(Religión confidencial) Siempre me ha parecido que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús no era un devoción más. O al menos así lo he pretendido vivir desde que mi párroco, de niño, nos inculcó esta práctica.
Cuando en Santander los venerables padres jesuitas dejaron de hacer la procesión con la imagen del Corazón de Jesús por las calles de la ciudad en el día de su fiesta, nosotros, los jóvenes de la parroquia de San Francisco, retomamos, durante unos años, esa procesión. La organizamos lo mejor que sabíamos. Eran tiempos en los que todavía no se había producido el despegue de la religiosidad popular, ni de la Semana Santa. Y ya andábamos proponiendo esa forma de presencia pública.
Esperemos a ver qué dice el Papa Francisco en su anunciado documento sobre el Corazón de Cristo. De momento me ha llamado la atención un artículo de la edición española de La Civiltà Cattólica, titulado “Un aspecto incomprendido de la espiritualidad del Sagrado Corazón”, del P. Giandomenico Mucci, de quien no he tenido el gusto de leer nada hasta ahora.
Habla este jesuita, que tiene mucho escrito sobre espiritualidad, de lo que Vittorio Messori definió como el “sacrocuorismo” y no obvia a los que consideran que esta devoción ha estado ligada al individualismo, al sentimentalismo, a la adoración cursi.
Al margen de que hay imágenes de esta devoción que echan para atrás, no debemos olvidar el contexto histórico del nacimiento y expansión de esta devoción, el del racionalismo y las gestación de las ideologías como marcos mentales de la modernidad. Una modernidad que pretendía la deslegitimación del cristianismo, y de la Iglesia, como institución, por fuerza de los nuevos ismos basados en la verificación histórica.
Al P. Mucci le ha llamado la atención un libro de Ezio Bolis, profesor de Teología Espiritual en la Facultad de Teología del Norte de Italia, en el que sostiene “la tesis de que la devoción al Corazón de Cristo no puede ni debe confundirse con otras muchas devociones que han florecido en el pueblo cristiano, porque ella, con su simbolismo, toca lo esencial de la fe cristiana, es decir, el amor de Dios que se manifestó en la carne y en la historia de Jesús. Así lo ha entendido y lo sigue proponiendo el Magisterio de la Iglesia”.
Ésta es la clave adecuada, sin duda. No dudo que ahora pueden darse, en este momento en el que el emotivismo es la cáscara social de determinadas expresiones religiosas, incluso católicas, un “revival” de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús que haya incluso que purificar desde algunos presupuestos teológicos. Lo de purificar me da siempre un poco de repelús porque se suele utilizar para lo que no viene al caso.
El primero de esso presupuestos quizá sea ir a lo básico del cristianismo, que en el caso de la fe se llama encuentro con Jesucristo. El cristianismo no es un conjunto de prescripciones y mandamientos, sino el encuentro con la persona de Jesús. Lo demás viene después.
Si la predicación general se centra en los aspectos secundarios, en el contexto y no en el texto del cristianismo, perdemos bastante tiempo. No estaría mal insistir una y otra vez en lo central, en el texto del cristianismo, en Cristo.
Esta concentración en lo esencial tiene una ventaja práctica, no nos perdemos en debates sobre lo secundario. Ni perdemos el tiempo.
Y en segundo lugar, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús ha tenido siempre una ineludible dimensión social desde ese centro, la denominada cuestión del “Reinado social”. Una dimensión social que afecta a todos como humanidad, como lo humano compartido en lo relacional.
El magisterio pontificio, desde la “Annum Sacrum” del 25 de mayo de 1899, es claro y me parece que plantea con la lógica teológica, y el lenguaje de entonces, algunas cuestiones interesantes.
“No solamente los católicos y aquellos que han recibido regularmente el bautismo cristiano, sino todos los hombres y cada uno de ellos, se han convertido para El "en pueblo adquirido." (1 P 2:9). También san Agustín tiene razón al decir sobre este punto: "¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que El dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra. ¿Qué otro objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál sino todas las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un precio semejante!” (Tract., XX in Joan.).
En la teología clásica, santo Tomás nos expone largamente por qué los mismos infieles están sometidos al poder de Jesucristo. Después de haberse preguntado si el poder judiciario de Jesucristo se extendía a todos los hombres y de haber afirmado que la autoridad judiciaria emana de la autoridad real, concluye netamente: "Todo está sumido a Cristo en cuanto a la potencia, aunque no lo está todavía sometido en cuanto al ejercicio mismo de esta potencia" (Santo Tomás, III Pars. q. 30, a.4.). Este poder de Cristo y este imperio sobre los hombres, se ejercen por la verdad, la justicia y sobre todo por la caridad”.
Ahí es nada. Habrá que traducir estas bellas y profundas ideas.
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