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martes, 16 de abril de 2024

Misas sin alzar. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Lo comentaban aquellas buenas mujeres: nos gusta más la misa de Marisol, solo que la dice sin alzar…

Como pueden imaginar, Marisol se encargaba de la liturgia de su parroquia cuando el párroco estaba ausente, cosa que sucedía con relativa frecuencia. Y esta buena mujer, como ahora se dice, se fue empoderando al punto de que sus celebraciones eran casi misas, pero… lo único, que las decía sin alzar. Es más, fue tomándose tantas confianzas que si en verdad propiamente no podía ofrecer la misa y aceptar estipendios, en la práctica, aplicaba el rezo por tal o tal intención y no rechazaba un donativo.

Con el grave problema de la falta de sacerdotes y el deseo de suplir como sea su carencia, hoy se multiplican las misas sin alzar y las soluciones que sean para tapar un hueco. Leía el otro día que el obispo de Rímini acaba de poner una parroquia en manos de un diácono permanente que se ha instalado en la casa parroquial con su señora y sus niños. Mal negocio el de la confusión.

En pocos años tendremos sacerdotisas y obispas por el viejo método de que total Marisol, la hermana Gundisalva y Lucía, la de Villamontaña del Páramo, llevan años atendiendo la parroquia, dirigiendo el rezo, distribuyendo la comunión y aplicando sus oraciones por el alma del último difunto. Confusión y relativización de la figura del sacerdote, reducido, en el mejor de los casos, a funcionario reponedor de reserva eucarística.

El ejemplo del diácono de Rímini es un paso más hacia la protestantización de nuestras parroquias católicas. Total, ¿qué más da un pastor que el diácono casado, con su mujer y sus niños?

La escasez de sacerdotes necesita otras soluciones. La primera, difícil pero imprescindible, es estudiar qué ha pasado para que en pocos años se haya llegado a esta situación de tan grave carestía vocacional. Preguntarnos por qué diócesis enteras, zonas enteras, se han quedado sin vocaciones y sacerdotes en apenas unos años. Algo falla. Preguntarnos por qué en algunas partes del mundo, por ejemplo Nigeria, abundan las vocaciones.

Y luego buscar soluciones que para nada empañen, desdibujen o vayan ninguneando la figura y el ministerio del presbítero. Al revés, que sigan marcando la identidad, la triple función de enseñar celebrar y regir del sacerdote, la importancia fundamental del sacerdote. No olviden que una Iglesia sin sacerdotes no puede subsistir.

Si no somos conscientes de lo que pasa, en pocos años, muy pocos, nos acostumbraremos a la misa de las monjas, que es casi lo mismo que la de D. Jesús, solo que sin alzar, qué más da, y a las parroquias regidas por el diácono o laico Fulanítez, instalado en la casa parroquial con la familia, que tampoco es tan distinto a cuando estaba D. Jeremías. Nos acostumbraremos a una Iglesia sin sacerdotes. Y, en consecuencia, sin sacramentos, especialmente penitencia y eucaristía. ¿Se imaginan? Pues ese es el peligro. Que nos acostumbren, que nos acostumbremos, a una Iglesia sin sacerdotes. Y si no hay sacerdotes…

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