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martes, 13 de diciembre de 2022

Un Calvario de Maximino Magariños para Candás. Por Rodrigo Huerta Migoya

La Parroquia de Candás ha tenido un regalo de Pascua muy especial con las nuevas tallas del conjunto escultórico del calvario que ya luce en el lateral de la nave central de la iglesia. Una auténtica joya del siglo XX que en palabras del Párroco dice mucho en la historia y el culto de esta Parroquia-Santuario, y es que el autor de estas imágenes de Cristo en el monte Gólgota no es otro que el gran Maximino Magariños, en cuyo taller sus discípulos darían forma a la imagen actual que conocemos del Santo Cristo de Candás, en sustitución del anterior -aparecido en el mar del Norte- profanado y quemado por la milicia republicana. ¿Podría haber mejor lugar para esta obra que Candás, cuya vida espiritual gira en torno a la cruz del Señor?. Al fin y al cabo es lo único que permanecerá, como dice el lema cartujo: "mientras el mundo gira y da vueltas, la cruz permanece fija y segura". El grupo escultórico fue bendecido solemnemente por el Párroco el pasado día 5 de septiembre en presencia de la familia Magariños, donantes de la obra a la Parroquia, coincidiendo con el día que comenzaba la Novena al Santo Cristo de Candás. 

El lugar ubicado no podía ser mejor, hace años que el párroco D. José Manuel, quería subir el óleo de la Purísima al Santuario, pues aunque a los fieles les gustaba su ubicación al sacerdote le parecía que no tenía sentido tener en la misma nave dos representaciones de la Inmaculada, la cual aún siendo la Patrona de España, muchos considerarán que siempre será poco el amor que tributemos a la Concepción Inmaculada de María. Finalmente, pudo hacerse el arreglo subiendo la pintura a la capilla de Covadonga en el Santuario, y reubicando el exvoto de un milagro del Cristo a un lugar más destacado. 

Es ésta una escena que jamás se cansa uno de meditar, ese capítulo de San Juan que nos recuerda el momento sublime en que Cristo antes de completar su oblación con el Padre nos entrega a su madre como madre nuestra. Es lo que nos dice a cada uno de nosotros dirigiéndose al joven discípulo: "ahí tienes a tu madre"... Y desde aquella hora la Iglesia llama a María madre. Es esta escena la que nos presenta en la liturgia de la memoria de la Virgen de los Dolores: "María al pie de la Cruz". Y desde bien antiguo se ha cantado el "Stabat Mater Dolorosa iuxta crucem lacrimosa". Introducirse en la riqueza de escritos espirituales  que se han compuesto en el devenir de los tiempos nos ayuda a comprender que no estamos ante una escena cualquiera de la vida de Cristo. 

A los pies del crucificado están María y el discípulo que tanto amaba; es decir, tú y yo y Aquella; todos somos testigos del amor de Cristo que llega en ese momento a su culminación. El Papa Francisco no suele hablar con frecuencia de liturgia, pero si en algo insiste de esta materia es en lo siguiente: "la misa no es una fiesta, es subir al calvario". Y así es, aunque sólo vemos al sacerdote elevando la Sagrada Forma, lo que nuestros ojos contemplativos deberían ver es a Cristo volviendo a morir por mí sobre el ara del altar. María estaba; sólo por ese verbo dicen los estudiosos que ya el evangelista nos desvela la actitud de esta madre, madre del eterno sacerdote, madre de los sacerdotes, mujer eucarística. El artista Marco Rupnick (sj) suele representar a Jesús vestido de sacerdote en la cruz, y a su madre recogiendo su sangre con el cáliz. María está en actitud sacerdotal, frente al altar. Tampoco perdamos de vista que San Juan evangelista es el patrono de todos los cofrades, por tanto enhorabuena a los miembros de las cofradías del Rosario y de los Dolores que ya tienen a su patrono en la Parroquia. A los pies del conjunto escultórico el autor nos desvela su fe y su alma puramente mariana, pues leemos la leyenda al efecto: ''MOMENTOS EN QUE LA MADRE DE DIOS ES CONSTITUIDA MADRE DE LA HUMANIDAD REDIMIDA''. Aún el Sr. Arzobispo de Oviedo en sus palabras al concluir uno de los días de la Novena nos recordaba esas preciosas palabras de la liturgia que nos recuerdan: ''que los dolores que no sufrió al darlo a luz, los padeciera, inmensos, al hacernos renacer para ti''. También en Candás hay una zona, un barrio así llamado ''El Calvario'', el cual gira alrededor de la calle empinada que lleva tal nombre y conduce a la iglesia. Los vecinos de este lugar ya tienen también en el templo la imagen del titular de su calle. 

El autor fue cuidadoso hasta el más minucioso detalle: merece especial atención el "titulus" o título de la condena del crucificado. Magariños no se limitó al popular INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudæorvm), sino que puso exactamente aquello que San Juan indica en su evangelio sobre lo que Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Magariños no se equivocó al hacer la tablilla de la condena, sino que se informó bien de cómo habría sido aquel famoso letrero que los Sumos Sacerdotes quisieron corregir sin éxito, con aquella rotunda afirmación del Prefecto romano: ''Lo escrito, escrito está''. No está hecha mal aposta, ni pensada para ser leída por un espejo, sino que el autor se inspiró en la creencia de muchos estudiosos que siempre han opinado que los que escribieron el texto aquel primer viernes santo de la historia eran judíos, por tanto, escribían de derecha a izquierda, y por lo cual además de las palabras hebreas las escritas en latín también serían en este sentido, y las griegas igualmente con las letras redondeadas siguiendo el estilo hebraico. 

