Páginas

lunes, 26 de junio de 2023

Pascal. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

El Papa Francisco ha publicado una Carta apostólica con el título “Sublimitas et miseria hominis” (Sublimidad y miseria del hombre), para conmemorar el nacimiento, hace cuatrocientos años, en la localidad francesa de Clermont-Ferrand, del infatigable buscador de la verdad Blaise Pascal (1623-1662). No es la primera que el actual pontífice escribe acerca de una figura notable de la tradición cristiana. Lo hizo anteriormente sobre san Francisco de Sales (2022), san Ireneo de Lyon (2022), Dante Alighieri (2021) y san Jerónimo (2020).

Tengo la impresión de que estas enjundiosas misivas papales se divulgan poco y se leen menos, cuando podrían constituir, en cambio, un acicate para la renovación de los tediosos repertorios de formación en las diócesis, que languidecen por falta de los estímulos intelectuales que se precisan para que la vida espiritual sea vigorosa, gozosa y apostólica.

Pascal es el más preclaro ejemplo de cómo se puede ser pensador, inventor, matemático, físico, escritor y moderno, y, a la par, creer en Jesucristo y formar parte de esa gran familia que es la Iglesia católica. He leído en alguna parte que el Papa no ve mayores dificultades en beatificarlo. No me extraña, porque el relato biográfico de Pascal que escribió su propia hermana, Madame Perier, no puede ser más edificante desde el punto de vista religioso.

En la Carta apostólica “Sublimitas et miseria hominis”, Francisco aborda, no obstante, la cuestión de la relación de Pascal con el jansenismo, un movimiento del siglo XVII que, al hacer frente a las doctrinas pelagianas y semipelagianas de los jesuitas molinistas, se excedió en sentido contrario. Algunas de las proposiciones jansenistas fueron declaradas heréticas por la Iglesia. Aun así, respecto a la vinculación de Pascal con el jansenismo, dice el Papa: «Reconozcámosle la franqueza y la sinceridad de sus intenciones».

Pascal fue un genio. Tenía una facilidad asombrosa para inventar máquinas y artilugios. Y eso que desde los dieciocho años no pasó ni un solo día de su vida sin dolor. Padecía unas jaquecas terribles, tenía problemas de estómago y otras dolencias, que lo condujeron a escribir una extensa oración para el buen uso de las enfermedades.

Su conocida obra “Pensamientos” es un compendio de fragmentos, que, aun en el estado de postración en el que se hallaba, Pascal fue escribiendo cuando le venían a la mente con la intención de desarrollarlos más adelante, si es que lograba recuperar las fuerzas. Esto me parece que es maravilloso y una invitación a que pongamos por escrito las cosas que nos pasan por la mente y las que nos ocurren, porque ya se ve el gran valor que pueden llegar a tener, primeramente, para el autor y, después, quién sabe si algún día también para aquellos a cuyas manos vayan a parar.

Llevaba siempre cosido en el doble de su gabán un trozo de pergamino, en el que plasmó las mociones espirituales de la noche del 23 al 24 de noviembre de 1654, en la que tuvo una intensa experiencia religiosa, que no olvidó jamás. Un “kairós”. A partir de ese momento, Pascal se consagró enteramente al estudio de la biblia y de la teología, a la oración, a la ejercitación de una vida moralmente recta y al servicio de los pobres. Recojo aquí, para los lectores de Prensa Ibérica que no lo conozcan, el testimonio de esa vivencia especialísima, porque es una pieza inigualable. Se le ha dado el nombre de “memorial”:

«Año de gracia de 1654. Lunes, 23 de noviembre, día de san Clemente, papa y mártir, y otros mártires. Víspera de san Crisógono, mártir, y otros. Después de las diez y media de la tarde hasta alrededor de las doce y media de la noche. Fuego. Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certidumbre. Certidumbre. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo. Deum meum et Deum vestrum. Tu Dios será mi Dios. Olvido del mundo y de todo lo que no sea Dios. Él sólo puede ser encontrado por los caminos que enseña el Evangelio. Grandeza del alma humana. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido. Alegría, alegría, alegría, llantos de alegría. Me he separado de Él. Dereliquerunt me fontem aquae vivae. Dios mío, ¿me abandonarás? Que no me vea eternamente separado de Él. Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, J.C. Jesucristo. Jesucristo. Me separé de Él; lo rehuí, negué y crucifiqué. Que nunca me separe de Él. No se conserva más que por los caminos enseñados en el Evangelio. Renuncia total y dulce. Sumisión total a Jesucristo y a mi director. Eternamente en alegría por un día de ejercitación en la tierra. Non obliviscar sermones tuos. Amén».

De la obra escrita por Pascal, la colección de sus “Pensamientos” es la más conocida. Los han traducido, entre otros, Xabier Zubiri y Alicia Villar. Una edición reciente y muy publicitada es la de Gabriel Albiac. Hay más. Para leer, en el verano que acaba de entrar, servirá cualquiera de ellas y le dará, al período estival, profundidad, espiritualidad y trascendencia, pues su autor fue, como se recordó en el acto de presentación de la Carta apostólica en la Sala Stampa del Vaticano, «el genio más grande que ha tenido la tierra» (Charles Péguy) y «el hombre más profundo de los tiempos modernos» (Friedrich Nietzsche), que encontró la verdad plena, que tanto anheló hallar, en Cristo y en su amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario