebajados ya los ánimos y emociones de aquellos días, conviene prescindir de la fría crónica de hechos y adentrarse en el humus de lo vivido.
Entre 1.500 y 2.000 jóvenes venidos de todas partes de España y del extranjero se dieron cita en una peregrinación de tres días en que se recorrieron, andando, unos 100 km, lo que dista de Oviedo a Covadonga, con el único fin de caminar haciendo penitencia y orando por la Iglesia y por la salvación de España.
Juntar a tantas personas con este proyecto supone rescatar de la soledad del día a día a una generación de jóvenes y mayores que se niegan a resignarse y a pensar que todo está perdido. Una generación que tiene las cosas claras: la salvación de la Patria solo vendrá por la regeneración espiritual y moral de la misma. De nada valen las luchas políticas o las «batallas culturales» si no están alimentadas y cimentadas sobre la roca que es Cristo.
Subidas, bajadas, el tórrido sol, arena y asfalto, ampollas y fascitis, luxaciones y mareos, etc, conforman un amplio abanico de elementos adversos que, como Satanás y los espíritus malvados, buscan apartarnos del camino y hacernos creer que es imposible seguir. Sin embargo, es Dios el que cura y venda las heridas y el que provee medios mejores para seguir avanzando en este camino seguro hacia la Patria del cielo.
Pero caminar a Covadonga en esos tres días ofrece un solaz y descanso único e irrepetible: la celebración de la Santa Misa solemne en el Vetus Ordo.
Cada día de la peregrinación la Santa Misa está presente. Por un lado, la organización se encarga de montar una galería de altares sencillos y muy dignos para que los distintos sacerdotes que acompañan a los peregrinos puedan celebrar individualmente su Misa. Celebrar la Santa Misa para un sacerdote es realizar su vocación más honda y primordial, pues el sacerdote está en este mundo para eso. Ha sido elegido por Jesucristo y revestido de un poder sagrado para traer, diariamente, al Señor sobre los altares esparcidos por toda la tierra.
Sin embargo, para todos los peregrinos se ofrece la celebración solemne de la Santa Misa. Los sacerdotes que ya han celebrado individualmente o van a hacerlo pueden asistir de coro a la Misa, otros quedan en un lateral del campamento para administrar el sacramento del perdón a quienes arrepentidos lo demanden.
La Santa Misa solemne es algo que no pertenece a este mundo. No creo que haya algo más bello en este mundo que la celebración solemne del misterio cristiano.
La Santa Misa solemne no es otra cosa, dicho de manera muy simple, que el sacrificio que ofrece un sacerdote (Cristo) ayudado por el diácono y el subdiácono (ángeles) que se mueven y revolotean en el santuario en torno al sacerdote y al altar, mientras «la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso» (Lc 1,10).
Quién asiste a una Misa de este calibre queda contemplando un «algo» que está pasando mientras estoy en el «hoy y aquí» de mi existencia. Y ese «algo» se torna en «alguien» cuando el sacerdote lo muestra glorioso y triunfal en la elevación de la Santa Hostia y del Cáliz.
La Santa Misa solemne es el centro y el motivo de ser de la peregrinación a Covadonga. Es triste no poder haberla celebrado, como en otros años, dentro de la basílica, pero, a veces, Dios nos educa de esta manera tan desagradable para enseñarnos a perseverar y a fiarnos más de él.
Quizá el éxito de esta peregrinación resida, precisamente, ahí, en las dificultades y en los contratiempos. La tentación de aburguesamiento es una constante en la vida de la Iglesia. Es fácil hacer algo cuando todo está a favor, pero no es meritorio ni satisfactorio.
La celebración de la Santa Misa tradicional pasa por un momento recio y poco apacible, pero son los momentos de Dios, y así hay que vivirlos.
Aun así, la peregrinación anual a Covadonga de NSC-E es una chispa de cielo en el cañaveral de este mundo.
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