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jueves, 22 de diciembre de 2022

60 años de ministerio sacerdotal de un pastor bueno. Por Rodrigo Huerta Migoya

Reza el salmista: ''mil años en tu presencia no son nada; son un ayer que pasó, una vela nocturna'' (Sal 89). Esto mismo podríamos aplicar en esta jornada a mi querido Don José María de Paz Martínez al cumplirse la efeméride de su ordenación: sesenta años no son nada; y ahí está, sesenta años ante el altar que han transcurrido como vela que se gasta en la noche.

Nacido en el hermoso pueblo de Carrizo de la Ribera (León), al amparo de la Virgen del Villar y a la sombra del imponente monasterio cisterciense de Santa María, en el que tres de sus primas profesarían como monjas. Creció en el seno de una familia hondamente cristiana, y en aquellos años de posguerra su vocación se fraguó en torno a un anhelo: ''buscar a Dios''. Esto ha marcado su existencia y le define como un buscador de Dios en todo: ''Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón (Jer 29, 13). 

Muy joven ingresa en la Orden de San Benito en aquella posguerra en la que monjes y frailes de diferentes órdenes y congregaciones pateaban los pueblos de nuestra geografía buscando no sólo vocaciones, sino víveres y alimentos para mantener sus casas de oración. Pero el pequeño José María como los demás muchachos de los alrededores de su pueblo ingresaron con una premisa: formarse para marchar a Argentina. Así, iniciada la formación en Samos, y continuada en Santo Domingo de Silos, parten en barco para tierras gauchas. En aquel largo viaje coincidieron con una comunidad de Clarisas de Durango (Vizcaya) que iban con el propósito de fundar en Uruguay... Tomó el arado y no miró atrás; no le preocupó la incertidumbre de lo desconocido, sino que creció su confianza en la Providencia. Hace unos años de forma casual, me encontré en la librería del monasterio de Samos un libro de su condiscípulo Fray Bernardo Recaredo García Pintado titulado: ''Confesiones de un monje'', donde aparece Don José María sonriente con su hábito benedictino en aquella travesía por alta mar. Con cara de niño, prácticamente un adolescente y en un tiempo sin móviles ni apenas comunicaciones, iba el joven José María alegre de dejarlo todo por seguir a Cristo. ¡Cómo cuesta el desprendimiento, más qué gozo una vez que se ha dado el paso! Ahí están las palabras de Rut que describen esta verdad:  ''Iré a donde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios'' (Rut 1,16).

Llegó el día soñado; es un 22 de diciembre de 1962 cuando Don José María se postró en tierra, y en que el Señor le llamó "amigo"; el día en que recibió la ordenación sacerdotal de manos del entonces obispo auxiliar de Buenos Aires, Monseñor Óscar Félix Villena. El Señor hace las cosas a su manera; había sido un 22 de diciembre de 1956 cuando Don José María se embarcó en el ''Monte Urbasa'' dejando atrás su tierra, igual que Abraham. Y el mismo día seis años después, tuvo lugar la solemne celebración en la iglesia del monasterio de San Benito de Buenos Aires esta efeméride de entrega absoluta, sin familia ni amigos, pero con la compañía de todos en la oración y en la comunión de los Santos. Fue aquel un día diferente para dejar de pertenecerse a sí mismo y empezar a ser sólo de Cristo, y a la vez de todos. Ser otro Cristo, y éste crucificado; como bellamente nos diría Lope de Vega: ''Pastor que con tus silbos amorosos/ me despertaste del profundo sueño,/ Tú que hiciste cayado de ese leño,/ en que tiendes los brazos poderosos''. Ese ha sido el referente de tu sacerdocio mi buen Don José María: Jesús clavado en la Cruz como tu Cristo de Carrizo, como tantos heridos en el cuerpo y en el espíritu para los que has sido el médico del alma, sanador de heridas y bálsamo espiritual.

Llegaron años muy difíciles para el mundo, para la sociedad, para la Iglesia... Y a las incertidumbres postconciliares que tuvieron importante repercusión en la vida religiosa, y en concreto en la vida monástica en Sudamérica se añadieron los contratiempos políticos que llevaron a la expropiación del edificio de la Abadía situada en el barrio de Palermo o de Las Cañitas, y que actualmente es el Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos. Ante aquel hecho cada cual decidió tomar un nuevo camino; unos marcharon a Chile o Méjico, otros se secularizaron, y de los que regresaron a España unos buscaron cobijo en alguna comunidad benedictina mientras que otros se pasaron al clero secular. Don José María que tenía buena parte de la familia en Asturias en aquel momento optó por incardinarse en la diócesis de Oviedo, donde recibió del entonces Arzobispo Monseñor Díaz Merchán el primer y único nombramiento el 13 de mayo de 1977 -Nuestra Señora de Fátima- como capellán del Hospital de Caridad de Gijón, hoy llamado Hospital de Jove. Aquí hizo patente aquello que ya San Benito manda en su regla de atender a los enfermos: ''sirviéndolos como a Cristo en persona''. Y lo hizo en ese emblemático lugar que antes que hospital fuese el noviciado de las Hermanas del Santo Ángel, un lugar muy querido por el Beato Luis Ormieres, que en sus meses en Gijón solía pasear desde el Campo Valdés hasta esa colina de Jove, y que el fundador de estas monjas denominaba su ''Tabor''.

