Tom Hanks ha venido a España para promocionar su última película, que estará a finales de año en las salas de cine de nuestro país: “El peor vecino del mundo”.
Desde que se casó con Rita Wilson, Tom halló la estabilidad personal que proporcionan la familia y la religión, porque, de mano de su esposa, entró a formar parte de la Iglesia ortodoxa, en la que fue bautizada ella.
Ambos se confiesan creyentes y practicantes, y reconocen que la fe en Dios los sostuvo durante el tratamiento contra el cáncer de Rita y contra la adicción al alcohol y a las drogas de su hijo Chet.
Chet Hanks, que también es actor, declaró que el encuentro con Dios («Dios es real», afirma) lo hizo abandonar el ateísmo y salir del infierno en el que se encontraba sumido: «Me tocó la mano de Dios».
Tom Hanks fue, mientras vivió con su madre, católico; con su madrastra, mormón; con una tía, metodista nazareno. Y asistió durante años a círculos de estudio de la Biblia. Tuvo, pues, una «visión general itinerante de varias religiones», según manifestó en cierta ocasión.
Sin embargo, lo que experimentó de forma constante en el período de su infancia y en el de su adolescencia fue una terrible soledad. De ahí el que considere la película “El náufrago” como la más representativa de su historia personal.
Durante una entrevista que la presentadora Kirsty Young le hizo para la BBC, Tom se conmocionó cuando ésta le preguntó qué era lo que le atormentaba cuando tenía 14 o 15 años y él respondió con voz quebrada: «No me hagas esto… Era el vocabulario de la soledad. Yo no contaba con el vocabulario para expresar la soledad».
Era tan profundo y arraigado su sentimiento de soledad, que, cuando estaba dándole vueltas a lo de ser actor, sus dudas se disiparon en el mismo instante en el que oyó decir que todas las grandes obras de teatro tratan, en definitiva, de la soledad. Y de soledad iba él bien sobrado.
También van sobrados de soledad los ancianos de la Residencia de la Tercera Edad de Campolongo, en Pontevedra. Su director, Juan José López, ha escrito una carta a los jóvenes, que está circulando sin parar por las redes sociales, en la que dice: «No nos falta vida, os lo aseguro (…) Si acaso nos duele lo que nos sobra: soledad. Y nos sobra porque no estáis aquí (…) Habéis dejado de querernos (…) Pronto será Navidad, el tiempo más triste en nuestra casa (…) Quiero una lluvia de cariño en forma de cartas, de mensajes, de felicitaciones, de fotos».
En tan solo unos días han llegado a la residencia, en respuesta a la misiva del director, que dio voz a la soledad de los residentes, seis mil cartas con mensajes de cariño procedentes de diversas partes de España y de Europa.
«En Estados Unidos hay una epidemia de soledad», dijo Tom Hanks el otro día en uno de los actos de presentación de la película “El peor vecino del mundo”. Y, por lo que se ve, en Europa también, yendo, además, en aumento, a causa del individualismo, la indiferencia, el descenso de la natalidad, la desestructuración de las familias, las antropologías erráticas y las leyes contra la vida humana.
Son los efectos de ese modo de estar, de pensarse y de sentirse en el universo que es tan característico de nuestro tiempo, en el que andamos, como Tom Hanks, tratando de confeccionar el diccionario con los vocablos, precisos y certeros, que nos permitan poner claridad y orden intelectual y vivencial en la caótica confusión actual de identidades, referentes y paradigmas en extralimitación que desdibujan, afean, distorsionan y destruyen la verdad y la belleza de la persona, el matrimonio, la familia, la sociedad, la historia y el mundo, realidades en las que nos fundamos y cuya hermosura ha sido Dios mismo quien nos la ha dado a conocer hablándonos en amistosa conversación.
Mientras tanto, llega nuevamente la Navidad, en la que se celebra el máximo acontecimiento de la historia: el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios y Dios también él, que vino para compartir nuestro nacer y nuestro morir, para redimirnos de nuestros desvíos y nuestros desarreglos, y para, sosteniéndonos continuamente con la fuerza de su brazo, conducirnos, a través de las angosturas que nos oprimen, hasta el valle de los reencuentros, del banquete y de la fiesta sin fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario