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lunes, 4 de marzo de 2024

En costelación. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Agradezco de todo corazón el premio El Ciervo–Enrique Ferrán de periodismo, del que me hicieron entrega el pasado 29 de febrero de 2024 en el significativo espacio artístico y universitario «Elisava. Facultad de Diseño e Ingeniería de Barcelona».

Las primeras personas que, en 1968, recibieron el galardón fueron «ex aequo» el sacerdote riosellano Salvador Blanco Piñán (1911-1987) y el periodista barcelonés Agustí Pons Mir (1947-). Al primero le fue otorgado por su artículo «Hacia nuevas fronteras de la teología», escrito cuando era capellán del monasterio de agustinas recoletas de Oviedo.

Otro asturiano, el gijonés Jordi Doce (1967-), recogió, a principios de este año, el premio Lorenzo Gomis de poesía, promovido igualmente por la revista El Ciervo, que el jurado concedió a su poema «Descenso».

Blanco Piñán fue asiduo escritor de un periódico colegial salmantino que se titulaba «Incunable», dirigido por el canonista Lamberto de Echeverría, que, en su primer número, llevaba como encabezamiento el de «Revista de la Residencia Jaime Balmes de Salamanca».

No era la única revista que nacía a la sombra de la Universidad Pontificia de Salamanca, erigida en 1940 con el fin de restaurar, en la Ciudad del Tormes, los estudios de teología y de derecho canónico, suprimidos en 1852. Otras cabeceras de esos años eran «Pax», «Ambiente» y «Reparación», que confluyeron, en 1958, en la revista que aún se publica hoy «Vida Nueva», de la que fue director Bernardino M. Hernando, segundo ganador del premio El Ciervo–Enrique Ferrán, en 1970, por el artículo «La abolición de la pena de muerte».

De esos años es también la creación de la asociación «Propaganda Popular Católica», fundada en 1955. Hoy es sello editorial PPC y está, al igual que la revista «Vida Nueva», dentro del grupo SM.

Y bajo los auspicios de la Universidad Pontificia de Salamanca nació, en 1944, la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), que comparte un mismo logo con la revista El Ciervo. Se trata del ciervo del salmo 42, que comienza con el conocido verso en latín: «Sicut cervus ad fontes». Igual que va el ciervo hacia las fuentes de agua viva, así te anhela mi alma, Dios mío.

Además, tanto en el origen de la BAC como en el de la revista El Ciervo han estado presentes miembros de la Asociación Católica de Propagandistas.

¿Y por qué cuento todo esto?

Pues porque he sido profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, columnista de la revista «Vida Nueva», director de la Biblioteca de Autores Cristianos, mi último libro fue publicado por PPC y, en 2020, recibí el Premio «Ángel Herrera Oria» de periodismo, otorgado por la Universidad San Pablo-Ceu de Madrid, promovida por la Asociación Católica de Propagandistas.

Está claro que somos seres en constelación. Así que yo debía acabar necesariamente, de una forma u otra, en El Ciervo, que es, por otra parte, la primera revista de carácter social y cultural que manejé en mi vida. En el Seminario de Oviedo. Tenía yo dieciséis años.

Recuerdo el enorme esfuerzo intelectual que por entonces yo hacía para tratar de adentrarme del modo que fuese en un mundo de ideas que me rebasaba, dada la altura de los argumentos expuestos en sus páginas y la aún poco desarrollada trayectoria cultural en aquel tránsito mío entre la adolescencia y la juventud.

Fue la convocatoria de este concurso la que salió a mi encuentro cuando tuve que presentar hace unos meses a un periodista que ganó varios premios de relatos cortos. Buscando algunos de esos títulos en la red me encontré con el argumento de la «soledad» que la revista proponía para que se escribiese una reflexión sobre esta realidad que tiene, como todo lo humano, un aspecto bifronte: belleza y negación, sentido y caos, horizontes y rutina, esperanza y decepción.

Agavillé cuatro casos reales, en los que la soledad no es una maldición, sino una posibilidad de poder desarrollar la vida personal como uno desea que discurra. El de Luisa, la señora que reside sola en un pueblo de Asturias, se corresponde plenamente con la foto de Nara Fusté, alumna de Elisava, que figura en la portada del número de la revista.

Sin embargo, los efectos negativos que la soledad está acarreando no sólo a personas ancianas, sino también a jóvenes, han llevado a los gobiernos del Reino Unido y de Japón a tomarse en serio esta situación de grave emergencia social y a crear el Ministerio de la Soledad (Ministry of Loneliness)

El teólogo Olegario González de Cardedal, amigo y colaborador de la revista El Ciervo, dice que, de los tres vocablos que existen en castellano para referirse a ella, «soledumbre», frente a «muchedumbre», sería, desde la perspectiva de las lesiones anímicas, el más adecuado, mientras que «soledad» se referiría a la necesaria distancia que se requiere para poder reconocernos a nosotros mismos y a los demás. «Solitud», el tercero, designaría la absoluta cerrazón de quien se afianza a sí mismo sin relación con nadie. Ni con los demás ni con Dios.

Reitero mi agradecimiento a Jaume Boix Angelats, director de El Ciervo, al igual que a los restantes cargos directivos y al personal de la revista por sus atenciones para conmigo, así como a los miembros del jurado que han tenido a bien concederme este galardón, que me colma de felicidad porque me une a quienes lo han recibido en ediciones anteriores con mayores merecimientos que yo y, sobre todo, porque me une a una historia intensa, poblada de personalidades de primer orden y de máxima categoría, colmada de logros y de realizaciones, como ha sido, es y será la de la revista El Ciervo.

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