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lunes, 17 de julio de 2023

La belleza del rescoldo. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Han aparecido, en el fondo de una presa, restos de la Gran Sinagoga de Múnich, que Hitler ordenó demoler en 1938. Entre ellos, una lápida con unos imperativos verbales correspondientes a estos mandamientos de la Ley de Dios, entregada a Moisés en el monte Sinaí:

«No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No testificarás contra tu prójimo falso testimonio. No desearás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de cuanto le pertenece» (Éxodo 20, 13-17).

Desaparecieron hace ya tiempo los causantes de la agresión al templo judío muniqués, pero han sobrevivido, en cambio, haciéndonos saber que la Palabra de Dios permanece para siempre, esos mandamientos de la Ley de Dios, que asestan un sonoro sopapo en toda la cara a la sociedad actual, que se jacta de su alejamiento de los principios morales de la Biblia y, en concreto, de los que figuran en la lápida rescatada de las aguas. «Aquí seguimos», nos dicen, «por si pensabais que ya habíamos caducado. Pues no».

La destrucción, según el plan establecido por los promotores del sacrilegio, debía ser perpetrada el 8 de julio, “Día del arte alemán”, de hace ochenta y cinco años. Cuando los jefes de la comunidad judía recibieron la noticia de que su santuario iba ser derruido, ellos y un grupo numeroso de fieles hebreos trabajaron intensamente durante la noche anterior a la demolición para poner a salvo los rollos de la Torá y los objetos rituales de la sinagoga.

Al leer esto en el periódico, recordé que dos años antes, en 1936, en la localidad de Pelliceira, en Ibias, un incendió devoró casi todas las casas del pueblo. El origen estuvo en el fatídico hecho de que, como los vecinos compartían las brasas, llevándolas de una casa a otra, a una persona que caminaba próxima a los teitos de paja, transportando el fuego, éste se le fue de entre las manos y se propagó inmediatamente en todas las direcciones.

Sin embargo, antes que salvar sus casas de la quema, los vecinos acudieron primeramente a la iglesia, que ardió por completo, para salvar las imágenes de la Virgen y de los santos. Allí están hoy, en la nueva iglesia, que levantaron entre todos en 1964, bajo la dirección del párroco, don Jesús López Rivas, que atiende a la feligresía desde hace sesenta años. Un campeón del ministerio sacerdotal.

En Pelliceira viven actualmente cuatro personas, a las que se suman, en señaladas fechas del año, las que han emigrado a otras zonas de Asturias, de España o del extranjero, que se sienten plenamente vinculadas a esa comunidad que se profesa, tanto por parte de las que residen allí todo el año como las que están fuera, incondicionalmente católica, en torno a su querida iglesia, en la que muchas de ellas, además de a rezar, aprendieron a leer y a emplear los números en la escuelina que se encuentra, formando parte del edificio, tras la pared del testero del templo.

Los pocos habitantes que residen hoy en Pelliceira mantienen vivo, al igual que las antiguas vestales en Roma, el rescoldo del fuego sagrado de la fe cristiana, con el que se iluminan y encienden, cuando regresan al pueblo, sus vástagos. Y esto es algo que se ve y se palpa en el ambiente, hasta tal punto que el visitante logra apreciar allí, con mayor evidencia que en otras localidades de nuestra región, en qué consiste una de las más difícilmente perceptibles formas de belleza: la del rescoldo.

Sí, la belleza del rescoldo de la fe cristiana, que arde, sin que las circunstancias sociales logren extinguirlo, en el corazón de tantos católicos, que, fieles, silenciosos y religiosísimos, perseveran, en sus pueblos, y, en no pocas ocasiones, desatendidos por los sacerdotes, en la fe cristiana que recibieron, en sus casas, de sus mayores. Y que, por la labor de sus párrocos, catequistas y maestros, en las actividades parroquiales de otro tiempo, aprendieron a conocerla en extensión y profundidad, y a vivir conforme a ella con sinceridad, sencillez y voluntad de totalidad. Como en Pelliceira.

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