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lunes, 30 de octubre de 2023

Patrimoine. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Ya han puesto fecha para la apertura, concluidas las obras de reparación llevadas a cabo tras el incendio de 2019, de Notre-Dame de París: el 8 de diciembre de 2024, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

Con este motivo, la Iglesia Católica en Francia dedicará los próximos meses a reflexionar sobre el estado del patrimonio religioso del país, que se eleva a cien mil edificios. Sesenta mil están en manos de particulares, de congregaciones religiosas y de entidades escolares y hospitalarias, y cuarenta mil en las de los ayuntamientos. De las diócesis son solamente dos mil. Las catedrales son del Estado.

El desinterés ante el decaimiento del patrimonio religioso por parte del Estado es de tales dimensiones que, para hacer frente a las críticas que se publican diariamente en los medios de comunicación social contra la gestión patrimonial del Gobierno francés, el presidente Emmanuel Macron ha tenido que salir al paso con una declaración de intenciones en Semur-en-Auxois (Borgoña), a saber, que trataría de recaudar, en cuatro años, doscientos millones de euros para invertir en restauraciones.

¡Así anda Francia: el Presidente de la República haciendo crowdfunding, porque no piensa poner ni un solo euro del presupuesto nacional para sostener los edificios religiosos, que son, en su totalidad, el primer y más grande museo del país!

Las autoridades francesas se arrepienten ahora de haberle quitado a la Iglesia la titularidad de los edificios religiosos a principios del siglo XX. Pues, muy bien, que los cuiden. Ella mira por los que fue construyendo a partir de esta fecha, aunque imagino que hará no pocas obras en los que son de los ayuntamientos y se celebra en ellos el culto católico. ¡Con todo lo que ya tienen los alcaldes encima!

Bien es verdad que los alcaldes y las corporaciones municipales no se cortan un pelo a la hora de estropear el entorno paisajístico de los templos, cubriendo de asfalto, en cuanto se les presenta la ocasión, el campo vestido de hierba verde que circunda a una iglesia y colocando en él columpios y toboganes de colores. Padecen “horror vacui”. Sin embargo, la erradicación de esos elementos, que desentonan del conjunto monumental, será algo que, a no tardar, habrá que realizar.

El campo de una iglesia no es un parque, ni un polideportivo, ni un aparcamiento, ni un muladar para poner los contenedores de la basura, ni un recinto para la compra y venta de ganado, ni para hacer barbacoas ni aquelarres de halloween, ni un área para levantar en ella placas conmemorativas de actos que no tienen nada que ver con la Iglesia. Es un espacio para la espiritualidad, para el disfrute de la belleza del templo, para recuperar el sosiego que el tráfago de la vida cotidiana se empeña en anegar, para respirar. Es sencilla y principalmente un santuario para encontrarse con Dios, para deleitarse en pensamientos de trascendencia y para rezar.

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