(Cope) El Señor siempre se recrea en los que dejándolo todo le siguen, incluso abandonando su mala vida. Hoy recordamos al Apóstol San Mateo, cuyos inicios fueron tortuosos y apartados de Dios hasta que recibe la Gracia Divina. Su nacimiento se sitúa en Cafarnaún, dedicándose al oficio de recaudador de impuestos, un modo de vida odiado por los judíos. El motivo era que extorsionaba a la gente y se quedaba con dinero con el beneplácito del orden establecido.
Entretanto, la mirada para otro lado de los fariseos, cómplices de la mala conducta del publicano. Y aquí se va a mostrar una vez más el designio divino, que llama al que no cuenta, como señala San Pablo. En esas circunstancias, cuando se encuentra junto al mostrador, Cristo le elige para formar parte de sus discípulos y cuando pasa la noche en oración le escoge para pertenecer al Colegio Apostólico.
Una vez más, la prontitud del siervo que sigue al Señor, pone de manifiesto cómo el corazón se ha sentido tocado por la Gracia. La comida que ofrece al Maestro, a la que asisten los pecadores, escandaliza a los fariseos. Es entonces, cuando Cristo muestra el rostro misericordioso de Dios que ha venido a encontrar lo que se había perdido, porque siempre quiere misericordia y no sacrificios. Como el resto de los Apóstoles, es testigo de la misión del Señor.
Cuando éste asciende a los Cielos, después de su Resurrección, recibe el Espíritu Santo. Entonces marcha a predicar la Buena Nueva en Oriente, muriendo mártir en Persia. Es autor del primer Evangelio que se conserva en la Sagrada Escritura. Desde la visión de Ezequiel y del Apocalipsis en la Sagrada Escritura, San Mateo se representa con el hombre porque su relato evangélico comienza con la Genealogía de Jesús.
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