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lunes, 4 de septiembre de 2023

Susurrar el Evangelio. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Giorgio Marengo (Cuneo, 1974) es desde 2022 el cardenal más joven de la Iglesia. Tiene 47 años. Después de haber profesado como miembro del Instituto misionero de la Consolata, fue enviado por sus superiores a anunciar el Evangelio en Mongolia en 2003 y el Papa Francisco lo nombró Prefecto apostólico en ese país en 2020.

Marengo confiesa que le causaron una gran impresión las palabras de un obispo de la India, Thomas Menamparampil, quien, en el Primer Congreso Misionero de Asia, celebrado en 2006 en Tailandia, les dijo a los misioneros que han de presentar a Jesús tal como aparece en los Evangelios, y que la narración del relato de su vida, muerte, resurrección y ascensión lo es todo en su labor apostólica.

En aquel congreso, Marengo oyó también de labios de Menamparampil una expresión poética que le gustó muchísimo y lo indujo a escribir un libro sobre el argumento: “Susurrar el Evangelio”. Su título, en italiano, es “Sussurrare il Vangelo nella terra dell’eterno Cielo blu”.

La tierra del cielo infinito es Mongolia, la de Gengis Kan y Kublai Kan, las yurtas, los caballos de Przewalski, el desierto de Gobi, los camellos bactrianos, el viaje de Marco Polo, la Misa sobre el mundo de Teilhard de Chardin, los monasterios budistas y los mil quinientos católicos, “pusillus grex” de Dios.

En aquellas regiones de bravura, dureza y fuerza, la Iglesia anuncia a Cristo, y su maravillosa historia, con respeto, empatía y profundidad. Esto es susurrar el Evangelio.

En el libro bíblico de 1 Reyes (19,11-12) se cuenta cómo el profeta Elías se dirigió al Horeb y allí hubo un huracán que hendía y quebraba montañas y rocas, y un terremoto y fuego, pero Dios no estaba en esos elementos. Y de pronto, se oyó un susurro. Fue éste el que hizo que Elías adoptase una actitud, y postura, de adoración y de escucha.

Porque, para escuchar la voz de Dios, hay que agudizar mucho el oído. “Qol demamah daqqah”, dice el texto hebreo: “Voz que se acalla fragmentándose”. Es como si fuese un sólido que se va pulverizando y descomponiendo en partículas imperceptibles. Así también la voz de Dios: es de extraordinaria finura. Una voz que vibra tenuemente y queda aleteando levemente en el silencio, como la contenencia de las aves cuando permanecen suspendidas en el aire. De aquí la dificultad para oírla y reconocerla.

Y hay que ser muy sencillo para que eso acontezca. Es el caso de Gantulga Tumursukh, mongol, hombre del campo, que perdió sus pertenencias a causa de no sé qué calamidad. Alguien le dijo que se dirigiese a la Iglesia para pedir ayuda. Y la encontró. Él y su familia. La comunidad católica no sólo los auxilió, sino que los acogió con la sonrisa y el afecto de quien tiene conciencia de que la caridad es más que la distribución de bienes materiales. Es darse. Y así fue.

«Antes de haber experimentado el perdón de Dios cometí muchos errores. Era un hombre alcoholizado, violento, rudo con el prójimo. Mas cuando comencé a ir a la Iglesia, a escuchar la Palabra de Dios, a verme con los sacerdotes, sentí que el bálsamo de la misericordia descendía hasta mí y que un torrente de ternura me inundaba. En ese instante palpé el amor de Dios, creí en él y deseé entonces recibir el bautismo».

Gantulga fue bautizado y es a día de hoy animador de la comunidad católica y compositor de cantos religiosos: «En ocasiones trato de imaginarme cómo sería mi vida sin haberme encontrado con Cristo. Me habría arrastrado el torbellino de la desesperación. Hoy, por la gracia de Dios, soy una persona, un marido y un padre mejor porque he recibido la misericordia de Dios y me ha concedido el don de ser misericordioso con los demás».

He aquí una muestra de la fe que el Papa conocerá durante su viaje apostólico a Mongolia, en donde el Evangelio es proclamado con la dulzura, la tenuidad y el frescor de un susurro. El de la voz de Dios, que se comunica de corazón a corazón, en su Iglesia.

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