En este lugar gastó y desgastó su vida D. José María; siempre preparado para salir corriendo de la habitación en cualquier momento para confesar a un moribundo, administrar la unción de enfermos o llevar el viático. No fue nunca párroco ni vicario parroquial; nunca fue adscrito ni profesor, tampoco "Consejero" ni "Consultor"; nunca fue arcipreste, ni vicario ni nada, y lo fue todo, pues con los limones que el Señor le dio supo hacer la mejor limonada. Y ese fue su vivir: exprimió su ministerio como un buen limón que da todo su jugo. Discreto y silencioso, siempre ha sabido regalar la palabra y el gesto oportuno cuando alguien lo necesitaba al ejemplo de su patrono San José: ''Sencillo, sin historia, de espalda a los laureles''. Una ayuda importante en su ministerio en el hospital fue la comunidad de Misioneras Hijas del Corazón de María de la Madre Güell. Dios le regaló una gran preocupación por las almas, y buenas habilidades para la pastoral, y no bastándole el hospital se ofreció para aquello que pudiera hacer falta entre los hermanos. Y así mi parroquia natal de San Félix de Porceyo, como las de alrededor tuvieron la dicha de tenerle entre nosotros casi tres décadas de servicio incondicional a los párrocos, primero con D. Ángel Eladio y después D. Albino, así como a ésta agradecida la feligresía... Gracias Don José María por el regalo de su vida entre nosotros, la cual fue susurro de gracia, abrazo de misericordia y sonrisa de ternura. También el Señor nos ha visitado por medio de sus manos y su corazón; por cada eucaristía celebrada, por su cercanía hacia el que sufre, por sus sentimientos de pastor fiel y solícito. Los que hemos tenido la dicha de tratarle y quererle, podemos decir sin lugar a duda que "el Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres".

Son muchas anécdotas vividas, muchos los hechos hermosos que yo pude ver desde la unción con la que usted preparaba y vivía la Santa Misa; su estar preocupado por la realidad concreta con nombres de tantas familias, los hechos discretos pero efectivos; cómo buscaba salir al paso de quien le pudiera necesitar. Son muchos los datos, testimonios y realidades muy concretas que podría enunciar -la gran mayoría desconocidas- y que darían para todo un libro; algunas que me emocionan hasta las lágrimas, pues me tocaron muy de cerca y no podré olvidar jamás. He aquí que yo lleve tan a gala y orgullo que no me bautizó un cura anónimo, un sacerdote sin curriculum, sino un sacerdote de los pies a la cabeza como D. José María de Paz Martínez.

En este 22 de diciembre, doy gracias al Señor por su vida y ministerio; estoy seguro que a sus compañeros de la Casa Sacerdotal de León no les ha dicho que está de aniversario. Conociéndole habrá concelebrado con discreción con la sonrisa que le caracteriza y con el corazón lleno de gozo. Sé que su oración callada en esta mañana ha sido la misma que la del Rey David: ''¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? ¡Alzaré la copa de la salvación invocando tu nombre Señor!''. No hacen falta fiestas, placas ni títulos, con la eucaristía como acción de gracias está dicho todo, y es el mayor regalo de amor recibido: “Gratias agens benedixit fregit deditque” (después de dar Gracias lo partió y se los dio), tal como nos dijo Benedicto XVI en el 65º aniversario de su ordenación “Eucharistomen”.

Muchísimas felicidades Don José María; con su misterio nos ha tocado la lotería, por ello podemos cantar: ''Te doy gracias, Señor, de todo corazón''. "Ad multos annos"... 

Santo Domingo de Silos 1955 con el Abad Don Isaac Mª Toribios y 
el P. Pedro Alonso Maestro de Novicios (Años más tarde el P. Pedro sería el Abad)

Navidad de 1956 en alta mar. 

Los cinco profesos españoles becados por la Abadía Argentina. Buenos Aires 1957

Comunidad benedictina de Buenos Aires 1960

Visita del Abad de Solesmes Dom Jean Prou y el Abad de Buenos Aires Dom Lorenzo Molinero

Asistiendo en la Primera Misa del P. Bernardo Recaredo 

Iglesia de San Benito de Buenos Aires

Hospital de Caridad de Gijón

Sus hojas de Pastoral para el Hospital

Religiosas del Hospital de Jove 

Con Don Eladio Miyar Párroco de Jove 

Primera Misa de D. Vicente Pañeda 

Rezando en lo escondido

En la Fiesta de San Blas en Jove 

Sacerdote para siempre 

Bendición Apostólica con motivo de las Bodas de Oro

Lector incansable

Caricia del que sufre

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