Caminamos hacia el final del año litúrgico, a la vista ya en este domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, que es ya el penúltimo de este ciclo C que concluiremos dentro de una semana con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Este domingo hay tres ideas que la Palabra de Dios nos presenta: la finitud de la existencia que desde hace semanas venimos interiorizando; la verdad, que es el tema central de la liturgia de hoy, y como no, la realidad de los necesitados en este domingo mundial de los pobres, instituido hace seis años por el Papa Francisco.
I. El futuro será nuestro sólo si lo vivimos desde Dios
Seguimos con el problema de la comunidad cristiana de Tesalónica a la que San Pablo escribe de forma decidida. Como hemos escuchado en la epístola el apóstol es duro al afirmar: ''No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros''... ¿Cómo interpretar nosotros esto? En aquella comunidad los hubo que creyeron que la venida del Señor sería de forma inminente y dejaron de trabajar, de hacer su vida cotidiana limitándose sólo a prepararse para estar en gracia cuando llegara la hora. Pero la exégesis de esta exhortación la entendió muy bien San Luis Gonzaga, cuando siendo seminarista un compañero le preguntó: “¿Qué pasaría si te dijeran que dentro de dos horas vas a morir?”; “Seguiría jugando”... Respondió San Luis Gonzaga: haré lo que toca hacer en ese momento. He aquí la clave de la santidad: hacer en cada momento lo que hay que hacer, dando lo mejor de nosotros mismos y sirviéndonos unos a otros en las obligaciones para santificarnos. Ahora que tenemos tan reciente "los difuntos" podríamos preguntarnos: ¿se prepara bien la gente hoy para morir?. En una ocasión me llamó una mujer de Lugones para que fuera a ver a su padre que estaba terminal, la hija no quería que fuera pero su padre era lo único que le pedía. Fui a verle, hablamos; hizo una confesión general perfecta; comulgó, le puse la Unción y a los pocos días falleció. En el tanatorio su hija me dijo: ''mire yo no quería que fuera a casa pues pensaba que mi padre se iba a poner peor, pero pasó todo lo contrario; mi padre llevaba días intranquilo y sin dormir, y fue irse usted de verle y mi padre fue otro, quedó feliz, relajado, los últimos días los vivió en paz''... Yo sé que hay una consideración muy extendida, que es que cuando el cura va a ver el enfermo es para "sellarle el pasaporte", pero no le neguéis a los enfermos y moribundos el regalo de irse de este mundo en paz y en condiciones cristianas si así han vivido. Irnos, nos tenemos que ir, pero hagámoslo bien. Qué tristeza cuando sabes de una persona que lleva días agonizando y la familia no te quiere avisar hasta que la persona está ya sedada en un coma profundo, para que no le afecte la visita del sacerdote, y cuando le llaman ya está el fallecido. Por eso vivamos en gracia buscando agradar al Señor, con las penas y alegrías de cada día, ganándonos el pan con nuestro sudor. No tengamos miedo, el futuro será nuestro si lo vivimos en Dios y desde Dios.
II. Llega el día
El brevísimo texto del profeta Malaquías que hemos escuchado en la primera lectura, nos presenta la verdad tan característica de estos últimos días del año litúrgico sobre el final del mundo: la vida, la historia... Son textos duros con un matiz muy apocalíptico: ''He aquí que llega el día, ardiente como un horno''. A veces cometemos el error de pensar que el final por ser final tiene que ser terrible, cuando el profeta va en otra dirección y nos lo deja bien claro; será malo para los que ha sido malos: ''en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando''. Mientras para los que son buenos y humildes les espera otro destino muy distinto: ''Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra''... ¿Qué nos deparará a cada cual, fuego o salud?... No el que muere por morir se convierte en santo, ni va al cielo en línea directa, sino que la diferencia radica en vivir acorde al plan de Dios, de cara a Dios y en comunión con su Iglesia. Nuestro futuro está únicamente en manos del Señor con el que tenemos que cooperar, y no en la boca de la gente. Podemos engañar al planeta entero, pero a Dios no le colamos nuestras mentiras. Por eso alegraos los que estáis aquí -no; no son los peores los que van a misa, como dicen algunos justificándose en su miseria-, los que cumplís, los que todos los domingos madrugáis para alabar a Dios... A Él eso no se le escapa; lleva muy bien la cuenta, no hace falta pasar lista. Alegraos de ser fieles, el Señor os ha invitado a su Casa y acudís cada semana; el día de mañana os alegrareis cuando Él os llame por vuestro nombre por haber perseverado y conservado la fe.
III. Jesús habla del templo
En el evangelio de este domingo San Lucas nos presenta ''como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos''. Primer detalle a tener en cuenta: pensamos que sólo lo que vemos es bonito. Nos pasa como el hombre de aldea que nunca ha salido de su valle, pero está convencido que su pueblo es lo más bello para y no hace falta ir más allá ni conocer nada más. El mundo nos atonta, pensamos que la vida es todo lo bueno está aquí, y nos olvidamos del ''dichosos los que crean sin haber visto''. Lo mejor está por venir, y no tiene lugar aquí ni en este mundo. Hay personas incluso dentro de la Iglesia que nos quieren convencer de que eso de que "el mundo" es malo está desfasado, que eso de que ésto es un valle de lágrimas son cosas obsoletas y que todo es maravilloso. Pues no; basta con tener los pies en la tierra para ver que aún nuestro mundo no ha dejado de ser un valle de lágrimas como tantas veces lo es nuestra vida. Es un motivo de paz saber que cuando vinieron mal dadas y supimos abrazarnos a la cruz y atravesar la tormenta. Jesús dice: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Eso pasará con nuestra iglesia, con nuestro cuerpo y con nuestro planeta. Otros evangelistas en este mismo episodio hablaban del templo de su cuerpo; es decir, de su crucifixión y resurrección. El Señor es claro y advierte que habrá falsos profetas, pero que no pensemos que viene el final cuando hay mucho jaleo; como todo lo inesperado ocurrirá cuando menos se piense. Aunque Jesús también advierte directamente de "valle de lágrimas" que nos espera a los que decidamos seguirle: ''antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio''. El Catecismo de la Iglesia en su número 672 nos dice: ''Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel qué, según los profetas, debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, pero es también un tiempo marcado todavía por la "tribulación" y la prueba del mal que afecta también a la Iglesia e inaugura los combates de los últimos días''. Esto da sentido a nuestras penas, a lo que suframos por ser fieles al Señor, nos purifica y prepara. Él sufrió, murió y resucitó; suframos lo que nos toque abrazados a Él para morir en su gracia y resucitar a su gloria. Y mientras esperamos que vuelva el Señor descubrámosle en su Palabra, en la Eucaristía, en los pobres... Y preparemos nuestro corazón mediante el sacramento de la reconciliación, pues sólo ''con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas''
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