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domingo, 28 de enero de 2024

''Enseñaba... con autoridad''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

 

Continuamos en este Domingo IV del Tiempo Ordinario acompañando al Señor en los comienzos de su predicación. En concreto, el evangelio de este día nos presenta el que para el evangelista San Marcos constituye el primer milagro que obra el Señor a los ojos de todos, aunque San Juan, por su parte, nos dirá que el primero fue el de las Bodas de Canaá; no obstante, esto es secundario. El autor del texto nos describe dónde estaba Jesús: en la ciudad de Cafarnaúm, que era una población que podríamos comparar con Lugones: ¿Qué tenía de especial aquella población galilea? Pues que estaba muy bien situada, quedaba cerca de todo y se había convertido en un cruce de caminos, por lo que vivía allí gente de todas partes. Era también un pueblo pesquero donde aún hoy se conservan las ruinas de la casa de San Pedro, aunque había nacido en Betsaida. Y en concreto, este pasaje del capítulo 1 de San Marcos nos desvela cómo al llegar el sábado acuden a la sinagoga a cumplir con el precepto, y allí Jesús se pone a enseñar. Las palabras de Jesús no cayeron en saco roto; nos dice el evangelista que ''se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad''. Las personas que estaban presentes en la sinagoga de Cafarnaún se dieron cuenta al instante que no estaban ante un charlatán cualquiera ni ante ningún hipócrita, sino ante alguien auténtico que hablaba de lo que vivía, mostrando con transparencia que cuando el Espíritu Santo actúa no hay trampa ni cartón.

Y les hablaba no de cualquier manera, sino ''con autoridad'', algo que en nuestros días escasea en todos los ámbitos de la sociedad; falta autoridad en las familias, en las escuelas, en el trabajo, en la política... Y hasta en la misma Iglesia hemos perdido esa ''autoritas'' que en buena medida se nos ha ido por no imitar al Señor, logrando que nuestras palabras sean consecuentes con nuestras obras e instalándonos en una cierta mediocridad. Jesucristo desde su primera predicación ya logró trasmitir que sus promesas se habrían de cumplir, a diferencia de la conducta tan frecuente de los escribas que se dejaban la garganta denunciando cada detalle de la ley que no se cumplía, aunque luego sus vidas dejaban bastante que desear respecto a lo que Dios esperaba de ellos: decían lo que se tenía que hacer, pero ellos no lo hacían... Y nosotros hoy estamos como la gente de Cafarnaún y los discípulos, escuchando a Jesús que nos ha hablado a través de los textos de la Sagrada Escritura y, especialísimamente, del Evangelio. La antífona del salmo es un deseo para cada uno de nosotros: ''Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor''.

Pero en aquella predicación de Jesús ocurre algo muy concreto, y es que el mal se manifiesta por medio de un hombre que nos dice San Marcos que "tenía un espíritu inmundo". Lo primero que nos debería causar sorpresa es pensar qué hacía un endemoniado en la Sinagoga... Quizás vivía poseído por ese espíritu maligno, pero aún así llevaba más o menos su vida con cierta normalidad, hasta el punto de rezar como uno más cada sábado. Y, sin embargo, la voz de Cristo, su autoridad y enseñanzas, provocan su reacción y que ese mal oculto en aquella persona se manifieste con toda su violencia y agresividad. Cuántas veces somos nosotros "poseídos" por tantos males de los que nos volvemos adictos, y sólo la palabra de Jesús aquí en el templo tiene la fuerza suficiente para que reconozcamos nuestro error, muramos a la vida vieja y renazcamos a la nueva que Él nos ofrece en su Palabra. Siempre que se proclama este evangelio me gusta incidir en este mismo aspecto que ya me habéis escuchado: el demonio no es ateo como reconoce ese espíritu inmundo al afirmar: ''Sé quién eres: el Santo de Dios''. Y mirar si es listo el diablo, que sabe hasta de que pueblo es Jesucristo que le dice: ''¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?''... El maligno cree en Dios pero no le interesa convertirse, pues eso implicaría abandonar el lodo en el que ya se ha acostumbrado a vivir y al que nos llama, y esto es una tentación que Satanás nos susurra siempre al oído: ¡no vayas a misa, no te confieses, se ateo!... La mayoría de los que se dicen ateos no son realmente tal cosa, pero le pasa lo que al demonio, saben que hacerse amigos de Cristo implica renunciar al barro y al lodazal de sus vidas y que ellos han elegido por "religión". Pero incluso también en nuestros días se dan casos en los que el Señor toca con su gracia a los más alejados y les dice a su mal: «Cállate y sal de él».

Todos necesitamos a lo largo de la vida ser curados de estos espíritus inmundos que se manifiestan principalmente en nuestros apegos a lo mundano como el dinero, la fama, el poder, el tener, el placer... Y somos llamados también a imitar a Cristo que pasó por nuestro mundo "haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal": ¿Paso por la vida haciendo el bien? ¿Cómo podría curar a tanto herido en nuestro tiempo  por tanto mal?... Pronto empezaremos la Santa Cuaresma, y volveremos a interiorizar que los enemigos de nuestra salvación siguen siendo "el mundo, el demonio y la carne". El Papa incide con frecuencia en los pecados de la mundanidad y el ego, y es que la clave para afrontar esto es seguir a Jesús hasta el calvario, pues sólo dando muerte a nuestro ego, crucificando nuestras vanidades y egoísmos y muriendo ya en esta vida a nuestros bajos instintos, lograremos librarnos del espíritu maligno que trabaja en nuestro interior para que sintamos rechazo del Señor. Hubo un tiempo no muy lejano, en que los sacerdotes, las religiosas y los laicos se mortificaban hasta el punto de someter el cuerpo a penitencias durísimas. Jesús no nos pide sacar lo mundano de nosotros a base de golpes y torturas, sino con su autoridad y fuerza si le dejamos que Él viva en nosotros... 

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