No era un principiante el escultor en este campo, ni tampoco "Taller Magariños" empieza con él, con nuestro Máximo Magariños Rodríguez (1869 - 1927), sino que ya su padre el escultor Juan Manuel Magariños Blanco tenía el taller en Santiago de Compostela. Máximo y su hermano mayor Manuel, tomaron el relevo a su padre dando continuidad al negocio familiar. La formación de Máximo empezó con su padre, siguió en la Academia de Modelado de ''La Económica de Santiago'', y después con el maestro escultor Corgo Hermida y el renombrado Sanmartín de la Serna. No se limitó sólo a la talla, él quería pintar, dorar y decorar sus propias obras, por lo que acudió a las clases del pintor Beltrand que tenía su academia en la rúa San Pedro de Compostela. La vida espiritual de Maximino siempre estuvo vinculada la iglesia parroquial de San Fructuoso y San Juan Evangelista de Santiago de Compostela, parroquia esta última que tiene el privilegio de mirar su fachada al Obradoiro. En dicho templo fue bautizado, se casó y bautizó a sus diecisiete hijos. Gracias a que empezó a trabajar muy jóven dejó una obra extensa; por desgracia, hay que lamentar su prematura muerte con apenas 58 años por una septicemia. En el momento de su muerte sustentaba su trabajo a trece hijos, pues cuatro fallecieron antes que él.

Pronto su nombre ganó fama siendo requerido ya en 1897 para la Exposición Nacional de Madrid; a partir de ahí sus obras eran habituales en exposiciones regionales, nacionales y algunas en el extranjero. Además de en España, en Uruguay y Argentina gozó de gran prestigio y reconocimiento. Es cierto que la influencia de su padre y de sus maestros como por ejemplo Miras, están presentes en sus obras, aunque él fue autodidacta y siempre quiso ser fiel escultor de la escuela compostelana; quería hacer llegar el estilo propio de su tierra a todas partes. Considerado dentro de la corriente historicista del eclecticismo, es una de las figuras más señeras de la escuela compostelana de los siglos XIX y XX. En el campo de la escultura religiosa se asesoraba de sus amistades para captar lo esencial de los momentos que quería representar; buceaba en lo teológico para cincelar los rasgos de sus obras con más seguridad. Siempre se inspiró en los modelos del barroco.

Sus obras más valoradas son las tallas de crucificados; impacta el realismo con que representa no sólo a Cristo yacente, sino crucificados en agonía o expiración. La composición de la efigie del Cristo que preside este calvario -quizás la última obra totalmente concluida del autor- llama la atención no sólo por ser las imágenes de altura natural, sino por los rasgos de naturalidad que el autor ha logrado dar en la anatomía del Redentor. No le gusta a Magariños representar a un Cristo cubierto de sangre, con rostro de sufrimiento y gestos de tortura; al contrario, el maestro gallego nos muestra a un Nazareno que interioriza y hace espiritualidad su patíbulo en un puro expresionismo exasperado, como dirían los críticos de arte.

Mientras, vemos a San Juan Evangelista con los rasgos marcados, los ojos hundidos enmarcados en unas profundas cuencas, el rostro ovalado, la nariz afilada... La Santísima Virgen la vemos en una composición más piramidal, facciones y gestos serenos, un canon esbelto, rasgos de carácter místico; destaca la austeridad propia del norte de España, cabello luminoso y largo al igual que largos son los paños y ropajes con algún arremolinamiento. En el tema de los vestidos el autor distingue completamente la imagen masculina de la femenina, mientras la vestimenta de San Juan parece dejar insinuar la anatomía del representado con pequeños detalles como la cintura, o la apariencia de poder apreciarse una de las rodillas al estar un pie algo más adelantado que el otro. Sin embargo, en la imagen de María encontramos todo lo contrario como una muestra de respeto total en la Madre de Dios, donde los numerosos pliegues del manto sobre la túnica parecen custodiar hasta las rodillas de la nazarena. Los estudiosos en la obra de Magariños consideran que estos detalles del manto son influencia clarísima de Ferreiro. 

La austeridad se hace extensible a la pintura y la policromía, que son de una sobriedad hermosa; no son una composición recargada, sino que busca ser fiel al relato del evangelio. Nada de muchos colores, filigranas y dorados. La obra de Magariños presenta quasimonocromía de azules, y una cromática tenue apropiada para la escena que se representa. Esta composición escultórica puede considerarse la cumbre de toda la obra del autor. Sus líneas virtuosas, y su esmero en representar la gracia delicada muestran que a pesar de encontrarse en la plenitud de la vida había alcanzado la meta de todo autor, y es que ya dijo un tallista que "la verdadera obra de arte no es más que una sombra de la perfección divina", ó, en palabras del mismo Miguel Ángel: "la perfección no es cosa pequeña, pero está hecha de pequeñas cosas''...

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