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miércoles, 14 de junio de 2023

Homilía al cumplirse un año del fallecimiento de D. Gabino Díaz Merchán

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos, miembros de la vida consagrada y familiares de D. Gabino Díaz Merchán. Hermanos todos en el Señor, a todos, mi saludo de Paz y Bien.

Hace un año esta catedral ovetense se llenaba con un pueblo conmovido ante el trance de un adiós despidiendo a alguien que todos quisimos. La muerte de un ser querido forma parte del largo relato de su biografía. Momento indeclinable que viene a poner un punto final a las páginas de su historia compartida. No era la curiosidad distraída la que nos convocaba empujados por una esquela anónima de alguien lejano y desconocido. Hace un año, como hoy en esta misa de cabo de año, vuelve a reverdecer el sentimiento de gratitud junto al sereno dolor por la marcha de alguien que ha sembrado con diligencia las semillas desde las que en sus manos Dios quiso regalarnos su sementera.

Jesús pronunció una parábola llena de sabiduría explicando cómo nuestra vida es una historia que tiene que ver con la palabra para la que nacimos. Somos un surco en donde Dios nos desliza esa semilla que constituye nuestro secreto, nuestro misterio, el original regalo que el Señor ofrece con cada uno de sus hijos llamados a la vida. Pero no siempre esa semilla encuentra la debida acogida, y así se produce el resultado agridulce y claroscuro de tantos momentos en nuestra vida: desde los que esa palabra se hace elocuente, se hace música sonora que llena de belleza y armonía todo lo que toca, a otros momentos en los que la palabra que en nosotros Dios deja caer se hace sorda con un mutismo que nada dice y nada transmite. Nuestra vida cristiana sabe de todos esos registros cuando hemos puesto en juego nuestra libertad dejándonos llevar por los miedos asustados o la confianza abierta, la generosidad amable o la tacaña cicatería, la entrega abrazadora o el replegamiento egoísta. Es la parábola de toda una vida y la vida de una parábola que nos describe en cada momento.

Esa enseñanza de Jesús la vuelve a proponer justo en el trance de su muerte cercana, donde de nuevo habla de la existencia humana usando la misma metáfora: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará» (Jn 12, 24-26).

Es el texto que escuchamos en esta mañana de remembranza trayendo a nuestra memoria a nuestro querido Don Gabino. Porque su vida fue esa sementera cumplida y colmada con la que Dios nos bendijo de tantas formas. Y me sirvió de pauta para mis palabras en su funeral, como si hubiera sido un libreto del relato de su vida, cuando dije que fue larga la sementera de los granos de aquel trigo. Cayó en tierra buena y supo aventarse hasta germinar en espiga. El sol de Mora de Toledo vio cómo aquella vida crecía en el hogar cristiano de los Díaz Merchán. Dios tenía preparada una historia que se fue escribiendo poco a poco de tantos modos, en tantos sitios, en tantos años, cuando la anchura de Castilla se dilató para que cupiera la biografía de un hombre que acabaría siendo tan asturiano. Cayó en la tierra buena como dice el Evangelio, sabiendo vivir y morir dando fruto. Dios siembra, por Él germina, mientras en el surco de nuestra libertad se aquilata nuestra biografía. Son las cuatro estaciones de una vida, que con sus primaveras y veranos, sus inviernos y otoños, dibujan el paisaje y los climas donde discurren nuestros pasos.

Es fácil sacar de sus orígenes los rasgos del temperamento de D. Gabino tan pegado a su tierra. No tiene mar La Mancha, ni aguas bravas que rompan su envite en acantilados. No goza de cumbres altivas que desafían desde sus cimas nevadas. No hay bosques milenarios como una alfombra bajo la que guardar secretos y vanidades. La Mancha es otra cosa. El horizonte se hace diáfano, como un mar en la Castilla ancha que no tuviera finisterres, en donde no es posible el recoveco en sus dimes, ni la trastienda en sus diretes. Y así conocimos y quisimos a este manchego que el Señor nos dio como pastor bueno durante un largo pontificado.

Esta mañana han tañido de nuevo las campanas con ese sonido solemne que tanto nos embarga cuando nos adentran en el misterio del ocaso de una vida.

Mucha gente acudió hace un año, y nos llegaron un sinfín de muestras de afecto en tantas condolencias con proveniencias diversas: era el cariño de tanta gente que le pintaban con sus mejores trazos haciendo su particular semblanza y trayendo a colación su gratitud y su recuerdo. Yo contaba lo que una vez con esa sorna inteligente y manchega me decía: sin duda que hay gente que lo hace de corazón cuando se empeña en ensalzarme, pero otros queriéndome pintar, sólo dibujan su autorretrato. Toda una perla de sabiduría sensata y perspicaz que sabe distinguir la lisonja engañosa y el sincero aplauso, sin proyectar sobre la persona presuntamente admirada tus enojos y fracasos.

