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sábado, 28 de enero de 2023

Mensaje para la Jornada Mundial de la Vida Consagrada 2023

LA VIDA CONSAGRADA, CAMINANDO EN ESPERANZA

El 2 de febrero es siempre un día marcado en rojo en el calendario eclesial, un día especial para pararse a valorar y agradecer el don de la vida consagrada tal y como el Espíritu la va suscitando en la Iglesia de cada tiempo. Con todo, aun tratándose de una jornada singular, no podemos aislarla del resto. Celebrar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada pasa, en realidad, por acoger con un corazón dispuesto y confiado la senda que se abre a nuestros pies consagrados cada día de nuestra existencia. Parafraseando el dicho lucano de Jesús, quienes hemos sido llamados a una vocación consagrada —y también los que comparten con nosotros la vida cotidiana— sabemos por experiencia que cada mañana trae su propio camino. Y que solo puede aventurarse en él sin extraviarse quien lo afronta bajo el signo de la esperanza en Jesús resucitado. Los últimos párrafos del documento de la CIVCSVA Caminar desde Cristo, pensado como hoja de ruta para los consagrados y consagradas al comienzo de este tercer milenio, recordaban con gran viveza esta experiencia común que es, a la vez, un ideal permanente:

«Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su “reflejo” […]. Esta es una tarea que nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace hombres nuevos» (Novo millennio ineunte, n. 54). Esta es la esperanza proclamada en la Iglesia por los consagrados y las consagradas, mientras con los hermanos y hermanas, a través de los siglos, van al encuentro de Cristo resucitado (Caminar desde Cristo, n. 46).

Recibiendo y promoviendo los ecos sinodales que resuenan en la Iglesia de nuestros días, la Jornada Mundial de la Vida Consagrada de este año 2023 queremos celebrarla precisamente bajo el lema «Caminando en esperanza». Caminando es un gerundio que hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene, que conlleva paciencia y tesón. En esperanza indica un modo muy concreto de llevar adelante dicha acción a través de la virtud cristiana más necesaria para quien desea vivir en marcha y volcado hacia el futuro que hemos de construir todos los miembros de la Iglesia unidos. Si el año pasado recordábamos que ir «caminando juntos» es el modo natural de vivir la dinamicidad propia del pueblo de Dios —que es pueblo y lo es del camino— y, por tanto, de la vida consagrada, este año contemplamos el talante y el horizonte de aquellos que, en medio del mundo pero sin ser de él, se consagran a Dios «caminando en esperanza» para ser cada día apóstoles del reino, levadura en la masa, semilla en la tierra, sal en el guiso y candelero en lo alto. Con ellos damos gracias a Dios y comprometemos nuestra entrega para tomar las sendas de la esperanza, que nos portan cada jornada a la casa del Padre, a la casa de la comunidad, a la casa de los olvidados.

Las personas consagradas tratan de confiar caminando en esperanza, aun cuando no tienen, como su maestro, dónde reclinar la cabeza. Su camino cotidiano de obediencia comienza y termina en la casa del Padre. Dios es su desde, en y hacia dónde. Ellas saben que se necesitan oídos atentos a la voz del Padre, ojos fijos en la cruz del Hijo y manos prontas a la misión del Espíritu para encontrar fuerza y perseverancia a la hora de emprender esperanzadas cada desafío cotidiano dejando que Dios haga nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Él es el Señor de la historia que alienta sus pasos y en él encuentran la promesa —futura y presente— de una dicha que no acaba. Solo a través de esta presencia sostenida de Dios que el Espíritu Santo despierta en su interior, los consagrados se van volviendo peregrinos recios en las jornadas de tormenta y animosos en las de sol.

Las personas consagradas tratan de compartir caminando en esperanza, aun cuando no llevan bastón ni alforja ni una capa o túnica de sobra. Su camino cotidiano de castidad comienza y termina en la casa de la comunidad. Los hermanos son su con quién. Ellas saben que no han sido llamadas a la soledad estéril, sino que tienen que entrelazar sus historias con las del resto de consagrados, con el conjunto del pueblo de Dios, con sus hermanos y hermanas de orden, congregación o comunidad, de parroquia y unidad pastoral, de arciprestazgo, de Iglesia particular y universal… y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, principalmente los más pequeños. Es en esta unión de voluntades siempre retadora, con exigentes rasgos sinodales, donde se alumbra una esperanza distinta a la que ofrece el mundo, capaz de derribar muros, abrir fronteras y soñar juntos el reino que, gracias a Dios, ya se ve en esta tierra fatigada.

Las personas consagradas tratan de acompañar caminando en esperanza, aun cuando no consiguen más que un par de monedas que echar en la ofrenda del templo. Su camino cotidiano de pobreza comienza y termina en la casa de los olvidados. Los empobrecidos son su para qué. La cercanía con Cristo Jesús, que sana las enfermedades, levanta del barro y alegra el corazón, los hace encaminarse hacia los heridos, los caídos, los empobrecidos, los excluidos y los entristecidos, y clamar con ellos por la salvación definitiva en medio de muchas periferias fecundas. A veces llevan sobre sus hombros a quienes han sido abandonados a su suerte en la cuneta de la vida o indican la dirección correcta a quienes buscan el camino de vuelta a la casa del Padre. Otras, se dejan iluminar y consolar en su propia vulnerabilidad por quienes han conocido intensamente el sufrimiento y han mantenido la fe. De un modo u otro, siguen la estela del Crucificado-Resucitado que pasó por este mundo haciendo el bien y caminando en esperanza.

Para ir lejos hay que dar un paso detrás de otro con «determinada determinación». Y hay que hacerlo cada día con ánimo esperanzado. Bien lo sabían el anciano Simeón y la profetisa Ana, que gastaron su vida en un ir y venir de casa al templo y del templo a casa hasta que el Señor esperado —luz de las naciones y gloria de su pueblo— apareció en sus brazos un buen día. Pensando en el camino esperanzado de ambos, Simeón y Ana, el papa Francisco pronunció hace dos años las siguientes palabras en su homilía para la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada de 2021:

Caminando con paciencia, Simeón no se dejó desgastar por el paso del tiempo. Era un hombre ya cargado de años, y sin embargo la llama de su corazón seguía ardiendo; en su larga vida habrá sido a veces herido, decepcionado; sin embargo, no perdió la esperanza. […] La esperanza de la espera se tradujo en él en la paciencia cotidiana de quien, a pesar de todo, permaneció vigilante, hasta que por fin «sus ojos vieron la salvación» (cf. Lc 2, 30)» (FRANCISCO, Homilía en la Fiesta de la Presentación del Señor [2.02.2021]. XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada).

En el espejo de Simeón y Ana se mira hoy toda la vida consagrada, consciente del momento que vive y alentada por el deseo de sumarse al compás sinodal de la Iglesia «caminando en esperanza». Ellos supieron sembrar con paciencia y recoger con gratitud, servir calladamente y cantar de júbilo, esperar a que el Mesías se abriera camino hasta ellos y caminar compartiendo con todos la esperanza del Señor. Reconociendo en su figura el rostro de tantos consagrados y consagradas que caminan sinodalmente en esperanza, demos gracias a Dios por la luz que nos llega a través de su vocación entregada y elevemos nuestra oración por la humanidad sufriente, para que llegue el día en que los ojos de todos contemplen a su Salvador.

Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

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