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lunes, 5 de junio de 2023

Ciudades de la poesía. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

No sé cómo irá de avanzado el proyecto de declarar a Asturias capital mundial de la poesía, pero ya pueden espabilarse los promotores porque hay mucha competencia. En España, por poner un ejemplo, la entrañable Soria, en la que compusieron y recitaron sus versos Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado y Gerardo Diego, se autoproclama “Ciudad de los poetas”.

En Italia, Recanati, con la “siepe” del “Infinito” de Leopardi, y Rávena, en donde se halla el sepulcro de Dante, sumo Poeta, son lugares a los que peregrinan los literatos y amantes de la poesía procedentes de todo el mundo.

Un investigador y profesor de literatura italiana en los Estados Unidos, David G. Lummus, ha publicado un libro, “The City of Poetry”, sobre la función cívica de la labor poética, en el siglo XIV, de Mussato, Dante, Petrarca y Boccaccio, quienes, con sus composiciones literarias, embellecieron y elevaron hasta lo indecible el grado de excelencia, a través de la poesía, de la convivencia urbana de su tiempo. Y es que Italia, en esto, como en tantas cosas, es difícilmente igualable.

Por otra parte, en un libro de Lorenzo Pompeo titulado “Le città della poesia”, señala, como representativas, las siguientes: San Petersburgo, Berlín, Praga, Buenos Aires, Sao Paulo, Río de Janeiro, Ciudad de México, La Habana, Roma, Barcelona y Cracovia. No figura Asturias, ni tampoco Udine, en la que escribo estas líneas.

Sita al norte de Italia, en la región de Friuli-Venezia Giulia, la ciudad de Udine es, como todas las de Italia, de una sugestiva belleza. Lo primero con lo que se encuentra el viajero, al llegar a ella, es con una torre de la empresa distribuidora de luz y gas ENEL, en la que un udinese, Simone Mestroni, ha pintado un mural de siete metros en el que se lee: “Udine Città della Poesia”.

Se trata de un proyecto de un joven artista, Mestroni, que se ha empeñado en que la poesía y los pensamientos de las más célebres figuras de la cultura estén presentes, en forma “street art”, en puntos muy transitados de la ciudad. Arte que no alcanza ni remotamente la altura del de Tiépolo, cuya obra pictórica luce cautivadora, en Udine, en las galerías del Palacio Patriarcal, la Catedral y el Oratorio de la Purità.

Hace unos días, en un discurso ante los asistentes al congreso “La estética global de la imaginación católica”, organizado por “La Civiltà Cattolica” y la Universidad de Georgetown, el Papa dijo cosas muy interesantes sobre la poesía y el arte en general, basándose en su propia experiencia como profesor de Literatura en Argentina.

Dijo de los poetas que son «ojos que miran y sueñan», invocando una cita literaria de un autor latinoamericano, no sé si de Miguel Ángel Asturias: «Tenemos dos ojos: uno de carne y el otro de vidrio. Con el de carne vemos lo que miramos; con el de vidrio vemos lo que soñamos». Los de los poetas, añadió Francisco, con una expresión de Paul Claudel, son, además, «ojos que escuchan».

De modo que si lo de “Asturias, capital mundial de la poesía” va adelante, la imagen de santo Tomás, la del apostolado románico de la Cámara Santa, será el icono perfecto de ese proyecto, pues con sus dos ojos de zafiro, distintos de los de los restantes apóstoles, que los tienen espolvoreados con azabache, extiende su mirada hacia una realidad que se encuentra más allá de las apariencias, la imaginación y los sueños.

Realidad que intuye y entrevé un verdadero poeta, como lo fue el gran Rainer Maria Rilke, quien, contemplando las aguas del Adriático, mientras paseaba en 1912 por un sendero del castillo de Duino, no lejos de donde me encuentro, exclamó: «¿Quién si yo gritara llegaría a oírme desde los coros de los ángeles?» Clamor de un poeta que escucha con los ojos y desea ser escuchado por Dios. Y así, en aquel instante, nacieron las “Elegías de Duino”, que Rilke publicó, tras haber dedicado a ellas diez años de su vida, hace ahora un siglo.

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