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domingo, 18 de febrero de 2024

''Jesús al desierto''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

La palabra de Dios en este primer domingo cuaresmal quiere ser una interpelación del sentido de este Tiempo, que no podemos perder de vista ni en estos cuarenta días, ni a lo largo del año, ni de nuestra vida. Y es que la Cuaresma es en cierto modo una llamada al combate: ¿contra quién luchamos? Pues contra el mal, pero no en alguien físico, sino lo que es más complejo y exigente, y es que hemos de empezar luchando contra el mal que hay en nosotros mismos y que quizás ni vemos, pues lo hemos integrado como parte de nuestra personalidad, costumbres o rutinas. La Cuaresma y la Pascua son un antes y un después, y deberían de serlo en mi estilo de vida, de forma que en estos cuarenta días logre sacar de ella todo aquello que me aleja de Dios y de los demás, de manera que no sólo viva en gracia la Semana Santa, sino que realmente la Pascua próxima para la que nos preparamos sea renacer a una vida nueva, como así experimentarán los catecúmenos que en estas semanas dan los últimos pasos para el bautismo. 

En el evangelio hemos escuchado cómo ''el Espíritu empujó a Jesús al desierto'', como así hemos sentido nosotros este Miércoles de Ceniza al empezar este tiempo de gracia en el que entramos de lleno ante lo que nos sobrepasa. Y es que Jesucristo no fue al desierto únicamente a pasar hambre porque sí; o a ser tentado por el maligno porque le pareciera divertido verse al filo de la navaja; en realidad Cristo se adentra en aquella primera experiencia para aumentar su mística y perfeccionar su ascesis. Y a eso es a lo que entramos como un entrenamiento de perfección también nosotros en el silencio cuaresmal, para ser más místicos, que no significa ser ñoños o levitar, sino ser sensibles a la gratuidad de la gracia, viendo que se nos regala un don de lo alto que nos desbarda, y es que Dios nos ama sin límite alguno. Ese es un místico de verdad: el que ha descubierto que Dios es amor. Y por otro lado, se nos presenta la ascética, que supone poder acoger en mí el amor del Señor prescindiendo de lo superfluo. Por eso la Cuaresma debe ser un tiempo de mucha confesión, de pedir perdón y dirección espiritual, de hacer a diario examen de conciencia, buscando todo aquello que mancha mi alma y mi corazón, y que debería superar de una vez. Para ser santos -y ese es el camino marcado- necesitamos mística y ascesis, dejarnos amar por Dios y luchar en todo momento contra el pecado. Esto se nos plantea como un itinerario de conversión, pues esa es nuestra meta: ser santos, y si no es así, estamos perdiendo totalmente el tiempo: ¿Para qué quiere una parroquia tener párroco; para que nos diga que sí a todo; para que me diga mi misa a la hora que quiero como un mero funcionario de lo sagrado, o para que me facilite el camino hacia el cielo? El sacerdote está en la parroquia para celebrar la eucaristía y los sacramentos, para atender a los enfermos y necesitados, pero en realidad la misión es sólo una: mostrar el camino por dónde se va a Jesús. 

El evangelista que nos acompaña este año es San Marcos, que como veréis los que recordéis los evangelios de este mismo domingo en otros años es mucho más breve, dado que San Mateo y San Lucas nos cuentan todo ese diálogo entre Cristo y el demonio con las famosas tres tentaciones. En este pasaje tan sólo se nos dice: ''Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás''. Claro, el Hijo de Dios fue tentado porque se dejó tentar, porque quiso hacerse uno de nosotros, hasta el punto de asemejarse en todo a excepción del pecado. Vivimos en un mundo donde el mal campa a sus anchas y, sin embargo, nunca ha sido tan negada y omitida la existencia del demonio. Ese que no sólo nos tienta, sino que incluso nos susurra como tentar a más personas. El hecho de Jesucristo entrando al desierto y rebajándose a tener que lidiar con el maligno, cuando no le era necesario, es una muestra de amor inefable hacia nosotros, pues quiso pasar por esa realidad, no sólo para conocer lo que sentimos nosotros al ser tentados, sino especialmente para marcarnos cómo debemos plantar cara a esos cantos de sirena y hacernos sentir llamados a algo mucho más grande. 

Concluye el evangelio con las palabras con las que se nos ha impuesto la ceniza hace unos días: ''convertíos y creed en el Evangelio''. No veamos la Cuaresma como un tiempo lúgubre o triste; nada de eso, debemos hacer un esfuerzo es sonreír haciendo caso al consejo que el Señor nos regalaba en el evangelio del miércoles: ''Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará''. Que no se nos ponga mala cara por ayunar, por rascarnos el bolsillo con las limosnas, ni por rezar más de lo habitual... La Cuaresma es un tiempo bueno, es como un noviazgo; hemos de vivir estas semanas con intensidad y cuidado, pues lo que se avecina es aún mejor. Termino con un detalle bellísimo del evangelio de hoy cuando nos dice: ''vivía entre alimañas, y los ángeles le servían''.. ¿Quiénes son a mi alrededor las alimañas y quiénes son ángeles?... Y más importante aún: ¿soy yo alimaña o ángel visible para los demás?. ¡Feliz y Santa Cuaresma!

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