Seguimos avanzando hacia la cumbre de este tiempo pascual; pudiera parecer, como ya comentamos el pasado domingo, que saber que el Señor se irá físicamente con su "Ascensión" juega en detrimento de la alegría de la Pascua, pero nada de eso; Jesús sale al paso de esta realidad para tranquilizarnos mediante la promesa de la venida del Espíritu Santo. Y es que Él nunca nos abandona, sino que somos nosotros los que nos olvidamos de Él muchas veces. Jesucristo Resucitado siempre regala paz y consuelo; lo hizo con la Magdalena, con Pedro, con los de Emaús... Y hoy quiere consolarnos a nosotros diciéndonos: ''No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros''.
I. Dispuestos siempre para dar explicación
El pasaje de la carta del apóstol San Pedro que hacemos nuestra hoy en la segunda lectura, se nos pide algo muy concreto: ''Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo''. A menudo nos encanta pedir explicaciones, aunque si lo analizamos fríamente, ni nos gusta que nos las pidan ni se las pedimos nunca a los amigos. Esto lo entienden bien los sacerdotes al cambiar de parroquia; los primeros que le van a pedir explicaciones, cuentas y aclaraciones suelen ser los que al anterior jamás le preguntaron ni la hora, pues al ser amigo ya tenía el aprobado. Pues esto hemos de aplicarlo al mundo, pero no tanto por que debamos justificar lo injustificable; esto va más allá, es saber contar al mundo que la fe no es una utopía espiritual o mística que flota en el aire, sino que ésta necesita ser razonada y la razón apoyarse en la creencia. A propósito de esto nos enseñó San Juan Pablo II que «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». Los cristianos necesitamos formarnos, crecer en el conocimiento de aquello que da sentido a nuestra esperanza; sumergirnos en las escrituras, el catecismo, el magisterio eclesial... Un jesuita muy conocido que falleció hace pocos años, el Padre Loring, solía decir: ''católico ignorante: futuro protestante''. En este mundo se nos invita, pues, a dar razón de nuestra fe que ha de hacerla perfectamente razonable y asumible para los demás, pero también desde la vivencia personal sabiéndola vivir y transmitir al mundo sin imposiciones ni violencias, sino construyendo puentes hacia los que no entienden nuestra opción de vida.
II. La ciudad se llenó de alegría
Seguimos también las andanzas de aquella Iglesia de la primera hora, y en concreto hoy presenciamos la predicación del apóstol Felipe. Sigue presente el problema que se planteó el domingo pasado que no era tanto la cuestión de los diáconos, sino la realidad de que los griegos eran más abiertos al evangelio que los judíos, y de una pequeña controversia se logró superar una barrera cerrada en la mentalidad de los apóstoles. El Papa Francisco suele recordarnos que en la Iglesia el Espíritu Santo es el que "arma el lío" provocando desconcierto y, al mismo tiempo, el que logra la armonía. Esto es una constante no sólo en estos comienzos de la historia de la Iglesia que estamos recorriendo en esta lectura continuada, sino también a lo largo de todos los tiempos hasta nuestro presente. Lo constatamos aquí en este hecho concreto, cómo el autor nos dice que "la ciudad se llenó de alegría", no un grupo o los que seguían a Felipe, sino que supieron contagiar el gozo de descubrir a Jesucristo resucitado en medio de ellos. Estos textos del libro de los Hechos de los Apóstoles deben hacernos reflexionar a muchos de la necesidad que tenemos de retornar a las fuentes de nuestra fe. Aquellos primeros cristianos no tenían nada, no tenían templo, bancos, calefacción... Es más, les complicaba la vida bautizarse y dejar atrás las religiones permitidas para convertirse en algo así como en "ilegales". Los que escuchaban podrían tener poco o mucho, pero los que predicaban tenían al Señor, por lo que ya no les interesaba ni necesitaban nada más. Y cuando se enteraron en Jerusalén de lo que Felipe había logrado en Samaría, acudieron Pedro y Juan a imponerles las manos, a confirmarlos... Como vemos, ya en el siglo I había "confirmaciones". Pero, ¿por qué mandaron a Felipe a predicar y no habían ido ya Juan y Pedro desde el primer momento? Seguramente por miedo; ya sabemos la mala relación entre judíos y samaritanos, por lo que mandaron a Felipe a ver qué pasaba y, nuevamente, el Espíritu Santo les sorprendió siendo acogido allí mucho mejor el Evangelio que en el mismo Jerusalén.
III. Guardaréis mis mandamientos
El evangelio de hoy es un poco "complicadillo", pues parece que nos dice obviedades, pero nada de eso; tiene mucho calado lo que Jesucristo nos está diciendo. El primer detalle en el que me detengo: ''Si me amáis, guardaréis mis mandamientos'', el Señor nos habla de amor. He aquí la primera cuestión; el amor no es una baratija, no es negociable, no se alimenta exclusivamente de sentimentalismos superficiales o atracciones físicas que ahora están tan de moda, sino que se corresponde con hechos. "Obras son amores", dice el refrán, y es curioso que Jesucristo no les dice "guardaréis los mandamientos de la ley" -al fin y al cabo estaba hablando a judíos- sino que concreta: ''mis mandamientos''. De nuevo sale el amor a relucir; es como decirnos: ¡si me amáis, tenéis que amar! Pero no podemos amar a nadie si Dios no está el primero en nuestro corazón. Decía recientemente un obispo español que igual de mal hacían los que pasaban el día arrodillados delante del Sagrario pero no eran capaces de arrodillarse ante un pobre o un problema de los demás, como los que pasaban la vida arrodillados ante los pobres pero eran incapaces de arrodillarse ante Jesús sacramentado. Unos y otros acabarán siendo víctimas de una ideología concreta, de una única forma de ver la Iglesia, y ahí se quedarán sin haber entendido nada. Jesús, consciente de que el temor empezaba a entrar en el corazón de sus discípulos que a buen seguro empezaban a pensar qué pasará cuando Jesús ascienda al cielo, qué será de ellos y de los que les seguían... Por eso el Señor les promete la venida del Paráclito, del Consolador, del Espíritu Santo que con sus dones nos fortalece para enfrentarlo todo. Y aquí tenemos otro "hándicap": nuestro mundo se empeña en decirnos que lo que no se ve no existe, pero Jesús mismo nos ha explicado esto: ''El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros''. El mundo y lo mundano hacen ruido pero no son fuertes, fuerte es el amor si es auténtico, fuerte es la verdad que podemos enmascararla pero que tarde o temprano aflora, y más fuerte que todo es el Espíritu de Dios. Toda nuestra existencia es un constante cruce de caminos donde debemos elegir lo que se ve o lo que no se ve, lo que no es de Dios o lo que es de Dios, lo que me dará un gozo inmediato pero me lleva al abismo, o lo que se hace esperar algo más pero me da la vida plena.
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