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lunes, 5 de diciembre de 2022

Ínsula sacra. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Se han reanudado, tras la suspensión a causa de la pandemia de COVID, las visitas de colegiales a los monumentos eclesiásticos en Oviedo que anualmente organiza la Delegación Episcopal de Enseñanza del Arzobispado. A esta actividad se la conoce como “Oviedo trascendente”.

«Oviedo es trascendente por sus tesoros conservados maravillosamente a lo largo de mil trescientos años de historia. A través de estos tesoros invitaremos a los alumnos a trascender, elevar su espíritu, desarrollar esa dimensión que nos hace plenamente humanos y llamados a ser divinos: la apertura trascendental», se lee en un folleto con el programa de visitas.

El conjunto de edificios levantados por la Iglesia en el centro de la ciudad de Oviedo es imponente. Y sobre todo los que se hallan en el casco histórico. Me refiero a la “ínsula sacra” ceñida, en cuadrilátero, por la plaza de la Catedral y las calles Santa Ana, Canóniga, San Vicente, Jovellanos y Águila.

Está primeramente la catedral, en la que su estilizada nave central reclama, desde la altura del cleristorio, al huésped, para que éste, alzando la mirada, se eleve hasta la fuente de la luz, y avance, hacia el presbiterio, y se encuentre allí con Cristo pantocrátor, el que es, el que era y el que vendrá al final de los tiempos.

Templo en el que están la cátedra del Magisterio ordinario de la Iglesia, el santo Sudario del Redentor, las cruces de la Victoria y de los Ángeles, y otras de incalculable valor religioso y artístico; las reliquias de innumerables testigos de la fe cristiana, el arca santa, una hidria de las bodas de Caná y el mausoleo de la monarquía asturiana.

Y San Tirso el Real, antiquísima sede parroquial, en cuyo atrio tuvieron lugar las primeras reuniones concejiles y de la población ovetense. Las asambleas ciudadanas de las que tanto se habla en la actualidad como modelo de referencia para la gestión de la cosa pública no la inventaron los partidos políticos ni las asociaciones vecinales de hoy, sino que nacieron en el “corral de Santo Tysso”, a la sombra de la santa madre Iglesia, que es en donde ha surgido cuanto de grande, noble y excelente existe en las sociedades de cuño moderno.

Y el Arzobispado, cuya fachada debe de ser una de las más fotografiadas de la ciudad, con la bandera del Vaticano, junto a la de España y la de Asturias, ondeando en el balcón principal, y ante la que no pasa nadie que no repare en ella. Desde el Arzobispado se administra la inmensa y multisecular red capilar de parroquias y comunidades cristianas de Asturias, generadoras y guardianas de un riquísimo patrimonio histórico, cultural, artístico y espiritual, que es lo mejor que se ha producido en la región durante milenios.

Y después de haber pasado ante una banquisa dorada, cálida y vertical, que es la fachada del claustro de la catedral, y del inigualable archivo capitular, en donde duermen los documentos más antiguos del Principado; y dejado a un lado la Casa de Venerables, es decir, la Sacerdotal; y esbozado una sonrisa al posar la vista en la balconada de la casa de un deán y recordar lo que se cuenta de por qué se construyó; y deleitado en la contemplación del hermoso conjunto que constituyen la residencia de María Inmaculada, con su recoleto patio de entrada, y la de las hijas de san Vicente de Paúl, que atienden la Cocina Económica, el viandante se adentrará entonces bajo un arco, alto como el erigido por un emperador romano, en los espacios del conjunto monástico de San Vicente y San Pelayo, parcelado en museo arqueológico, facultad de psicología, iglesia parroquial, comunidad de monjas y academia de la llingua.

Una inscripción reza así: «Reinando Fruela I, en el año 756, Máximo y Fromestano elevaron en este lugar, ya llamado Oveto, un monasterio que propició la inmediata fundación regia de la ciudad de Oviedo». Y menciona las que, en América, llevan este mismo nombre: en Paraguay, República Dominicana y Estados Unidos.

Las comunidades benedictinas implantadas en la ciudad fueron las que, junto con la catedral, confirieron a Oviedo el marchamo de europeidad. Una de ellas, la de la Vega, es la que ha dejado al municipio la amplia superficie en la que se realizan periódicamente las actuaciones de vanguardia social. Y es porque la vida monástica benedictina ha instilado en nuestro continente la savia cristiana que lo ha configurado como una gran comunidad de pueblos. Mientras que las catedrales, por su parte, son los monumentos más emblemáticos de la Europa civilizada, culta y espiritual.

La “ínsula sacra” de Oviedo es, pues, el referente máximo de su magnífica historia, el epicentro de su vida cotidiana, el más importante activo para su desarrollo económico, la más extensa e intensa concentración de belleza existente dentro del perímetro urbano, el mayor orgullo de sus ciudadanos y la más elocuente epifanía de Dios en la visibilidad de la materia. Y todo ello por ser simple, clara, llana e incuestionablemente cristiana.

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