DE LA MUERTE A LA VIDA, por TEODORO CUESTA
PREFACIO DE JOSÉ MANUEL DE EZPELETA (editor y notas)
(Víctor in Vincolis) Hace años, buscando libros relacionados con la guerra civil española, encontré, no recuerdo donde, este ejemplar ya muy deteriorado y lleno de polvo entre otros del mismo tema. Cuando lo leí por primera vez, descubrí que se trataba de un sacerdote y profesor íntegro y con un alma sincera y comprensible, pero sobre todo, muy observador de aquel ambiente de anarquía y represión que reinaba en la capital de España.
A través de su libro, enseguida se percibe una narración limpia de espíritu y sin rencor hacia los demás, incluso siempre desprende compasión para con sus perseguidores en aquellos centros a donde fue llevado en varias ocasiones.
Siempre atento a lo que le rodeaba, fue capaz de observar y apuntar mentalmente lo que veía y escuchaba, tanto en las calles como en las casas de acogida donde pudo ejercer su labor sacerdotal. Nuestro profesor observó con una pupila perspicaz la realidad que le circundaba, contando en su diario con la sencillez aquellos sucesos terroríficos que vivió de primera mano, y que narra de forma dinámica, concisa y muy correcta al describir sus penalidades y los personajes con los que convivió en diferentes refugios.
Llama la atención su enorme valor al arriesgarse en varias ocasiones con el fin de atender espiritualmente a aquellos que se lo solicitaban, incluso iba más allá, envuelto en aquella tempestad de odio y terror, al desarrollar su silencioso apostolado.
Tenemos la fortuna de poder vivir a su lado sus múltiples peripecias, compartiendo afanes y desvelos, alegrías y tristezas conforme avanzan sus testimonios.
¿Cuántos ministros del Señor padecieron desde los primeros días de la guerra una terrible persecución religiosa? Habría que preguntarse en primer lugar, ¿qué vida tenía el culto católico en aquel Madrid sitiado y asediado? La respuesta es sencilla, aún en medio de los periodos más álgidos de la persecución, no se interrumpió ni un solo día. Como es natural, hubo duras restricciones quedando el culto prohibido por parte del Gobierno de la República Española como una fiebre sectaria, en el que el odio secular se plasmaba en que el solo hallazgo de una medalla, crucifijo o de una simple estampa era motivo suficiente para llevar a la muerte a su infortunado poseedor. Por otra parte, fue providencial el aparente desconcierto y confusión vivido por el clero en general, porque debido a esta situación, el culto comenzó a desenvolverse, y por fuerza mayor, como pudo, cada sacerdote inició con gran riesgo su respectivo apostolado en las prisiones, y en decenas de casas particulares donde había un oratorio clandestino o en las legaciones y embajadas. En todos estos lugares, tarde o temprano se celebró el Santo Sacrificio de la Misa, dando lugar a una Iglesia clandestina a modo de catacumba.
Entre el gran número de sacerdotes que se refugiaron en las sedes diplomáticas, todos de alguna forma, se encargaron de levantar el espíritu abatido de sus compañeros de cautiverio, incluso se permitió el celebrar la Santa Misa, utilizando para ello como altar, una silla, una maleta o un mueble. Por cáliz se empleaba un vaso de cristal, repartiéndose los fieles en grupos reducidos, pero el culto, pese a las coacciones no se interrumpió.
Toda esta manifestación religiosa, la plasma y desarrolla en este libro nuestro sacerdote y profesor, describiendo con todo detalle cómo se celebraban y de paso, dando un gran número de nombres de personas refugiadas como él en el Liceo Francés.
Como se podrá observar, en las notas a pie de página, se incluyen aquellos nombres y datos que, de una manera u otra, se citan en los diferentes capítulos. Todos ellos han sido sacados y renombrados de mi larga investigación sobre la represión y persecución religiosa en Madrid.
A través de sus páginas podemos ver el cumplimiento por parte de nuestro profesor, la máxima del Apóstol: Hacerse todo para todos…
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