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jueves, 6 de abril de 2023

Jueves Santo, día del amor fraterno. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

 

En este atardecer parece que alma se sobrecoge de manera especial; debería ocurrir siempre que acudimos a la santa misa, pero es que en este día es como si los sentimientos estuviera más a flor de piel y con más fuerza que nunca al tomar conciencia de que en un día como hoy Jesucristo nuestro salvador, quiso anticiparnos su entrega sacrificial al convidarnos a su mesa, a su pascua, a su última cena... Sabéis que desde que soy vuestro párroco he querido resaltar siempre el valor del jueves en nuestra vida de creyentes, pues no somos cristianos por unas ideas, ni por obras sociales, sino que lo somos por la eucaristía. 

Bendito sea Dios por este inmerecido don que en una santa tarde como esta puso en nuestras manos y confió a la Iglesia este Sacramento para ser perpetuado en el tiempo a través de los ministros ordenados. Que nadie nos engañe con que no hacen falta sacerdotes, o que las comunidades cristianas funcionan igual sin presbíteros; en estos días cuantísimas comunidades parroquiales de nuestra geografía española no tendrán la eucaristía por no tener sacerdote. Vivimos de la eucaristía, y por ello cada Jueves damos gracias al Señor por quedarse con nosotros escondido bajo la forma de pan y del vino. Así por la institución del sacerdocio, pidamos incesantemente al Señor para que surjan nuevas vocaciones, sin olvidar pedir por todos los sacerdotes en activo y su santificación. 

Queremos seguir las huellas del Maestro, queremos ser discípulos suyos y sentarnos en torno a la mesa del pan y de la palabra. Pero si el camino del Señor no fue un sendero libre de espinas, tengamos claro que del mismo modo no lo será el nuestro. El verdadero discípulo sirve y ama, lava los pies y se los deja lavar. Y estructura su existencia en la clave del mandato nuevo, que no es amar a los demás solamente como nos amamos a nosotros mismos, sino como ama Dios, que es lo mismo que decir sin límite ni medida. Cristo se humilla, lava los pies incluso al mismo Judas; sirve la mesa a sus amigos, hace verdad lo que había anunciado: ''no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida en rescate por muchos''. La efigie de Jesucristo arrodillado besando los pies fue no sólo una escena que descolocó a todos, sino que supuso desde entonces el espejo y el modelo a seguir para todo el que en esta vida quiera sentirse útil y dichoso, para servir amando y amar sirviendo. 

Con esta misa de la cena nos introducimos en este Triduo Pascual donde contemplaremos la pasión, muerte y resurrección del Señor, pero no pensemos que cada día es para meditar una única realidad, sino tengamos presente que todas están entrelazadas. Y así hoy Jueves Santo ya estamos mirando a la cruz, al igual que cantamos al comienzo de la celebración: ''nosotros hemos de gloriarnos en la cruz'', y es que Jesús ya sabía que la hora estaba cerca, y así afirma al partir el pan y repartir el vino: ''que será entregado'', y ''que será entregada''. Más de una vez me lo habéis escuchado, la eucaristía no es sólo volver a la última cena, sino subir a la Cruz. Es tan grande lo que vamos a vivir que se hace pequeña la cuaresma como preparación; pidamos a Dios no perder nunca esa sensación de indignidad que nos embarga al acercarnos a comulgar. Que nuestro corazón reclame cada día mayor preparación: una confesión más frecuente, una necesidad más imperiosa de estar a bien con Dios y los hermanos, no únicamente para participar de su banquete aquí en la tierra, sino porque en cualquier momento podemos ser invitados a la mesa celestial.

 Hagamos memoria de su paso; el Señor pasó por Egipto aquella noche, también hoy quiere pasar por nuestra vida.  Sobre el altar pondremos este pobre pan que hemos preparado con mimo, como aquellos israelitas esclavizados prepararon y amasaron sus panes, seguros de que el Espíritu Santo vendrá esta tarde sobre ello para convertirlo en el alimento de nuestra salvación. Nuevamente se humilla el Señor, que por la acción de un hombre pobre y pecador viene de nuevo a nosotros y se nos regala cual manjar. Terminada la comunión trasladaremos al Señor solemnemente al Monumento; la Iglesia nos llama a sacar tiempo en las próximas horas para postrarnos ante Jesucristo Sacramentado en esas horas de angustia y lucha interior en que Él oraba incesantemente en el huerto de Getsemaní ante la inminencia de su detención. Desde este momento y hasta mañana al mediodía el templo parroquial permanecerá abierto de forma ininterrumpida con turnos de vela para que nunca se quede sólo el Señor. Pudiera parecer que nosotros le vamos a regalar nuestro tiempo, pero, al contrario, será Él quien nos regale el tesoro de su presencia.

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