Ha fallecido el pintor y escultor asturiano José Manuel Legazpi Gayol, que inició su andadura artística en los años de estudiante en el Seminario de Oviedo y de residente en el Instituto Español Bíblico y Arqueológico de Jerusalén, en donde colaboró como dibujante con Emilio Olávarri Goicoechea, canónigo de la catedral ovetense, en los trabajos arqueológicos que este condujo en Tierra Santa cuando se creó la benemérita Casa de Santiago en Jerusalén, de la que Olávarri fue director desde 1965 hasta 1971.
El Instituto Español Bíblico y Arqueológico, conocido también como Casa de Santiago, fue fundado por el sacerdote gallego Maximino Romero de Lema en 1955, con el fin de que, así como a los eclesiásticos españoles les era dado realizar investigaciones sobre Historia de la Iglesia en el Centro de Estudios anejo a la Iglesia Nacional de Santiago y Montserrat en Roma, tuviesen la oportunidad de seguir también cursos de Sagrada Escritura en Jerusalén, frecuentando la prestigiosa Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa, fundada por el dominico Marie-Joseph Lagrange, y visitasen los lugares en los que acontecieron los hechos referidos en la Biblia.
El interés por verificar la historicidad de los relatos bíblicos, la preocupación por conocer las lenguas semíticas y la exhumación, a lo largo del siglo XX, de los restos de ciudades importantes del Antiguo Oriente y de otros testimonios de civilizaciones desaparecidas se hallan entre las razones principales que impulsaron a los gobiernos de naciones que han tenido siempre en gran aprecio la historiografía y la preservación de lo que aún perdura de las culturas del pasado, y a algunas fundaciones particulares a crear, en Jerusalén, instituciones dedicadas al estudio de las llamadas ciencias auxiliares de la Biblia, a saber, Historia, Arqueología, Geografía, Epigrafía, Numismática, Etnología y Lingüística del Próximo y Medio Oriente.
España se incorporó enseguida, gracias a la preclara visión de Maximino Romero de Lema, a esta corriente de investigación múltiple, que, hasta el momento de la instauración de institutos altamente especializados en Oriente, estuvo, en gran parte, a cargo de religiosos, embajadores y cónsules, amantes del Mundo antiguo, destinados en las correspondientes misiones evangelizadoras o diplomáticas existentes en los países que componen el Cuadrilátero Semítico, entre los mares Mediterráneo, Rojo, Caspio y Negro.
Las revistas científicas en las que se vertieron los resultados de aquel quehacer pionero en las arriba mencionadas áreas del saber atestiguan la seriedad, el rigor, la calidad, la minuciosidad y la trascendencia de una admirable empresa cultural acometida desde diferentes vertientes en un contexto ampliamente interdisciplinar.
A la Casa de Santiago, que es propiedad de la Conferencia Episcopal Española, la cual ha confiado su gestión a la Universidad Pontificia de Salamanca, se hallan asociadas importantes vías de investigación, de ámbito internacional, como son, entre otras, las que tienen que ver con los manuscritos de Qumrán, la literatura midrásica y la targúmica, y los orígenes del cristianismo.
En lo que se refiere a las excavaciones arqueológicas, merecen ser destacadas las dirigidas por Emilio Olávarri Goicoechea en El Khiam, Khirbet Arair, Ammán, Tel Medeineh y Jerash; por el sacerdote cántabro Joaquín González Echegaray en Mogaret-Dalal y El Khiam; por el dominico asturiano Juan A. Fernández-Tresguerres en Khirbet es-Samra y Jebel al-Mutawwaq; y por el agustino leonés Florentino Díez Fernández en el Santo Sepulcro y San Pedro in Gallicantu.
Las generaciones jóvenes sostienen, en su deriva hacia el adanismo, que el de ayer fue un mundo en blanco y negro; sin embargo, en eso no andan acertadas, y uno, que ya peina canas, suscribe aquella confesión de Plutarco, que es extensible a otras muchas áreas de la cultura: “Yo quisiera haber sido zapatero en Atenas para que a mi casa viniera Sócrates a sentarse a departir a mi lado”.
Y es que, incluso sin haber tenido la proyección universal del célebre filósofo griego, los grandes que ha habido en el campo de la ciencia bíblica y de la arqueología han sido verdaderos colosos, pertenecientes a una estirpe hoy cuasi extinta de titanes en cuanto a la erudición, el léxico, el estilo literario, la ponderación y la sapiencia. Avistaron espacios inexplorados en territorios lejanísimos y supieron cómo adentrarse en ellos. En tiempos, además, en los que la actual tecnología se encontraba todavía en pañales, por lo que solamente desde su intelecto, admirablemente configurado, podían entrever y colegir aquello que, décadas más tarde, los modernos métodos de análisis e investigación han otorgado su plena confirmación en cuanto a la veracidad de los resultados, dando figuradamente la razón a aquella noticia que se lee en el libro del Génesis (6,4): “Había por entonces gigantes sobre la tierra” (Gigantes autem erant super terram in diebus illis), pues gigantes eran, en efecto, de la ciencia y de la cultura.
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