En este Domingo XXXI del Tiempo Ordinario el Evangelio nos presenta la escena tomada del capítulo 22 de San Mateo de Jesús predicando a sus discípulos y a la gente que le seguía y que conocemos por la dura sentencia que hace el Señor: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos". Este texto nos ayuda a descubrir en nosotros mismos cuántas veces pensando que actuamos bien de cara a Dios, en realidad nos comportamos como hipócritas escribas y fariseos y utilizamos la religión en función de nuestras conveniencias y no según lo que espera Dios de nosotros.
Necesitamos vivir nuestra fe hoy más que nunca con mucha coherencia para no escandalizar, sino ser motivo de que otros que ahora están lejos se acerquen de nuevo a la fe. A menudo tenemos un defecto que nos cuesta ver en nosotros mismos, y es que exigimos, esperamos y reclamamos en los demás muchísimo más de lo que nos exigimos, reclamamos y esperamos de nosotros mismos. La mejor ilustración es aquel dicho que decían antaño los párrocos: "el mejor predicador es fray ejemplo". ¿Somos más de palabras o de obras?... Es un tema que nos cuesta casar y conjugar, como si no fuera ser posible hacer buenas obras y ser también fieles a la Palabra. No dejemos la palabra de Dios sin el apoyo de las obras; los hechos han de estar sostenidos por ella..
Otra realidad a revisar en nuestra experiencia creyente sería evitar hacer las cosas para que nos vean. A veces nos sentimos un poco actores, y parece que sólo nos movemos para orar o para hacer el bien dependiendo de si tenemos público o no. Esto es, que no siempre sale la motivación del corazón, sino del interés o el anhelo de gustar a los demás. Nos preocupa tanto el qué dirán, que nos olvidándonos de esa hermosa enseñanza de San Francisco de Asís: "somos lo que somos ante Dios, y nada más". Sí; no necesitamos una cámara que grabe nuestros pasos, palabras y hechos, pues nada le escapa al Señor de nuestra vida.
Se nos exige en estos tiempos en que las cosas de Dios cotizan a la baja redescubrir como creyentes el valor de la sensibilidad a las cosas de Dios, y una buena forma de entrenarnos en esto sería sabiendo reconocer los méritos que no me corresponden a mí, sino a Él. A veces nos creemos que somos lo más de lo más, y nos olvidamos que somos tan solo pobres instrumentos en sus manos.
La grandeza está en saber descubrir el lado bueno del interior de toda persona, incluso de aquella que más nos cueste aceptar. Esto lo hace el Señor cuando afirma en este evangelio: "haced lo que ellos dicen"; ahí vemos que a Jesús le preocupa la ortodoxia y las cosas bien hechas. Y es que debemos de huir del relativismo y agarrarnos fuertemente a la verdad. A continuación Jesús dice: "pero no hagáis lo que ellos hacen". Y es que no hay autoridad sin rectitud moral, sin fidelidad a la tradición y al magisterio. Entre nosotros hay virtud y pecado, gracia y miseria, bien y mal. Pero la clave está en la máxima con la que termina el evangelio: "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido".
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