Alegres en el Señor vivimos este tercer domingo de Adviento, en el que superado ya el ecuador de este tiempo de espera experimentamos el gozo de saber que está muy cerca el Salvador. Llamamos a este día Domingo "Gaudete", y es que estamos llamados a vivir el regocijo de constatar que Dios mismo viene a nuestras vidas, a salvarnos, a rescatarnos de las tinieblas y el pecado. Si durante todo el Adviento nos acompaña el color morado, hoy este se vuelve rosado; el carácter austero de estos días parece aliviarse en esta jornada de color claro y festivo.
I. Vivir en la paciencia
El apóstol Santiago en el fragmento de su carta que hemos escuchado, nos habla de algo que estamos interiorizando mucho desde las últimas semanas del Tiempo Ordinario así como en estos días de Adviento, como es la certeza de la parusía: la segunda venida del Señor que desconocemos, pero que tendrá lugar cuando menos lo esperemos. Y en esta ocasión se nos pone por modelo la actitud del labrador que trabaja día a día, pero que es consciente de que no sirve nada su faena sin mirar al cielo; si la lluvia no empapa su campo y el sol no le da su calor no dará fruto su siembra. Los cristianos desde siempre han vivido el Adviento con esta mirada, apoyados en el antiquísimo canto del "Rorate Caeli" inspirado en el capítulo 45 de Isaías, y que nosotros interpretamos como la ejemplificación clara o resumen más exacto de la oración litúrgica de estos días: ''Derramad, oh cielos, vuestro rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo''. Pero, ¿porque esperar? Pues porque lo que merece la pena siempre se hace falta que madure; el apóstol nos dice más, nos recuerda que otros esperaron con fe sin llegar a ver nada: ''Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor''. ¿Cómo no creer, esperar y ser pacientes nosotros que lo tenemos más fácil que los que nacieron antes de Cristo?. Que esto nos llene de alegría: saber que no esperamos en balde, sino que nos hemos fiado de aquel que no defrauda.
II. Vayamos en busca de la alegría
La lectura del profeta Isaías nos presenta un texto cargado de símbolos, que no sólo nos ayuda a vislumbrar lo que significa la Navidad, sino que en estos días en que hemos visto la solemne petición por la paz del Papa Francisco, el cual con lágrimas en los ojos recordaba al pueblo de Ucrania, también podemos imaginar aquí cómo será no sólo el mañana de los que sufren aquí en la tierra, sino especialmente en el reino de los cielos. Se nos ha dicho claramente: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará». El profeta nos presenta una especie de procesión que atraviesa el árido desierto, dando vida donde hay muerte, sanando heridos, alejando lo malo, recogiendo a los repatriados, y todos encaminados así al mundo ideal del Reino. Esto es lo que viene a traer el Señor, y esta es la misión de la Iglesia: curar, levantar, ser sal y luz... Anunciar al Señor, llevar a todos hacia Él. El mundo perfecto aquí no lo veremos, pero es nuestra misión es ser fermento del evangelio en nuestro entorno para la plenitud de ese mundo futuro.
III. Dios hace posible lo imposible
El evangelio del domingo pasado el protagonista era San Juan Bautista que nos hablaba del Mesías, mientras que en éste es el propio Jesús quien responde y le envía un mensaje a su primo Juan. Este pasaje del capítulo 11 de San Mateo ha dado lugar a muchas discusiones exegéticas por el dato que el autor nos da sobre que Juan, se encontraba en la cárcel. Independientemente de las múltiples interpretaciones que se hacen, quedémonos con esta pregunta de los discípulos del precursor, que nos debemos hacer hoy nosotros: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»... ¿Cómo estamos preparándonos para recibirlo? ¿Qué se va a encontrar en mí interior?... Cristo viene a traernos su Reino, que simplemente propone y no impone por la fuerza, con violencia ni con armas, sino que el Señor deja que seamos nosotros quienes nos adhiramos o no a su proyecto salvador desde nuestra propia libertad. Donde hay violencia no puede estar la mano de Dios; donde lo mundano supera el plano espiritual, tampoco. Sólo con Dios lo imposible se hace posible, por eso Jesús responde: ''Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio''. ¿Pero por qué Juan duda de si Jesús es o no el Mesías esperado desde antiguo? Quizás porque también al bautista le ocurrió lo que a tantos otros, que idealizaron la figura del Mesías como alguien que llegaría como un terremoto y, sin embargo, llega pobre, silencioso, peregrino... Empieza su misión por pueblos y aldeas, pero con calma, como si no hubiera prisa en instaurar el reino de Dios, de ahí la pregunta de si era él el que había de venir o si había que esperar a otro. Hoy seguimos en la misma tesitura: los judíos siguen esperando al Mesías, y otros esperan cientos de "cosas" futuras, pero ninguna de ellas es el Señor. Jesús llega a romper también esquemas por lo que añade: ''¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!''. Y las últimas palabras de Jesús las dirige a la gente que estaba allí presente viendo su diálogo con los discípulos de Juan una vez que estos se han ido, preguntándoles qué es lo que a ellos les atrae o les llama la atención: ''¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo?''... También en las cosas de Dios las apariencias engañan; les extrañaba que Jesús se presentara como el humilde hijo de un carpintero y que Juan, su precursor, vestía tan sólo con piel de camello... Jesús utiliza unas palabras del profeta Isaías que hablan de Juan y de él para abrir los ojos a aquella gente: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti". A veces nos mueve el morbo, el querer saber, la intuición... Pero ¿cuándo nos movemos por una motivación espiritual?. En el tiempo de Jesús lo que más atraía era la definición de alguien como profeta; se les consideraba como las personas de mayor prestigio por estar más cerca de Dios, por eso Jesús vuelve a referirse a Juan: ''Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él''. Quizá la pregunta en este domingo alegre sería: ¿para qué hemos madrugado en esta mañana? ¿que hemos venido a buscar a la misa?... Que es lo que preguntó el Señor a los curiosos de entonces: ''¿A qué salisteis?''...
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