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miércoles, 21 de febrero de 2024

Entre la mano derecha, la izquierda, la lámpara y el celemín. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Contaban ese chiste, perdón por la broma, en el que un apóstol, tras escuchar al Maestro eso de que “dentro de poco me veréis y luego no me veréis", le respondió: “lo que más me gusta es lo bien que te explicas". Complicado el evangelio.

Acabamos de escuchar ayer en el evangelio que hay que dar limosna discretamente, rezar en tu cuarto que está en lo escondido y ayunar en secreto. Comprendido. Pero el caso es que también uno puede leer en el mismo evangelio “brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos".

Menudo dilema, porque resulta que si doy limosna discretamente, rezo en mi cuarto y disimulo el ayuno, soy una lámpara escondida debajo del celemín. Y si salgo del celemín para colocar las buenas obras en el candelero, entonces dónde se me queda lo de la mano derecha y la izquierda.

Siempre corremos el peligro de polarizarnos y así sacar las cosas de quicio. Algunos, con la apuesta por la discreción, son firmes partidarios de ocultar la identidad católica. Nada de carteles confesionales, nada de expresiones públicas de fe, nada de contar lo maravillosos que somos y cómo nos entregamos a los pobres. Esta es la apuesta del laicismo más radical, y que afectaría sobre todo a los católicos, que quizá somos los más molestos. Sinceramente pienso que esta apuesta va directamente en contra con el mandato de ser sal y luz y llevar el evangelio a todas partes.

El otro extremo es igualmente preocupante. Pasarnos todo el día en la calle, en el candelero, bombardeando por activa, pasiva, perifrástica y rimbombante la vida de la Iglesia, con procesiones un día sí y otro también, expresiones públicas de fe y merchandising profesional tampoco es lo nuestro.

A todos los niveles habrá que buscar el punto medio. Quizá la clave esté en que se muestren las acciones de la Iglesia, tanto de culto como de caridad, procurando que lo que aparezca sean las cosas de todos y para gloria de Dios. El gran peligro, porque no es fácil deslindar y porque la tentación de contar qué bueno es uno está presente, es que lo que mostremos sean las cosas que hace el P. Fulano, la reverenda Mengana, los líos del cura de Braojos, servidor de ustedes, y la gran obra de las señoras del ropero de santa Társila. Tenemos el reto de conseguir que lo que brille sea la luz de Cristo y no la nuestra propia.

Lo que sí debe quedar claro es que la obra social del P. Fulano, por encima de todo, es obra evangelizadora de la Iglesia, que la carida de la reverenda Mengana es la caridad de Cristo a través de la Iglesia, que lo que se haga en Braojos es ministerio pastoral de la Iglesia, y que las señoras del ropero lo que hacen lo hacen por amor a Cristo. Por eso, cuando veo organizaciones de Iglesia que de alguna manera escamotean su identidad, me parece que nos estamos equivocando.

Cristo tiene que crecer y nosotros, como Juan Bautista, menguar. Pero si Cristo no crece con nuestras buenas obras, es que algo estamos haciendo muy mal. Y para nosotros, los que andamos en estos líos, que nos ayude a comprender que quien tiene que estar en el candelero alumbrando es Cristo, y que lo único que nos interesa es que la gente se encuentre con Él y acuda a su Iglesia.

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