Ya dije que guardo secretos en mi corazón de ese Don Gabino íntimo que tuvo a bien regalarme tantas confidencias fraternas de hermano mayor. Son palabras llenas de sabiduría, son gestos de prudencia evangélica, como preciosa herencia que personalmente me deja. Lo guardo en mi corazón con el respeto leal de no desvelar lo que él quiso silenciar ante la opinión pública. Pero de ese Don Gabino más íntimo, sí me quedan a flor de piel las confidencias más suyas en este largo tramo final de su larga andadura, en nuestros diálogos al caer de la tarde, cuando hablábamos de tantas cosas del cielo y de la tierra, con la serena piedad y la hondura sabiduría de las que con sencillez hacía gala.

Es precisamente lo que hacemos los cristianos cuando hacemos memoria de nuestros seres queridos difuntos. La sombra del ciprés es alargada en el recuerdo de cada uno de ellos, y se torna humilde el color malva de nuestros crisantemos, pero no estamos levantando el acta de la tristeza derrotada ante una tumba que custodian simplemente unos restos. Los que creemos en Jesús resucitado que ha vencido su muerte y la nuestra, tenemos un modo particular de acudir a ese espacio exequial de nuestros camposantos o de una capilla catedralicia donde descansan en paz nuestros amigos y familiares.

Traemos unas flores como humilde homenaje lleno de agradecimiento por el regalo que ha supuesto para nosotros haber convivido con Don Gabino. Esta memoria la hacemos con toda la dignidad de quien sabe agradecer los dones que de él hemos recibido de parte de Dios. En esta mañana miramos el álbum de la vida de Don Gabino, para recordar con gratitud que ha sido para cada uno una bendición. Ahí está él en nuestro recuerdo más entrañable y lleno de gratitud.

En segundo lugar, traemos al recuerdo palabras y gestos que nos ha dejado como legado y que no debemos olvidar. Cada uno tendrá su particular elenco con esas perlas de sabiduría hablada y esos ejemplos de virtud evangélica que nos hicieron bien y nos comprometieron a nosotros para hacerlo a nuestra vez.

Y en tercer lugar, y como la más hermosa consecuencia, los cristianos vivimos el recuerdo de nuestros difuntos desde esa virtud de la esperanza. Que la muerte, la de los nuestros más nuestros y hasta la nuestra propia cuando nos llegue el adiós, es tan sólo una palabra penúltima, un hasta luego sin par, un dejar suspendido el tiempo mientras nos adentramos en la eternidad. Por eso, además de la gratitud, además de nuestras lágrimas creyentes con las que el corazón afirma su fe en la vida, también rezamos por el descanso eterno de quienes para ese destino bondadoso y feliz fueron creados. Agradecer el recuerdo, creer en la vida y orar esperanzados. Así hacemos los cristianos nuestro homenaje creyente a los fieles difuntos mientras dura la espera del eterno reencuentro con Dios y con todos los santos.

La vida de Don Gabino fue una larga sementera, y la semilla ha tenido frutos hermosos que en nuestras vidas han dejado una preciosa huella. Vuelvo a recordar que su lema episcopal fue “Lumen cum pace”, luz con paz. Es un saludo que los cristianos mozárabes tributaban a la luz en el crespúsculo de la tarde, mientras encendían la llama de un cirio que acercaban al altar, entonando el diácono la antífona “In nomine Domini nostri Iesu Christi, ¡lumen cum pace!”, a lo que la asamblea respondía “Deo gratias”, a Dios las gracias. Porque hay una luz que nunca declina, la que alumbra sin deslumbrar, esa luz que acerca la paz sin tregua que nos devuelve la inocencia, la bondad y la belleza para las que nacimos. En el crepúsculo de la vida de Don Gabino, un año después de nuestra despedida, pronunciamos como canto de alabanza y plegaria confiada a Cristo resucitado: “Lumen cum pace”, luz con paz.

Que la Santina nuestra Madre, a la que tan tiernamente amó, le arrope en ese cielo que para él deseamos y que allí nos reencontremos para siempre con él en el paraíso eterno de los santos. Descanse en paz Don Gabino. Amén.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I.B.M. Catedral de Oviedo, 14 junio de 2023

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