En este Tiempo de Pascua encaminados hacia la Solemnidad de Pentecostés, nos reunimos en este Domingo IV en el que la liturgia de la Palabra nos invita a contemplar a Jesucristo con dos símiles muy expresivos que nos ayudan a entender el papel del Resucitado en nuestra vida: en primer lugar se anima a ver al Señor como la piedra que ha de cimentar nuestra existencia. En la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo es precisamente Pedro -la piedra del Colegio Apostólico- quien aclara que ellos no hacen milagros, sino que todo el poder radica en ''el Nombre de Jesús el Nazareno'' y, seguidamente, el que había negado al Señor hace una definición magnífica sobre lo que les ha ocurrido y les ocurre a los que le persiguen, odian o no creen en Él al afirmar «Él es la “piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”. No hay salvación en ningún otro, pues "bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". Este es Jesús, la pieza del rompecabezas que a tantos les falta en su vida, por eso buscan en todas partes la forma de llenar ese vacío sin ser capaces de logarlo, pues únicamente el Señor da plenitud a nuestra existencia si le colocamos en el centro de nuestra vida para dar consistencia a todo lo que sin Él se tambalea. No hay mejor punto de apoyo ni cimentación más sólida y segura para construir de forma duradera nuestra vida de fe. Sólo Él puede sostenernos, como ha venido sosteniendo a la Iglesia y su difícil misión en el mundo a los largo de estos dos mil años de historia.
Y el otro símil o imagen a contemplar en este día es el de Jesús como Buen Pastor, ejemplo tan querido por el pueblo fiel que da nombre a este cuarto domingo de Pascua. A menudo podemos caer en el error -incluso los creyentes- de que somos autónomos, de que nos bastamos a nosotros mismos y de que toda decisión, obra o camino se debe a nuestro sabio criterio. Pero nada de eso; el Señor se vale de mil y un formas que ni imaginamos para orientarnos, dirigirnos o convocarnos. Él, como Pastor fiel llama; nosotros unas veces como oveja dócil respondemos y acudimos, mientras que en otras ocasiones nos hacemos los sordos y vamos a riscos peligrosos lejos de las sendas seguras que Él nos había señalado. Así será toda nuestra existencia terrenal, un continuo discernir haciendo uso de nuestra libertad entre escuchar su voz o escuchar otras voces, entre estar dentro del redil o fuera, entre encaminarme a los pastos buenos y eternos o al barranco de mi propia perdición. Podemos arriesgar a dejar a un lado nuestras seguridades y autosuficiencias y dejarnos en sus manos, o podemos seguir buscando otros pastos aventuradamente sin tener muy claro cómo puede terminar esa expedición.
Cuando vemos esas imágenes, efigies o estampas tan tiernas de Jesús con la oveja al hombro, en brazos o acariciándola, debemos de pararnos a pensar: no es una postal bucólica sin más, no es un anuncio paisajístico, sino que esa oveja o cordero que Cristo mira, toca, cuida y mima soy yo: eres tú, sosegado por su vara y cayado, conducido hacia fuentes tranquilas, guiado por el sendero justo, sabedores de que a su lado nada nos puede faltar, que sólo Él repara nuestras fuerzas, haciéndonos recostar en verdes praderas, y hasta caminando por cañadas oscuras nada tememos sabedores de que va con nosotros.
Seguimos en el Tiempo Pascual, un tiempo marcado por el sentido de la muerte y la resurrección de Jesús: una vida entregada hasta el final y rescatada de la muerte por amor. Desde entonces, Jesús mantiene con nosotros una relación singular. Nuestra fe no es una afirmación teórica, sino una experiencia de relación personal con Él. En este Domingo tan especial debemos abrir los ojos a esta verdad; Dios no se desentendió de nosotros una vez fuimos creados, la Pascua tiene sentido por la muerte y resurrección de Jesucristo por nuestra salvación, e incluso tras resucitar no quiere dejarnos solos, sino que nos asegura su presencia continua y constante como así lo sentimos cada día en la eucaristía, en los sacramentos y en tantos momentos tristes y alegres de nuestra jornada. Ahora que por desgracia salen con frecuencia los pastores asturianos en la televisión por los problemas que tiene con el aumento de lobos, vemos cómo es su vida: ¿Qué hace un pastor?... estar pendiente siempre del rebaño, cuando hace frío y calor, cuando le apetece y cuando no, cuando toca reñirlas por desobedecer o darles una caricia por ser dóciles; cuando toca curarlas por que se han herido, o llevarlas a la esquila cuando se acerca el verano... Un pastor nunca abandona a su grey, cuanto menos Jesús nunca nos dejará de su mano y cuidado...
En este Domingo se celebra también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, y hemos de pedir por el aumento de éstas a todos los estados de vida, pues la vida consagrada, misionera, matrimonial, laical o sacerdotal, implican todas ellas un seguimiento radical de Jesús, tratando de ser fieles en esa llamada de vida concreta y buscar lo que se nos pide en esa vocación de vida, al igual que Él es fiel a nuestro pastoreo. Y es que el Señor no es asalariado; no le mueve el interés, sino el amor.
¡Feliz Domingo del Buen Pastor!
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