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domingo, 24 de diciembre de 2023

Llamados a anunciar. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Nos vemos ya en el IV domingo de Adviento que este año tiene más proximidad que otros años a la Navidad; apenas sean las tres de la tarde de este día 24 de diciembre se empezarán a celebrar en muchos lugares las vespertinas de la Natividad del Señor. Ante esto hay que explicar que se recomienda participar en ambas celebraciones, algo que explicaran los sacerdotes hoy para que nadie tenga dudas de si con la misa de la mañana ya no hace falta ir a otra: la misa del domingo es hasta el mediodía; a partir de las tres de la tarde es como si estuviéramos ya en otro estadio que será el de primeras vísperas de Navidad; por tanto, hacemos bien en acudir a la misa dominical como cada semana, y haremos bien en esta noche (00´00h -Misa de Galllo-) en que recordaremos el nacimiento del Señor participando de la eucaristía con gozo y comulgando aunque ya lo hubiéramos hecho por la mañana, pues como decimos son celebraciones distintas. Antiguamente cuando en cada parroquia había párroco y coadjutor, había misa de gallo a medianoche, misa de aurora de madrugada y la misa del día a mediodía, y los sacerdotes solían invitar a los fieles que acudieran a las tres y a que comulgaran a ellas... Pero ahora centrémonos en este último domingo del Adviento. 

La protagonista de este día es Nuestra Señora, a la que hemos acompañado todo el Adviento queriendo estar a su lado en su estado de buena esperanza. Así el evangelio de la Anunciación nos ayuda a valorar cómo por María y por su Sí hizo posible que Dios llegara a nosotros, y esto se debió a la enorme fe que tenía nuestra bendita Nazarena. Su prima Santa Isabel se lo dijo sin rodeos: ''Dichosa tú porque has creído'', y hoy nosotros se lo decimos también: ¡Qué grande es tu fe, María!... En Ella encontramos el modelo perfecto de creyente; nadie vivió el Adviento como Santa María, nadie esperó al Señor con tanto amor y con tanta docilidad ante el incierto futuro como Ella. En muchos lugares de España se la ha celebrado estos días atrás como la Virgen de la Expectación, de la O, de la Esperanza... Así está la Madre buena, expectante ante la llegada al mundo del eternamente esperado. El Señor quería llegar a nosotros, y encontró un corazón que de veras le esperaba. Este es el deseo al que se nos invita al terminar el adviento y a punto de iniciar el tiempo navideño: que vivamos anhelantes, en clave de fe e ilusionados porque llega el que nos dará la fuerza para gritar a nuestro mundo desesperanzado que Él, y sólo Él, es la respuesta a nuestras zozobras. 

No dejemos pasar otra navidad sin pena ni gloria; pongamos en alza la esperanza para no despreciar sino recibir a manos llenas los dones que Dios nos regala. El Señor no nos obliga a recibirle, ni va pasar lista, ni habrá castigo para quien no le reciba; si algo respeta Él es nuestra libertad, y no lleva a cabo un plan de salvación imperado. Nosotros supuestamente le esperamos, aunque quizá no nos hemos preparado en profundidad para ello, y nos puede ocurrir lo de la lectura del segundo libro de Samuel que hemos escuchado: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda»... Esto va a pasar mucho en todo el mundo durante estos días, se va a gastar mucho dinero en luces, fiestas, comida y regalos para disfrute de uno mismo y su entorno, mientras que el Señor quedará de nuevo sin posada en nuestro corazón. No dejemos que nos roben la Navidad; no descuidemos el plano espiritual de estos días, pues el carro hace tiempo ha pasado ya delante de los bueyes, como se suele decir, y lo que surgió como añadido ha eclipsado ya a lo esencial. Preparemos al Señor no una tienda pobre de tela en nuestro corazón, sino una morada digna donde se sienta cómodo. 

El que busca al Señor lo encuentra, e incluso a menudo ocurre que el que lo esquiva se acaba dando de bruces con Él, y ese "tropiezo" convierte el corazón para descubrir cara a cara que Dios es totalmente distinto al que pensaba. Hay un libro muy conocido titulado ''Dios existe, yo me lo encontré'', donde su autor André Frossard, uno de los más grandes intelectuales franceses del siglo XX, relata en ese texto escrito en 1969 su conversión. Resultó que pasaba por la calle Ulm de París, cuando había un templo abierto donde estaban en plena adoración del Santísimo. André entró ateo y por curiosidad en aquella iglesia y salió creyente, sobre lo cual afirmaría:  «Me hubiera sorprendido tanto verme católico a la salida de esta capilla, como verme convertido en jirafa a la salida del zoo». Y así fue que aquel hombre que rechazaba la religión, criado en el ateísmo, hijo del primer secretario general del Partido Comunista Francés con el que viajó a Rusia para felicitar a Lenin tras el triunfo de la revolución bolchevique, que se vuelve el más ferviente creyente. Dios, con el que "tropezó" hecho pan eucarístico lo deslumbró, y partir de ese momento el que atacaba a la Iglesia a todas horas llegaría a publicar numerosos libros y artículos de prensa sobre la fe católica, pues el que descubre a Cristo ya no sabe guardárselo para sí, sino que lo grita y anuncia a los cuatro vientos... A esto somos llamados nosotros en este día y en toda nuestra vida, a buscar a Dios o tropezarnos con Él para tras encontrarlo poder anunciarlo sin descanso.

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