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lunes, 3 de julio de 2023

Cáritas. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

La asociación “Amigos de Cudillero” ha otorgado el “Amuravela de Oro 2023” a Cáritas, benemérito organismo de la Diócesis de Oviedo para la atención de los más necesitados en la sociedad.

Es impresionante la obra que realiza Cáritas en España a través de las Cáritas locales: 120.000 personas pueden pagar el alquiler de su casa; 100.000, los recibos de suministros; 385.000, comprar alimentos; 12.000, hallar un empleo. Sirvan estos datos como somera muestra de la inmensa labor realizada por Cáritas, financiada principalmente por donaciones económicas de particulares.

Aunque son innumerables los proyectos que Cáritas desarrolla en el mundo, tal vez por ser lector muy afecto a la Biblia he entendido siempre que su campo de acción, es, no obstante, la “carne”, porque, si bien pueda parecer a ojos de algunos como una oenegé más de carácter meramente asistencial, la obra de Cáritas no se entiende correcta y plenamente si no se tiene en cuenta el sustrato neotestamentario sobre el que se funda y en el que es tan importante la “carne”. En hebreo, “basar”; en griego, “sarx”; en latín, “caro”.

Si será importante para el cristianismo que tres veces al día tocan las campanas de las iglesias para recordar que el «Verbo de Dios se hizo carne» («Verbum caro factum est»). Jesús mismo dijo que el que comiera su carne tendría vida eterna. Por otra parte, la voz humana rompió el silencio por vez primera en la historia, según narra la Biblia, para decir, en forma de canto, aquello de «hueso de mis huesos y carne de mi carne». Y el último artículo de la profesión de fe es «creo en la resurrección de la carne».

Es lo que somos: carne. Hacemos esfuerzos extenuantes por re-decirnos, re-interpretarnos y re-definirnos. Hoy, en la creciente variedad de lecturas antropológicas que constantemente se hacen, se habla incluso de diferentes identidades. Hay que decir, sin embargo, que somos lo que somos, por muchos aditamentos y reclasificaciones que queramos superponer. Al Papa Francisco le gusta decir, a este respecto, que «la realidad es superior a la idea».

La carne es el elemento por medio del cual la persona tiene sensibilidad, concreción, identidad, ubicación en el tiempo y en el espacio, estímulos sensoriales de excitación, repulsa y ternura, experiencia de la fragilidad, del límite, de la vulnerabilidad, del riesgo, del fin, y de espera de una plenitud que aún no se posee, porque la carne es la materia del espíritu y está animada, en perfecta unión, por un alma inmortal, creación de Dios. Decía Simone Weil que «la belleza seduce a la carne para obtener el permiso de pasar a través de ella hasta el alma». Volveré más adelante a lo de la belleza.

Este es el campo de acción de Cáritas: la carne, nuestra carne, por la que Cristo entregó la suya, derramando sobre ella su amor y santificándola. «Caro salutis est cardo» (La carne es el quicio de la salvación), escribió Tertuliano. De aquí la atención concreta, esmerada, personalizada, constante e infatigable de Cáritas a la realidad esencial, fundamental, constitutiva de la persona, de toda persona, sin discriminación ni exclusión. Y es ahora cuando hace su aparición otro vocablo, de gran importancia para el cristianismo: “agape”. Es decir, amor total a la humanidad entera en la especificidad de cada individuo en particular. Es más que solidaridad. Es caridad.

Sólo que, cuando el amor es perfecto, éste requiere normas, leyes, mandatos y ritos. O sea, organización. Y eso es también Cáritas: amor universal organizado. Porque, aunque la forma institucional actual de Cáritas es de mediados del siglo pasado, sus antecedentes se remontan a la primera comunidad cristiana de Jerusalén: “No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad”, se lee en el libro de Hechos de los Apóstoles.

Y para ese servicio hubo diáconos y ministros, que distribuían limosnas entre huérfanos, viudas y extranjeros sin recursos, cuidaban de los enfermos, se ocupaban de que los huérfanos recibieran educación, daban trabajo a los que no lo tenían, alimentaban y vestían a los que carecían de comida o ropa, auxiliaban a los encarcelados, socorrían a los contagiados de peste, enseñaban un oficio a los jóvenes y proporcionaban alojamiento a los forasteros.

El último eslabón de esa cadena, que viene de la Antigüedad cristiana y perdura en nuestros días, es esta Cáritas que hoy conocemos y a la que el jurado de la asociación “Amigos de Cudillero” ha otorgado el “Amuravela de Oro”. Bien merecido, por lo mucho que Cáritas hace en favor de los demás, pero también por ser el ente de asistencia social más antiguo de Asturias, vinculado a ella, desde hace siglos, por medio de las iglesias de la Diócesis de Oviedo, en las que siempre ha existido, con diferentes formas, la “caridad parroquial”.

Aún hay más. Decía santo Tomás de Aquino que lo bueno y lo bello son una misma cosa realmente. De Cáritas emana una belleza singular, que es la que ejerce una irresistible atracción en miles de voluntarios de y por todo el mundo, que se sienten impelidos a colaborar con ella, a servir a través de ella y a dar un sentido a sus vidas en ella. Una luminosa armonía. Y, al igual que existen la “caridad intelectual” y la “caridad política”, en Francia, una asociación católica está tratando de unir “caridad” y “belleza”: “Diaconie de la beauté” (Diaconía de la belleza), se llama ese original proyecto.

Mientras que, en Gran Bretaña, Phil McCarthy, ex director de “Caritas Social Action Network”, agencia de la Conferencia episcopal de Inglaterra y Gales para la acción social, ha ideado el proyecto “Hearts in Search of God” (Corazones en busca de Dios), que consiste en ir a pie de una catedral a otra, de un santuario a otro, para tener una experiencia de peregrinación, gozar de la amplitud del paisaje y conocer los lugares de fe y belleza en las diócesis. Y también para recaudar fondos para Cáritas.

Acerca de la relación entre el arte y la pobreza, las palabras pronunciadas por el Papa, hace unos días, ante doscientos artistas en la Capilla Sixtina, son de las que pasarán a la historia: «Deseo pediros que no os olvidéis de los pobres, que son los preferidos de Cristo, en todos los modos en los que se es pobre hoy. También los pobres necesitan del arte y de la belleza. Algunos experimentan formas durísimas de privación de la vida; por esto es por lo que tienen aún más necesidad. Por lo general, no tienen voz para hacerse oír. Vosotros podéis hacer de intérpretes de su grito silencioso».

Y sobre este punto, el de la relación entre arte y caridad, me he permitido sugerir a la actual directora de Cáritas diocesana el que se exploren posibles campos de actuación, en los que irradie con mayor intensidad la ya de por si bella realidad de Cáritas, que, en su dilatada red de presencias e intervenciones, muestra la más hermosa de las sinfonías, la sinfonía del amor, y el más deslumbrante de los espectáculos, el espectáculo de la caridad.

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