Esperé unos días a ver si algún hermano en el ministerio más diestro que un servidor en este arte de juntar letras le dedicaba unos renglones al párroco de mi pueblo. Como no aparecen “caballos” que tiren por este carro, tendremos que salir al ruedo los asnos. Y se me ocurre salir con un barbarismo de esos de los que ahora se abusa para afirmar que don Constantino fue mi primer “influencer”, por más que en los años sesenta la “red social” principal en el mundo rural cabe decir que era “radio lavadero”.
Llegó el hombre a las parroquias de Villacondide y Trelles, en el concejo de Coaña, en el que resultó ser el último concurso de curatos, allá por el año 1961, cuando un servidor contaba 2 años, con lo cual fue el cura con el que me inicié en el camino de la fe, la primera “estrella” que me señaló el camino hacia el Seminario, por utilizar una de las palabras clave de la fiesta de la Epifanía, en la que me detengo a escribir estos renglones. Es verdad que en los años de la infancia, como les pasaría a tantos o a todos, uno imitaba lo que veía hacer a los mayores. Si un día me llevaban a Navia en el autobús que bajaba desde Boal, al día siguiente ahí estaba un servidor con el triciclo, remedando a Falín y Pinteiro, que eran a la sazón los choferes de aquella ruta. Si un día veía cómo pescaban los Gayoles o mi pariente Tino, al día siguiente me ponía a pescar en seco. Tras la fiesta de San Juan o del Carmen, me surgía la vena musical y me convertía en vocalista, cantando las canciones de la época. Y los domingos, que me tocaba ver celebrar a don Constantino, le emulaba después en casa, celebrando mi particular “misa”. Cincuenta y pico años después, aquel “neno” no ejerce ni de chofer de autobús, ni de pescador, ni de vocalista, sino de cura. Se ve que don Constantino pudo más como “influencer”.
De aquella, no eran solo los domingos los días de contacto con el párroco: las flores de mayo, las confesiones de los primeros viernes, los recitados de Navidad y el triduo pascual contaban con tantos fieles en una parroquia pequeña, como Trelles, como puede haber hoy en las mayores parroquias de la diócesis. Y todo ello, adobado con el complemento de unos padres creyentes y practicantes, acabó propiciando mi vocación al sacerdocio. Como las loas a los difuntos tienden a exagerarse, solo voy a decir dos cosas del cura de mi pueblo. Por un lado, quiero destacar su discreción y su humildad. En nuestro mundo clerical hay demasiado “carrerismo”, demasiados hermanos que buscan acceder a cargos o a parroquias de las que en nuestra jerga se llaman “de término”. No sé si tanto como para llamarle lepra a este vicio, como afirmó el Papa Francisco, pero sí al menos para considerarlo gripe. Pues a don Constantino nunca le noté esas apetencias: parecía encantado de frecuentar más los segundos planos que los primeros, sabedor de que en el Evangelio que predicaba a quien más se destaca es precisamente al que menos se empeña en destacar.
Por fecha de nacimiento le tocó al hombre la formación preconciliar, pero tuvo la habilidad de subirse al carro en marcha del concilio, que diseñaba una figura de cura más encarnado, más implicado en la vida de su pueblo, de sus feligreses. Sería prolijo enumerar ejemplos de ello. Si acaso, me remito al artículo de Finita en la hoja del arciprestazgo de Villaoril y lo suscribo de pe a pa. No era don Constantino hombre de discursos grandilocuentes y floridos, sino de tarea diaria de “hormiga” laboriosa, botón de muestra del refrán que afirma que el mejor sermón es el de fray Ejemplo. Como no todo son liturgias y cosas serias en la vida del cura, tenía naturalmente sus momentos de expansión y de encuentros informales con los feligreses.
Recuerdo que algunos años vivió con especial intensidad la costumbre de las inocentadas el 28 de diciembre. En casa de mi abuela, una de sus particulares Betanias, mantuvo varios años una peculiar competencia con mi difunta tía Aurora, a ver quién conseguía engañar a quién. La ocasión en la que mi tía disfrutó más fue cuando le consiguió endilgar al cura el primer sorbo de un café “endulzado” con sal. Al atardecer de la vida las necesidades diocesanas obligaron a don Constantino a abarcar más territorio y, como nos sucede a los demás, a pasar de ser cada vez menos párroco pastor y más párroco funcionario, que, casi siempre contra el reloj, corretea de pueblo en pueblo para prestar los servicios mínimos. Y en eso tendremos que seguir hasta que aparezca otra fórmula mejor. En fin, como no me tocó ejercer en el Noroccidente, ni él era de los curas que van con frecuencia a Oviedo, nos veíamos más bien poco, pero me queda un excelente recuerdo de mi párroco. Ojalá tuviera un servidor algunas de las cualidades que adornaron a este buen pastor de la prolífica cantera presbiteral de Ponticiella. Descansa en paz, hermano.
Hablando de labor diaria y discreta, no puedo olvidarme de mentar a la sobrina del cura, a María Jesús. Lo que hoy resulta insólito hace unos lustros era bastante habitual: que una sobrina conviviese y atendiese a su tío cura. No faltarán “progres” de lazo en la solapa y minuto de silencio que no valorarán que una sobrina, o sobrino, “gaste” su vida para atender a su tío o tía, sea cura, arqueólogo/a o taxidermista. Pero ya habrá Quien valore al ciento por uno la dedicación de María Jesús y de tantas María “Jesuses” al servicio de los demás. “Chapeau” y sobresaliente a la sobrina de un cura sobresaliente.
Procesión de San Cosme y San Damián de Villacondide Año 2012
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