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lunes, 29 de abril de 2024

La Bíblia de Danila. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

La abadía benedictina de la Santísima Trinidad de Cava se halla a unos tres kilómetros de la pequeña ciudad de Cava dei Tirreni, en la región de Salerno, en el meridión de Italia. A los pies del cenobio corre, rumoroso, un arroyo, el Selano, que desciende de las cumbres que coronan el parque de los Montes Lattari. Restos de un acueducto del siglo I o II de la era cristiana se mantienen aún en pie. Transportaba el agua a los predios de una familia patricia, gens Metella, de quien tomó su nombre el monte hendido por el Selano: Mitilianum.

Por encima del monasterio se encuentra el pueblo de Corpo di Cava, con hermosas casas, calles empinadas y sumamente silencioso. La naturaleza se muestra exuberante en esas montañas, tupidas de boscaje, que se yerguen majestuosas entre el Vesubio y Vietri, y contemplan, desde su altura, el azur del mar Tirreno y la feracidad de la evocadora Campania. Eso sí, un viento ululante, húmedo y frío, cumple el ingrato deber de recordar a monjes, huéspedes, peregrinos y lugareños, que el ameno paraje es también un éremo.

La abadía de Cava es imponente. San Alferio Pappacarbone la fundó en 1011. Durante los mil años de su existencia ha estado habitada ininterrumpidamente por monjes. Después de san Alferio la rigieron los abades san León de Lucca, san Pedro y san Costabile, y los beatos Simeón, Falcone, Marino, Pedro II, Bálsamo, Leonardo y León II. El actual, dom Michele Petruzzelli, proviene de la abadía benedictina de Santa María de la Scala, en Noci, en la que fue prior y maestro de novicios.

Desde 1394, en que Bonifacio IX lo elevó a sede episcopal, hasta que, en 2013, dejó de ser abadía territorial, el monasterio tuvo períodos de desigual desarrollo y esplendor. La magnificencia de la basílica, del siglo XVIII, y de las dependencias destinadas a morada de monjes, clérigos, novicios, seminaristas y empleados, permiten darse una idea de cuáles fueron, a lo largo del tiempo, su grandeza y poderío. De allí, por cierto, partieron hacia Australia, en 1844, dos monjes del monasterio compostelano de San Martín Pinario: José Benedicto Serra y Rosendo Salvado. Habían tenido que abandonar España a causa de la desamortización llevada a cabo por Juan de Dios Álvarez Mendizábal. Estos benedictinos fundaron, en 1846, la misión de Nueva Nursia, la cual llegaría a ser un faro extraordinario de irradiación cristiana en las tierras avistadas por Pedro Fernández de Quirós en el hemisferio sur, a las que bautizó con el nombre de Austrialia del Espíritu Santo en homenaje a la Casa de Austria, según refirió él mismo en el memorial octavo que envió en 1606 al rey de España,

La abadía de Cava es famosa por su archivo, ornado con pinturas de estilo pompeyano y amueblado con armarios del siglo XVIII. Pertenece al Estado, si bien el abad es su custodio, quien, con la ayuda cualificada de los monjes, vela por la preservación de sesenta y cinco códices membranáceos y quince mil pergaminos. En él se conservan tratados de san Gregorio Magno, san Jerónimo, Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo, san Bruno Astense, Pedro de Capua, Genadio, san Martín de Braga, san Benito, san Clemente I, Zacarías Crisopolitano, san Ambrosio, Inocencio III, Aristóteles, san Efrén, san Juan Crisóstomo, san Anselmo, san Cesáreo de Arlés, san Agustín, Cicerón y san Bernardo, entre otros autores.

Los documentos más importantes son los clasificados como Cava 1 (Biblia de Danila, del siglo IX), Cava 2 (Etimologías, de san Isidoro, del siglo VIII), Cava 3 (san Beda, del siglo XI), Cava 4 (Codex Legum Langobardorum, del siglo XI), De septem sigillis libri IV (obra de Benedicto de Bari, monje de la abadía; es del siglo XIII y versa sobre los principales misterios de la vida de Cristo) y el pergamino Morgen Gabe (donación de la mañana), del siglo VIII: un documento en el que el marido otorga, en la mañana después de las nupcias, un cuarto de sus bienes.

Dom Leone Morinelli, monje archivero, hojea con sumo cuidado, y guantes blancos, los códices y los pergaminos. Dice que, en la Biblia de Danila, se aprecian las trazas de dos manos, que han procurado atenerse a la contextura del soporte sobre el que han escrito, como da a entender la maña con la que se han eludido los huecos u ojos, y que la primera parte del códice es claramente superior. Se llama de Danila porque, en donde comienza el prólogo a la profecía de Ezequiel, se lee “Danila scriptor”. En el monasterio existe la idea de que podría haber sido llevado hasta allí por el antipapa Gregorio VIII, Mauricio “Burdino”, que fue obispo de Coimbra y arzobispo de Braga. Recluido como prisionero en la abadía de Cava, en 1121, habría portado consigo la Biblia y la habría donado o dejado en el cenobio. Téngase en cuenta que éste fue, por su alejamiento de núcleos de población, carcer domini papae, es decir, cárcel de papas, y que en él estuvieron presos tres antipapas. No hay que excluir, empero, que el códice se hallase entre aquellos que el príncipe salernitano Guaimario IV donó a san Alferio en 1035.

Fue Teófilo Ayuso Marazuela, reconocido especialista en Crítica Textual, quien afirmó que la Biblia de Danila pudo haber sido manuscrita e iluminada en Oviedo, en el siglo VIII o a principios del IX, y llevada a Italia por un monje que huyó de la invasión mahometana. En la edición de esta biblia, promovida en 2010 por el Gobierno del Principado de Asturias, a través de la Consejería de Cultura y Turismo, en la que, coordinados por César García de Castro Valdés, han participado Paolo Cherubini, Alfonso García Leal y José Antonio Valdés Gallego, se expone el estado de la cuestión acerca de la datación y del lugar de confección textual.

Ahora, el profesor Paolo Cherubini, Vice Prefecto del Archivo Secreto Vaticano, está estudiando las glosas que figuran en los márgenes y espacios interlineales del texto bíblico, las cuales constituirían el primer testimonio de exégesis escrituraria en Asturias. A ver qué resulta. Como es de suponer, no todos los investigadores comparten las inferencias expuestas más arriba, pero cualquier vía de investigación que se abra en otra dirección ha de tenerlas en cuenta, aunque no sea más que por la amplia difusión que han tenido. Los monjes de la abadía de Cava las conocen bien y las refieren con benedictina sapiencia a quien peregrina hasta aquella altura hermosa para ver la que pudiera ser la biblia de Asturias.

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