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domingo, 16 de junio de 2024

''Con un grano de mostaza''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Nos encontramos al partir el pan como cada domingo hacen los cristianos desde los comienzos de la Iglesia. Compartimos también nuestros bienes con la colecta, nuestra necesidad de sanar las heridas pidiendo perdón y acercarnos al prójimo en el gesto de la paz; compartiendo la Palabra que el Señor nos regala de forma concreta y precisa para cada uno de nosotros. En este día los textos de la Sagrada Escritura giran en torno a dos realidades, una más genérica y otra más individual: el Reino de Dios al que todos somos invitados, y cómo preparo yo ese Reino que estoy llamado a preparar en mí, anunciar y empezar a construir ya aquí.

Muchas veces hemos dicho que nuestro Dios no es complicado, ni viene a nosotros con pompa y trompetería, sino que se nos presenta humilde por medio de gestos sencillos. Si nos detenemos a pensar en las predicaciones de Jesús, todos los símiles, ejemplos y parábolas que emplea no sólo fáciles de entender, sino que además no habla de cosas complejas: de una semilla, una lámpara, un racimo, un poco de sal, una higuera, un sembrador... Y es que en lo pequeño es donde se esconde a menudo lo más grande. El Señor hablaba para gente del campo, sin mucha formación, pero con una gran experiencia de vida, por ello estas enseñanzas les tocaban de cerca el corazón. Y todo el evangelio al final se resume en el anuncio del reino de los cielos, que no es como regalar entradas a un local con barra libre, sino que aquí cada cual tiene la posibilidad de responder o no a esa invitación, y lo que es más importante: que nos llegue la fecha de ser llamados por el Portero y nos encuentre preparados o sin arreglar.

Esta es la vida de los creyentes: que también en el Tiempo Ordinario hemos de cuidar la vida de oración, la caridad, la confesión frecuente, las obras de misericordia, los ratos de intimidad ante el Sagrario... Todo esto es el agua que necesita la semilla de nuestra fe, de lo cual depende que la dejemos desvanecerse, se quede raquítica o que se convierta en un árbol de fuertes raíces como ocurre con la mostaza, a la que ni el fuerte viento logra tumbar con facilidad. El apóstol San Pablo en el fragmento de su segunda carta a los Corintios que hemos escuchado indica esto de forma clara: ''porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal''. Para que la semilla de nuestra fe crezca robusta, vigorosa y no se estropee, necesitamos dejarnos ayudar, acompañar y reconocer que no podemos vivir la fe al raso. Así, al igual que la planta necesita una guía para no torcerse y de una poda periódica para no terminar como una jungla, los católicos necesitamos dejarnos guiar; que nunca la vergüenza nos frene en buscar orientación y dirección espiritual, o acercarnos al sacramento de la reconciliación; ese "pudor" es una trampa del demonio que quiere que nuestra planta se tuerza o se muera asfixiada por no quitarle la maleza que le sobra.

''Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega''... Así es nuestra vida: pasamos día tras día y año tras año esforzándonos en ser mejores, convertirnos y tratar de vivir esa santidad a la que el Señor nos llama. Y cuántas veces ocurre que cuando alguien parece que estaba acercándose a una mejoría inimaginable llega la muerte sin esperarla. Muchas veces aunque a nuestros ojos una persona no estaba madura para ir al encuentro del Creador, pero resulta que lo estaba ya con creces o, por el contrario, había descuidado su preparación dejándose a la deriva en la vida espiritual; y cuántos directamente y por desgracia viven y mueren sin descubrir a Jesucristo para que pueda plantarse en sus corazones la semilla de la fe y la vida eterna... «¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra». Lo más insignificante está llamado a ser lo más destacado; lo más pobre a ser lo más valioso; los últimos a ser primeros, así como lo más pequeño a ser algo muy grande. Nuestras medidas, cálculos o criterios mundanos nada tienen que ver con las matemáticas de Dios. Lo que nos toca a nosotros es hacer posible que nuestra pobre fe, tan pequeña a veces como el grano de mostaza, llegue a ser un árbol robusto que de sujeción a la tierra de su entorno, así como cobijo a los que pasen a nuestro lado.

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