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martes, 4 de junio de 2024

Help us. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

A principios de esta semana que concluye tuvieron lugar en Madrid unas jornadas, organizadas por la Conferencia Episcopal Española, sobre economía, sostenimiento y transparencia en la Iglesia, en las que fue presentado un libro sobre normativa fiscal.
Uno de los intervinientes en el acto confesó que últimamente venía observando que, así como, hasta no hace mucho tiempo, el grueso mayor de libros editados por la Conferencia Episcopal provenía de los departamentos de acción pastoral, a éstos los había adelantado ahora, en lo que se refiere al volumen de producción bibliográfica, el departamento de economía.

Tal vez porque están viniendo a menos, en la Iglesia, el pensamiento, la teología, la literatura, el arte, el testimonio, el empuje vital y la creatividad apostólica. De ser así, nos hallaríamos ante un indicativo irrefutable del estado de descomposición eclesial que pronosticaba, hace años, Louis Bouyer. Era tan grande la inquietud que le producía el considerar que esa preocupante deriva de la Iglesia aconteciese, que Pablo VI, conversando en cierta ocasión con un prelado de la Curia romana acerca de la posibilidad de que eso llegase a suceder, le dijo: «Hemos de procurar que no sea así».

Todo esto viene a cuento porque nos hallamos ante unas elecciones de nuestros representantes en el Parlamento europeo y lo que los medios de comunicación social nos trasladan acerca de los candidatos es que están hablando de todo menos de Europa: que si la esposa de uno, que si hay que ponerles un pie delante a los otros, y todo así.

Para saber de qué va la cosa hay que leer los programas que han colgado en las respectivas páginas web. Con todo, no resulta fácil saber en qué se distinguen de aquellos que ofrecen en las campañas electorales ordinarias para el Congreso y el Senado de nuestro país, que versan también, por lo general, sobre agricultura, ecología, desarrollo, empleo, emigración, inclusión o sostenibilidad. O sea, los mismos. No es que se hayan matado precisamente en pensar y decir algo original.

Y es que esos son asuntos importantes, cómo no, pero se ve que la prioridad se la llevan la eficiencia reactiva ante ciertos problemas, el pragmatismo y la tecnocracia, mas no la búsqueda de la cohesión, que es el elemento constitutivo y el más importante del proyecto europeo, del que penden, como de una percha, los programas, las leyes y las acciones políticas concretas que emanan de la cámara de representantes en la Unión.

En realidad, se trata, pues, de hablar allí, en Bruselas, de lo mismo que aquí, en España, sin que se pueda apreciar en los candidatos, ni en unos ni en otros, una doctrina, una mirada global o una idea de Europa, siendo, pues, sumamente urgente el que se recupere el alma del proyecto europeo.

¿Y la Iglesia? En el capítulo 16 del libro de los Hechos de los Apóstoles se refiere cómo llegó el cristianismo a Europa. Pablo vio en sueños a un macedonio que le suplicaba: «Ayúdanos». El apóstol atendió a esta petición y se fue a Filipos, colonia romana, en donde, en coloquio con unas mujeres, sembró la semilla del Evangelio, que prendió, como primicia, en el corazón de una de ellas, la empresaria Lidia, primera conversa a la fe en Cristo y primera bautizada en nuestro continente.

Europa, que hoy no habla griego, sino inglés, implora, como aquel macedonio de los tiempos de san Pablo, a la Iglesia: «Help us». Necesita el Evangelio que anuncia la Iglesia. «Ayúdanos», le dicen las personas y los pueblos que viven, se afanan y esperan sobre el solar europeo. Y, aunque consideren que, con la disolución de la noción de Dios en sus intelectos, han alcanzado una meta de desarrollo humano impensable anteriormente en la inconmensurable historia de la humanidad, necesitan a Cristo, al que conocen, admiran, respetan y estiman de aquella peculiar manera con la que se relacionan con él quienes dicen negar su naturaleza divina.

Y le piden a la Iglesia que les hable de él con la libertad, autenticidad, diafanidad, sencillez y proximidad con las que ella ha de aparejarse constantemente a sí misma, sin desdibujarse en la adopción de erráticas estrategias, sin traicionarse por seguir cualquier suerte de intereses mundanos, sin sucumbir a la hoy frecuente fascinación que fútiles tecnicismos de limitada inmanencia ejercen en los ánimos humanos, y ejerza limpiamente la misión que le compete realizar en medio de quienes reclaman su ayuda y para que se manifieste ante ellos, con indubitable sinceridad, como el espacio inigualable de luz, verdad, concordia y trascendencia que esperan y desean que sea.

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