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domingo, 28 de abril de 2024

''Permaneced en mí, y yo en vosotros''. Por Joaquín M. Serrano Vila


Dentro de este tiempo exultante de Pascua, la palabra de Dios en este Domingo V nos llega como una seria advertencia, y es que podemos caer en el error de pensar que como Cristo ha resucitado ya no debemos preocuparnos de nada, ya nos podemos relajar y disfrutar de la vida; como nos ama y nos quiere hasta haber dado su vida da igual lo que hagamos o dejemos de hacer. La respuesta a los problemas de nuestra Iglesia, la cual vive momentos de crisis en Europa, en España, en cada barrio y pueblo donde cada día son menos los fieles, nos hace ver que la transmisión de la fe en nuestros hogares ha fallado: los seminarios y noviciados pasan por escasez vocacional y no hay relevo generacional en la vida ministerial, religiosa ni tan siquiera laical: ¿y en qué hemos fallado? Pues en que muchas veces no hemos permanecido fieles al Señor, y por nuestra propia cuenta intentamos mil aventuras "originales" que fracasan, y así se nos lo recuerda el evangelio: ''Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí''. Si enfocamos nuestro vivir en clave cristiana, la caridad como un éxito propio, el anuncio como un vender mis genialidades y tratar de hacer una Iglesia al gusto propio naufragaremos; así nos lo advierte el mismo Señor: ''sin mí, no podéis hacer nada''. 

No vivimos tiempos buenos, no cotiza al alza hoy ser católico; la realidad que vivimos "ad extra" es hostil, y "ad intra" apática y desalentadora. Quizás muchos encuentren en este momento de cierto caos la excusa perfecta para desentenderse de la vida de fe y vivir al margen de Dios, que como decía aquella canción tosca y "rural": ''es lo que se lleva ahora''... No abramos nuestros oídos a los susurros del maligno que desea a toda costa la perdición de nuestra alma, hemos de mirar a la Santísima Virgen y como Ella permanecer firmes junto al Señor, aunque todos huyan, lo nieguen  lo oculten. El temor es natural, así lo vemos en aquella primitiva comunidad cuyas peripecias acompañan este Tiempo Pascual en que hacemos lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, en lugar de textos del Antiguo Testamento. Es un recordatorio también de que lo dirá San Pablo: ''lo viejo ha pasado y lo nuevo ha comenzado''. En concreto en la lectura primera de hoy vemos a ese Saulo que ya ha abierto los ojos de la fe, para ser el Pablo que llega a Jerusalén y busca poder reunirse con los apóstoles y su comunidad; sin embargo, como nos dice el autor del texto:  ''trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo''. He ahí el miedo a ser señalados, a sufrir, a ser testigos del Señor con nuestra vida y nuestra muerte. 

¿Por qué la Iglesia en España vivió en los años cincuenta, sesenta y setenta tanta abundancia vocacional y de fe en los hogares y sociedad, e incluso aún hoy en buena medida vivimos de esa herencia?... El secreto son nuestros mártires; los laicos, familias, religiosas, sacerdotes, seminaristas, religiosos y obispos martirizados por odio a la fe que supieron entregar su último aliento perdonando a sus verdugos. Seguro que tuvieron miedo humano, pero tenían tan claro que Cristo ha resucitado y les aguardaba en su gloria que no dudaron en entrega su vida por amor como lo hizo el mismo Señor. Esa sangre inocente que regó el suelo de España hizo florecer la realidad de nuestras Iglesias locales. Y es lo que me viene a la mente al escuchar estas palabras hoy: ''Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante''... Este ejemplo que nos queda tan cercano nos sirve para entender por dónde va la idea que nos quiere transmitir el Señor: que hemos de permanecer unidos a Él siempre, a las duras y a las maduras; ahí vemos claramente las palabras del Maestro: ''Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante''. Vivimos en algunos lugares y movimientos de la Iglesia una corriente más ideológica que pastoral muy impropia que pretende exigir a la jerarquía que la verdad católica se adapte al mundo, y esto es otra trampa de Satanás para echar sal el campo de la fe. 

Cuando nuestra ideología política, criterios o propia visión histórica se impone al Evangelio o se antepone a Cristo, termina muriendo y al final nos quedamos con ideas propias y un evangelio ideologizado, pero estaremos muy lejos de la verdad de Jesucristo. No es fácil ser discípulo de Jesús, pero tampoco imposible; evidentemente debemos ser cada día como el Bautista, esforzándonos en menguar nosotros para que crezca Él dentro de nosotros: ¿Realmente "el Señor es mi alabanza en la gran asamblea? Este salmo es un grito de fe, una respuesta a aquel "Dios mío ¿por qué me has abandonado?..." Aquí el salmista está reconociendo que la promesa del Señor se cumple, que restablecerá la justicia auténtica donde el humilde será enaltecido, y donde se subraya la condición que se nos pide de ser fieles a Él cumpliendo nuestros votos, nuestro compromiso bautismal, sin omitir la premisa de que es necesario morir para resucitar. Que nos sobra la palabrería y nos hace falta dar ejemplo siendo fieles a la eucaristía, a la confesión, a la vida de caridad, oración y misericordia. Tal como nos pide San Juan en la segunda lectura: ''no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras''.

El evangelio de este día lo entienden muy bien los que tienen viñas en sus pueblos, por eso Jesús usa este ejemplo,  pues aquella era una zona vinícola. Hay tres realidades: lo malo, lo regular y lo bueno. Primero está lo malo, que es lo que no da fruto y que somos nosotros si dejamos enfriar nuestra fe, empezamos a faltar a la misa, no nos confesamos, no rezamos... y entonces nos secamos como una planta sin agua: ¿sirve para algo un racimo seco en la viña? No; ocupa sitio y gasta agua para nada, por eso dice el Señor: ''A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca'', y más adelante explica a qué se debe esto: ''Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden''. Es este un símil de la condenación: ¿puede haber peor fuego que estar lejos de Dios?. Luego está lo regular, lo que se tuerce un poco pero que no es para tirar directamente, sino que se necesita podar, quitarle aquello que le sobra para que crezca con más fuerza como el resto de sarmientos buenos; eso es lo que ocurre cuando pasamos por el confesionario, quitamos esas cañas malas para empezar de cero e intentar dar fruto de nuevo. Y la poda no es sólo para lo regular, sino para lo aparentemente bueno, para que sigan mejorando pues estamos llamados a dar fruto continuado, no hacer una obra buena únicamente y cruzarnos luego de brazos, sino que ''a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto''. No veamos la dificultad, miremos la meta donde Cristo resucitado nos aguarda; seamos auténticos discípulos suyos permaneciendo en Él, para que Él permanezca en nosotros. 

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