Si la pasada semana el tema central era "el agua", en este IV domingo de cuaresma nos ocupa "la luz". De la sed que nos es saciada vamos ahora a la luz que nos saca de las tinieblas, que nos abre los ojos. Nosotros por nuestra cuenta y con nuestras fuerzas no podemos curarnos, abrir los ojos ni vislumbrar la realidad auténtica; esto sólo puede hacerlo el Señor con el regalo de su gracia que nos levanta del borde del camino y nos envía de nuevo. Cristo lo hace por amor, un amor incondicional que se vuelve para nosotros liberador al rescatarnos de la ceguera. Acudamos a su encuentro para que Él nos unja y signe para volver a ver y también mirar de otro modo. Este domingo es también llamado ''Laetare'' (de la alegría) y es que hemos superado ya el ecuador del desierto cuaresmal, por lo que vemos la meta pascual más cercana.
I. La oscuridad es muerte, la luz es vida
Esta certeza parece hasta innecesaria recordarla, pero por desgracia en nuestro mundo actual, en nuestra sociedad de cambios vertiginosos los católicos nos vemos obligados a ser contracorriente del mundo, no porque nos guste llevar la contraria, sino por que es evidente que el sentido común hace tiempo que ha salido de escena. Estamos ya en ese tiempo pronosticado del que se dijo que habría que desenvainar la espada para defender que la hierba es verde; lo estamos viendo en nuestro país estas últimas semanas con toda la maquinaria ideológica trabajando en cuestiones de género, negaciones antropológicas, éticas y estéticas. Hoy impera la oscuridad y el reinado de la cultura de la muerte, y es que cuando damos la espalda al Único que es la verdad nos entregamos a los brazos del Príncipe de la mentira. Por eso las palabras que San Pablo nos regala en este domingo con el fragmento de su carta a los cristianos de Éfeso, nos esponjan el corazón para sentir que realmente podemos vivir la alegría. Nos lo ha dicho claramente: ''En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas''. El autor del texto realmente se refiere a que los fieles de aquella comunidad habían dejado de ser paganos y ahora eran bautizados, pero es exactamente lo que nos pasa a nosotros al contrario: vivimos como paganos habiendo recibido el bautismo. Conscientes de la realidad que nos rodea es normal que caigamos en las malas costumbres de los que viven sin fe salpicados por el mundo, pero nosotros debemos pelear ese combate y que no nos deja encontrar al Señor. Para desenmascarar la oscuridad nada mejor que la luz, la cual disipa su anonimato y nos permite caminar. En esta recta final de la cuaresma el Cristo nos anima diciéndonos: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
II. Las matemáticas de Dios
La primera lectura tomada del primer libro de Samuel, nos presenta el popular relato en el que Yahvé manda a Samuel preparar el cuerno de aceite para ir a ungir al nuevo rey de Israel. Pudiera parecer un texto de lo más sencillo, pero esconde muchos entresijos. Es ésta una escena de la historia de la salvación que tanto ha dado para reflexionar por parte de los estudiosos y exégetas de ese periodo: para unos, nos encontramos ante un texto muy adornado para darle más realce a la elección, para otros es la prefiguración del solemne reinado davídico; algunos se centran más en la caída de la monarquía que estaba en el trono hasta ese momento, y que va a terminar en la persona de Saúl... Pero a nosotros todos esos pormenores de escrituristas no nos interesan hoy. Aquí sólo hay un dato que es certero y en el que debemos poner la mirada: cómo es que el Altísimo elige a un simple, pobre y humilde pastor para ser el rey de su pueblo amado; cuántas veces hemos escuchado eso de que ''las apariencias engañan''... Eso es exáctamente lo que le pasó al sacerdote Samuel que desoye la advertencia del Señor: «No te fijes en las apariencias (...) Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia, el Señor ve el corazón». Estas son las matemáticas de Dios que van a la contra de nuestros cálculos, que no busca al que destaca, al alto ni fuerte, sino que se hace verdad lo que dirá San Pablo: ''Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres'' (1Cor 1,26).
III. Le abrió los ojos
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