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martes, 9 de abril de 2024

Los caminos del Señor llevan a Oviedo

(La Razón) Las diversas tradiciones sobre el rostro de Cristo, impreso de forma milagrosa en una tela, remontan en último término a la imagen de Edesa, un retrato en lienzo del santo rostro que le llegó al rey Abgar de Osroene, según la tradición el primer monarca cristiano, de manos de un discípulo cercano a los apóstoles. Esta tradición remite, por un lado, al paño de la Verónica, pero también al sudario de Cristo tras su descendimiento, con su amortajamiento por José de Arimatea y Nicodemo. Hay una larga historia acerca del paradero de estos lienzos. La leyenda, acrecida por escritores diversos ya en tiempos de Constantino, se ha extendido por Oriente y Occidente, sobre todo entre los siglos IV y VI.

Corre esta tradición en paralelo con la de la Vera Cruz, que también hunde sus raíces en la época de Constantino y que, como esta reliquia, en cierto momento se multiplica y se expande por todo el orbe cristiano. Los testimonios sobre el sudario de Oviedo hacen pensar en una recepción iconográfica temprana al hilo de la controversia sobre la representación iconográfica de lo divino que atenazó al cristianismo primitivo, ya desde el concilio de Elvira en el siglo IV hasta la controversia iconoclasta en el VIII.

Otros testimonios acreditan la leyenda en el siglo siguiente, cuando un peregrino en el «Itinerarium Antonini Piacentini» refiere la existencia de una gruta cerca del Jordán donde se mostraba el sudario de Cristo. En el VII se produce la gran turbulencia en la región sirio-palestina con la captura de Jerusalén por los persas sasánidas y la pérdida de sus reliquias (la Vera Cruz). Jerusalén y las reliquias son recuperadas por el emperador Heraclio, pero pronto la región queda definitivamente en manos árabes a partir de la década de 640. Pero en ese mismo siglo un obispo franco cita el sudario, que será evocado también por el santo iconófilo Juan de Damasco en el VIII, también bajo dominio árabe y en plena controversia de los iconos. Pero el interés occidental por las reliquias se remonta ya a la época carolingia, cuando la corte de Carlomagno recibe noticias de la existencia de estas santas reliquias en Jerusalén. Desde entonces cunde una leyenda, sobre todo a partir del siglo X, sobre los objetos de poder adquiridos en Oriente por el emperador y distribuidos en multitud de reliquias a lo largo de todo el corazón de Europa desde el imperio romano-germánico. No es descabellado asociarla con el origen de la literatura en torno al Grial y la perfecta caballería, así como con el germen ideológico que luego engendra el espíritu de las cruzadas. Uno de los restos más impactantes que pertenece a esta tradición medieval de reliquias es el llamado Sudario de Oviedo, una gran tela que está en la catedral de la capital asturiana. Se documentó la solemne apertura del arca que la albergaba, entre otras muchas reliquias, en presencia del rey Alfonso VI de León el 14 de marzo de 1075, una caja que supuestamente había sido preservada del avance islámico desde esa época de pérdida de los Santos Lugares, con un itinerario legendario que pasa por Toledo, Sevilla y Cartagena, ascendiendo geográficamente hasta Oviedo.

El obispo Pelayo da un recuento legendario de estos caminos del rostro de Oviedo desde la época del visigodo Sisebuto cuando la caja llena de reliquias es transportada desde África, coincidiendo con la época de turbación en el Mediterráneo oriental de Heraclio y sus antecesores inmediatos. Luego sería llevada a Toledo hasta el final del reinado de Rodrigo y finalmente habría recalado en Asturias.

Otra leyenda la relaciona con Santo Toribio de Astorga, obispo de comienzos del siglo V que habría sido responsable del traslado de algunas reliquias, como el famoso «Lignum crucis» del monasterio que lleva su nombre en Liébana. Independientemente de la veracidad o no de esos itinerarios, que se encuentran también en otras crónicas o historias, como la silense o la España sagrada, más relevante parece la dimensión mítico-narrativa y, por supuesto, la constante devoción popular de que han gozado estas reliquias. Otro asunto es, sin duda, cómo se entrelazan sus leyendas y apariciones con las diversas fundaciones monásticas y cortes nobiliarias o regias, en este caso, en Asturias y Castilla, como legitimación política o medio de control. Y, por supuesto, el hilo de historia mitificada con la idea goticista que tiende puentes entre los reinos del medievo peninsular y el mundo visigodo, que hace a estas reliquias portadoras de la cultura cristiana.

Hoy siguen contando con un gran número de devotos: un ejemplo clave es el de este sudario ovetense, enormemente venerado y que cuenta incluso con una nutrida nómina de defensores de su autenticidad, en la disciplina que se ha dado en llamar sindonología. Hay quienes lo comparan con la Sábana Santa de Turín y, pese a lo problemático de las fuentes históricas –e incluso del análisis y datación del tejido y los restos biológicos–, piensan que estas piezas de tela podrían ser las herederas de esa vieja tradición de la imagen sobrenatural del sudario de Cristo.

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