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martes, 14 de febrero de 2023

Homilía en el funeral de Don José Fdez. Martínez

Invocamos la famosa ley de vida para tratar de comprender lo que, de hecho, nos parte el alma cada vez que hemos de separarnos de alguien querido que nos ha sembrado tanto bien. Y, sin embargo, cuando la esquela de un fallecimiento pierde su anonimato para representar en el mundo de nuestros afectos y nuestros recuerdos alguien reconocido y amado, sirve para poco esa ley de vida para evitar el dolor que nos embarga ese adiós siempre inesperado.

Con sus casi 99 años de edad, estamos despidiendo cristianamente a Don José Fernández Martínez. Larga ha sido también su andadura sacerdotal desde aquella fiesta de María Reina, 22 agosto, de 1948 cuando le impusieron las manos y se convirtió en ministro del Señor. Tras algunas encomiendas parroquiales en sus primeros pasos como cura, enseguida recaló en la Curia diocesana para diversos servicios dentro de los archivos varios, la cancillería y secretaría general, la agencia de preces del arzobispado, y la catedral, donde ejerció como maestro de ceremonias y prefecto de liturgia desde su condición de canónigo.

Son dos ámbitos que han perfilado con bondad y elegancia su trayectoria humana y sacerdotal. En primer lugar, la discreción ante asuntos delicados que acontecen a las personas. Su labor en la cancillería y secretaría de nuestro arzobispado y de la Provincia Eclesiástica, era algo más que tener ordenados los papeles, sino que era tener a buen recaudo asuntos personales, con sus luces y sus sombras, sus gracias y pecados, todo eso que va rellenando nuestras biografías paso a paso en el transcurrir de nuestros años. Y poder contar con alguien diligente, discreto, amable, que tenga cuidado respetuoso con ese caleidoscopio de nuestras vidas, será siempre un regalo. Esta cualidad la tuvo generosamente nuestro querido Don José.

Pero, más allá de la labor de cancillería, es importante la acogida de las personas. El estar al frente de un espacio de recepción y de encuentro, parece desear que quien lo detenta pueda tener una calidad humana que sea bondadosa cuando nos allegamos cada cual con el fardo de nuestras cosas, más allá de los papeles que nos llevan y traen con nuestros asuntos. No es tan sencillo ni tampoco tan usual, contar con ese talante de educación caballerosa que te hace fácil llamar a una puerta, entrar en un despacho o ser introducido ante la autoridad superior que vas a ver o que por ella has sido reclamado. Y también aquí Don José tenía en su tacto delicado, ese arte de acogerte, escucharte y resolver amablemente los asuntos que nos incumbían.

Será, igualmente, una de sus conocidas labores las que giraban en torno a la sagrada liturgia. Como profesor en el Seminario y como Maestro de ceremonias y prefecto en nuestra Catedral. No se trata de un simple gusto estético en la coreografía religiosa, sino el sentido profundo que tiene el culto divino, la alabanza y la celebración de los santos misterios. Ahí estamos tocando la gloria de Dios a Él sólo debida, y al mismo tiempo, nuestro sentido religioso más profundo y bello. Con Don José estábamos sostenidos por ese modo de adentrarnos en las cosas de Dios que el Señor mismo pone en nuestras manos con las ofrendas y el santo sacrificio, o con la atención a esa Palabra divina que pronuncian nuestros labios en la proclamación de la liturgia. La bondad diligente y la discreción en sus maneras, harán también aquí un ejemplo que nos ha dejado la marca indeleble del recuerdo lleno de agradecimiento.

Nos ha dicho Jesús que la vida es una sementera, donde el sembrador va dejando caer en el surco de nuestra biografía las semillas de su gracia con las que ha querido fecundar nuestro mundo, nuestra Iglesia, siempre que hayamos consentido ser instrumentos de Dios en esta historia inacabada. Caer en la tierra y dejarse crecer para en su tiempo oportuno dar el fruto debido. Esta es la vida cristiana, en cada una de nuestras vocaciones, y esta ha sido la vida de este buen sacerdote que tuvo adornada su humanidad con las virtudes que le hicieron cercano, amable, fraterno y fiel trabajador en la viña del Señor justamente donde allí fue llamado.

Damos gracias por su larga vida y por su fecundo paso entre nosotros. Nos deja el buen sabor de alguien que nos acompañó con tanta dulzura, educación y entrega generosa al ministerio que recibió como vocación. Siempre me sentí así tratado por él, y era fácil aprender a tratar así a los demás cuando se cruza en tu vida alguien como Don José que te permite recordar tu propio quehacer cuando se hace como Dios lo quiere.

Descanse en paz, solemos decir, y así lo deseamos sentidamente. Mientras cada cual sigue su camino hasta el destino último de aquella orilla a la que él ha llegado ya, damos gracias a Dios por la vida de Don José, recordamos con gratitud su ejemplo y enseñanza, y elevamos nuestras oraciones al Señor y a nuestra madre la Santina pidiendo para él el eterno descanso.

Si el Evangelio nos ha hablado del grano de trigo, me ayudan los bellos versos de nuestro poeta gaditano cuando hablaba se la sementera de la vida como tarea y herencia que Dios mismo ha querido uncir a nuestras manos.

Y es que al que siembra este suelo
de rosales, de poesía,
de esperanza, de alegría
de fortaleza y consuelo,
y el que da a sus hermanos
rosas de consejos sanos,
y palabras bondadosas…
¡siempre le queda en las manos
algún perfume de rosas!Abrir a todos mis brazos
y consolar sus pesares,
y entre rimas y cantares
darles mi vida a pedazos.
Y al fin rendido quisiera
poder decir cuando muera:
Señor, yo no traigo nada
de cuanto tu amor me diera
¡todo lo dejé en la arada
en tiempos de sementera!Allí sembré mis ardores
vuelve tus ojos allí,
que allí he dejado unas flores
de consejos y de amores…
¡ellas te hablarán de mí!

Descanse en paz nuestro querido hermano, Don José.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
SICBM El Salvador. 14 febrero de 2023

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