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domingo, 19 de marzo de 2023

''Veo''. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Si la pasada semana el tema central era "el agua", en este IV domingo de cuaresma nos ocupa "la luz". De la sed que nos es saciada vamos ahora a la luz que nos saca de las tinieblas, que nos abre los ojos. Nosotros por nuestra cuenta y con nuestras fuerzas no podemos curarnos, abrir los ojos ni vislumbrar la realidad auténtica; esto sólo puede hacerlo el Señor con el regalo de su gracia que nos levanta del borde del camino y nos envía de nuevo. Cristo lo hace por amor, un amor incondicional que se vuelve para nosotros liberador al rescatarnos de la ceguera. Acudamos a su encuentro para que Él nos unja y signe para volver a ver y también mirar de otro modo. Este domingo es también llamado ''Laetare'' (de la alegría) y es que hemos superado ya el ecuador del desierto cuaresmal, por lo que vemos la meta pascual más cercana. 

I. La oscuridad es muerte, la luz es vida 

Esta certeza parece hasta innecesaria recordarla, pero por desgracia en nuestro mundo actual, en nuestra sociedad de cambios vertiginosos los católicos nos vemos obligados a ser contracorriente del mundo, no porque nos guste llevar la contraria, sino por que es evidente que el sentido común hace tiempo que ha salido de escena. Estamos ya en ese tiempo pronosticado del que se dijo que habría que desenvainar la espada para defender que la hierba es verde; lo estamos viendo en nuestro país estas últimas semanas con toda la maquinaria ideológica trabajando en cuestiones de género, negaciones antropológicas, éticas y estéticas. Hoy impera la oscuridad y el reinado de la cultura de la muerte, y es que cuando damos la espalda al Único que es la verdad nos entregamos a los brazos del Príncipe de la mentira. Por eso las palabras que San Pablo nos regala en este domingo con el fragmento de su carta a los cristianos de Éfeso, nos esponjan el corazón para sentir que realmente podemos vivir la alegría. Nos lo ha dicho claramente: ''En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas''. El autor del texto realmente se refiere a que los fieles de aquella comunidad habían dejado de ser paganos y ahora eran bautizados, pero es exactamente lo que nos pasa a nosotros al contrario: vivimos como paganos habiendo recibido el bautismo. Conscientes de la realidad que nos rodea es normal que caigamos en las malas costumbres de los que viven sin fe salpicados por el mundo, pero nosotros debemos pelear ese combate y que no nos deja encontrar al Señor. Para desenmascarar la oscuridad nada mejor que la luz, la cual disipa su anonimato y nos permite caminar. En esta recta final de la cuaresma el Cristo nos anima diciéndonos:  «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

II. Las matemáticas de Dios

La primera lectura tomada del primer libro de Samuel, nos presenta el popular relato en el que Yahvé manda a Samuel preparar el cuerno de aceite para ir a ungir al nuevo rey de Israel. Pudiera parecer un texto de lo más sencillo, pero esconde muchos entresijos. Es ésta una escena de la historia de la salvación que tanto ha dado para reflexionar por parte de los estudiosos y exégetas de ese periodo: para unos, nos encontramos ante un texto muy adornado para darle más realce a la elección, para otros es la prefiguración del solemne reinado davídico; algunos se centran más en la caída de la monarquía que estaba en el trono hasta ese momento, y que va a terminar en la persona de Saúl... Pero a nosotros todos esos pormenores de escrituristas no nos interesan hoy. Aquí sólo hay un dato que es certero y en el que debemos poner la mirada: cómo es que el Altísimo elige a un simple, pobre y humilde pastor para ser el rey de su pueblo amado; cuántas veces hemos escuchado eso de que ''las apariencias engañan''... Eso es exáctamente lo que le pasó al sacerdote Samuel que desoye la advertencia del Señor: «No te fijes en las apariencias (...) Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia, el Señor ve el corazón». Estas son las matemáticas de Dios que van a la contra de nuestros cálculos, que no busca al que destaca, al alto ni fuerte, sino que se hace verdad lo que dirá San Pablo: ''Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres'' (1Cor 1,26).

III. Le abrió los ojos

El evangelio de este domingo como la pasada semana vuelve a ser de San Juan; estos domingos dejamos un poco de lado a San Mateo que es el evangelista que nos está acompañando todo este curso, y es que en estos días la Iglesia nos propone estos textos joánicos no sólo por su riqueza teológica, sino porque su simbología nos es de gran ayuda para saborear lo que el Señor nos quiere decir estos días de cuaresma. De este pasaje quisiera detenerme en varios detalles, el primero es que Jesús que con sólo con una palabra ha curado a otros enfermos, endemoniados, y hasta devuelto a la vida a muertos, esta vez no habla sino que actúa. El evangelista nos detalla cómo el Señor con barro del suelo y saliva untó las cuencas de los ojos al ciego. Este gesto nos recuerda a la unción de enfermos cuando el sacerdote toca la frente con el óleo, pues bien: ¿Qué podríamos interpretar? Pues que si Dios Padre nos creó de la tierra, parece que ahora es su Hijo el que del mismo modo nos restaura. No nos confundamos, este texto encierra más de lo que parece a simple vista, no es sólo un caso de un milagro de Jesús, uno de tantos; es más bien una batalla jurídico-teológica con los fariseos. Con este hecho el Señor quiere romper una mentalidad de un Dios cruel y vengativo muy inculcada a la mentalidad judía. Por eso cuando los fariseos pregunta al que estaba ciego que ahora ve lo que opina de su sanador, y éste responde que para él es un profeta, los maestros de la ley se escandalizan y le dicen: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Si una persona estaba ciega, tenía una enfermedad o sufría una desgracia, la conclusión común era que había pecado y por eso le había ocurrido. Y cuando el problema era de nacimiento: ceguera, deformidad o cualquier otro trastorno o discapacidad, entonces se decía que sus padres o antepasados habían sido los pecadores y que éste estaba pagando dicha culpa. Cristo viene a poner fin a esta mentalidad, por eso levanta al ciego, le toca -algo impensable en ese momento por la impureza que suponía- y le manda ir a la piscina de Siloé. Le envía a la piscina "del enviado". Esta situación tiene otro problema añadido: ¿por qué Jesús se complica sabiendo que era sábado untando a aquel hombre con barro y mandandole ir a aquella piscina, cuando podía haberle curado la ceguera "in situ" y a la vista de todos? Quizá porque precisamente quería dar otra lección a aquellos sabios de la ley para los que las normas estaban incluso por encima de las personas, del sentido común y del corazón. Hoy nosotros también acudimos al Señor sabiendonos ciegos, y pidiéndole su luz; que podamos ver, salir del reino de la oscuridad para alcanzar el cielo que es el reino luminoso... Ojalá algún día podamos decir como el ciego: ¡''Veo''!... Pidamos también de forma muy especial en este fin de semana por nuestros seminarios y seminaristas; sabéis que el fin de semana próximo al día de San José la Iglesia en España celebra la Campaña del Seminario. Pues les tenemos presentes, tomamos conciencia de que debemos contribuir a la formación de los futuros sacerdotes no sólo con el dinero -que es importante- sino especialmente orando por la perseverancia de los que ya han escuchado la voz del Señor, y para que sean muchos más los valientes en dar su sí a entregar la vida a Dios y a los demás.

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