Nos vemos ya en el IV domingo de Adviento que este año tiene más proximidad que otros años a la Navidad; apenas sean las tres de la tarde de este día 24 de diciembre se empezarán a celebrar en muchos lugares las vespertinas de la Natividad del Señor. Ante esto hay que explicar que se recomienda participar en ambas celebraciones, algo que explicaran los sacerdotes hoy para que nadie tenga dudas de si con la misa de la mañana ya no hace falta ir a otra: la misa del domingo es hasta el mediodía; a partir de las tres de la tarde es como si estuviéramos ya en otro estadio que será el de primeras vísperas de Navidad; por tanto, hacemos bien en acudir a la misa dominical como cada semana, y haremos bien en esta noche (00´00h -Misa de Galllo-) en que recordaremos el nacimiento del Señor participando de la eucaristía con gozo y comulgando aunque ya lo hubiéramos hecho por la mañana, pues como decimos son celebraciones distintas. Antiguamente cuando en cada parroquia había párroco y coadjutor, había misa de gallo a medianoche, misa de aurora de madrugada y la misa del día a mediodía, y los sacerdotes solían invitar a los fieles que acudieran a las tres y a que comulgaran a ellas... Pero ahora centrémonos en este último domingo del Adviento.
La protagonista de este día es Nuestra Señora, a la que hemos acompañado todo el Adviento queriendo estar a su lado en su estado de buena esperanza. Así el evangelio de la Anunciación nos ayuda a valorar cómo por María y por su Sí hizo posible que Dios llegara a nosotros, y esto se debió a la enorme fe que tenía nuestra bendita Nazarena. Su prima Santa Isabel se lo dijo sin rodeos: ''Dichosa tú porque has creído'', y hoy nosotros se lo decimos también: ¡Qué grande es tu fe, María!... En Ella encontramos el modelo perfecto de creyente; nadie vivió el Adviento como Santa María, nadie esperó al Señor con tanto amor y con tanta docilidad ante el incierto futuro como Ella. En muchos lugares de España se la ha celebrado estos días atrás como la Virgen de la Expectación, de la O, de la Esperanza... Así está la Madre buena, expectante ante la llegada al mundo del eternamente esperado. El Señor quería llegar a nosotros, y encontró un corazón que de veras le esperaba. Este es el deseo al que se nos invita al terminar el adviento y a punto de iniciar el tiempo navideño: que vivamos anhelantes, en clave de fe e ilusionados porque llega el que nos dará la fuerza para gritar a nuestro mundo desesperanzado que Él, y sólo Él, es la respuesta a nuestras zozobras.
No dejemos pasar otra navidad sin pena ni gloria; pongamos en alza la esperanza para no despreciar sino recibir a manos llenas los dones que Dios nos regala. El Señor no nos obliga a recibirle, ni va pasar lista, ni habrá castigo para quien no le reciba; si algo respeta Él es nuestra libertad, y no lleva a cabo un plan de salvación imperado. Nosotros supuestamente le esperamos, aunque quizá no nos hemos preparado en profundidad para ello, y nos puede ocurrir lo de la lectura del segundo libro de Samuel que hemos escuchado: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda»... Esto va a pasar mucho en todo el mundo durante estos días, se va a gastar mucho dinero en luces, fiestas, comida y regalos para disfrute de uno mismo y su entorno, mientras que el Señor quedará de nuevo sin posada en nuestro corazón. No dejemos que nos roben la Navidad; no descuidemos el plano espiritual de estos días, pues el carro hace tiempo ha pasado ya delante de los bueyes, como se suele decir, y lo que surgió como añadido ha eclipsado ya a lo esencial. Preparemos al Señor no una tienda pobre de tela en nuestro corazón, sino una morada digna donde se sienta cómodo.
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