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domingo, 17 de septiembre de 2023

''No te digo hasta siete veces''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En este domingo XXIV del Tiempo Ordinario concluimos la catequesis que el evangelio de San Mateo sobre el modo de actuar en comunidad, que si el domingo pasado se centraba en la corrección fraterna, en este día se detiene en lo más grande en las relaciones humanas y lo que más nos cuesta: el perdón. 

Este pasaje nos viene muy bien cuando aún se están celebrando tantas fiestas relacionadas con la Cruz y, de forma especial, cuando estamos viviendo en nuestro Arciprestazgo este Jubileo tan querido de la perdonanza. En nuestra sociedad sigue imperando "el ojo por ojo", pero nosotros como católicos del Nuevo Testamento hemos de pensar de modo diferente y perdonar no sólo siete veces, sino "setenta veces siete" que viene a ser lo mismo que decir siempre. Jamás debería haber en nosotros excusa para negar el perdón. 

Experimentemos la gracia de perdonar y de ser perdonados, de sentir la paz del alma al solucionar viejas rencillas enquistadas y, más aún, el gozo de salir de nuestra confesión individual con la alegría de sentir que he sido escuchado, consolado, sanado y, ante todo, reconciliado con Dios. No podemos vivir con listas negras, cuentas pendientes, sed de venganza, sino abiertos a perdonar de corazón. Y es que la pregunta no es tanto cuántas veces perdonaré, sino más bien: ¿cuantas veces me han perdonado?. Si conmigo han tenido misericordia, se impone en agradecimiento devolver bien al bien recibido. 

En nuestro peregrinar a la Pascua eterna hay tropiezos, roces, enfados, discusiones, pecados... pero todos son conocidos por el Señor; de ninguno se asusta, de ninguna de nuestras flaquezas y pobrezas, pues nadie mejor que Él conoce nuestros fallos y torpezas. Y esto lo digo porque no hay justificación para no pedir perdón, para no confesarnos, para no reconocer que lo hemos hecho mal y sentirnos necesitados de purificación. Sólo llegaremos a Dios a través de Jesucristo, y si despreciamos al hermano despreciamos también al Señor. He aquí la enseñanza de este día: no podemos vivir de perdones cuantitativos cuando Dios no lleva la cuenta pormenorizada de nuestras faltas; nuestra forma de perdonar ha de ser principalmente cualitativa: sin límite ni condiciones, y de corazón.

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