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viernes, 13 de enero de 2023

El Peque o la bondad ácrata. Por Javier Gómez Cuesta

Pequeño de estatura, enorme de corazón. No hay duda, rezumaba bondad a raudales, ni pizca de picardía, lo suyo era ayudar a quien fuera, aunque no lo conociera, sin prevenciones, simplemente porque era alguien que necesitaba ayuda. Lo conocí ofreciendo pequeños platos de loza de las monjas cistercienses de Lugones, las que acabaron en el Picu Cuetu. Estaban necesitadas y el Peque salió en su ayuda vendiendo aquellos pequeños objetos de loza que ellas decorabas.

De estudiante, lo justo para aprobar porque lo suyo era hablar, leer las personas, preocuparse por ellas, conocer la circunstancia que vivían. Ningún deporte lo tuvo como hobby. 

Fue un adelantado de la ''Iglesia en salida'' del papa Francisco. Su campo de apostolado fue principalmente la calle. Pocos habrán conocido en menos tiempo la feligresía, nombres, parentescos y cómo vivían o qué necesitaban. Se veía como cura de todos, cristianos practicantes, alejados y ateos. Siempre con su pipa en boca echando bocanadas de aire, lo que acabó con él.

Una de sus etapas más importantes fue la de misionero en Burundi, ofreciéndose nada más ser ordenado sacerdote el 3 de julio de 1982. Lo viví en vivo porque estuve una navidad en la Misión. Fueron unos días inolvidables. Me hizo de guía y pude ver su verdadera inculturación en aquella África profunda y pobre, con aquellas personas de diferentes etnias, cómo conocía sus tradiciones y las practicaba con toda naturalidad, como si fuere uno más de aquellas tribus, haciendo invitarme a sus casas, bebiendo en el cuenco de madera la cerveza de plátano y siendo agasajado con los protocolos africanos tan acogedores en la hospitalidad. Él era allí el que más relaciones mantenía con las más diversas personas. Y sobre todo, hacia de todo, hasta de atrevido ''arquitecto aparejador-maestro de obras'' (todo a la vez), levantando el edificio para las monjas y dirigiendo a los obreros. Le sobraba ingenio para resolver las dificultades. Sin estudios específicos, todo por intuición. El edificio no se cayó, solamente se agrietó alguna pared y hasta las cañerías funcionaban. Después de una breve estancia en Teverga y parroquias del concejo, donde se ganó la simpatía de los teverganos hasta concederle el título de Hijo Adoptivo, lo que indica su empatía con las personas, siempre disponible, se incorporó en 1986 a la nueva misión diocesana, ahora en Benín, por las guerras fratricidas étnicas entre hutus y tutsis de Burundi. Fueron otros cinco años. 

A la vuelta en 1991, se encargó del Apostolado del Mar. Era un campo pastoral nuevo para él, pero por su origen de nacimiento en Avilés (7-4-1957), el personal pesquero y de la marina mercante no le resultó desconocido. Sé que sufrió con el cierre del Stella Maris de El Musel. No tenía reparos en afrontar retos nuevos. Su bondad abría todas las puertas y todos los corazones, muy querido por donde quiera que anduvo. Entre ellos los sordos. Tenían falta de capellán versado en sus signos, no era fácil esta misión y allá va José Manuel a entregarse a esa pastoral con la mejor disposición. 

Pasó un año en la parroquia de San José, con José Luis Martínez a quien inició en los conocimientos del ordenador ''maximizando y minimizando'', ¡una comedia!. Y llegó a la Parroquia de Santa Cruz de Jove donde pasa su etapa más larga y final, de 26 años. Hasta tal punto se identificó con ellos que se sentía de la familia de todos. Los quería y le quisieron porque era la bondad ambulante y ofrecida sin nada a cambio. Le importaron las personas más que las cosas materiales y las ceremonias, con un corazón a borbotones y simpatía desbordante. Para todos tenía una palabra amable y su púlpito fue sobre todo la calle, el encuentro con los feligreses y la invitación en el chigre parlando de lo divino y de lo humano. Y la pipa humeando. Eso era lo malo. Tenía que haber hecho más caso a San Blas y someterse a su intercesión. 

Así le causó la enfermedad, con la que nos dio otra lección de aceptación y sufrimiento. Fue un trancazo. Puso todo el interés por superarla, sin dejar sus costumbres y manías. Llegamos a tener esperanzas de que la superara. Ninguno de los muchos inconvenientes le tiraron para abajo, aunque sabía de su posible siniestralidad. Pero acabó viendo su final en el rostro deformado.

Fueron 65 años intensos. De todo lo que hizo disfrutó. Su lema podía ser ''Haz el bien y no mires a quién'', que es el modo más evangélico de amar. Y con el que es el Amor, de la fuente que él bebió, ayer ¡pronto! José Manuel el de Jove, se nos fue. 

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